Pablo César Muñoz Carril, María del Carmen Sarceda Gorgoso, Mónica Bonilla del Río, Maria Rosa Garcia Ruiz, Rubén Navarro Patón, Marcos Mecías Calvo, Brigite Carvalho da Silva, Ana Cristina Pinheiro, Ángel Puentes Puente, Olaya Santamaría Queiruga, Isabel Dans Álvarez de Sotomayor, Nuria Abal Alonso, Inés Mosquera Bargiela, Alba Souto Seijo, Iris Estévez Blanco, Eduardo X. Fuentes Abeledo, Santiago López Gómez, Milena Villar Varela, María del Mar Sanjuán Roca, Raquel Mariño Fernández, Pablo Ríal González, Facultade de Formación do Profesorado
El avance acelerado de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) ha transformado profundamente las formas de interacción, ocio y aprendizaje de la sociedad actual. Estas herramientas e internet, imprescindibles en la vida cotidiana, han supuesto una revolución en todos los ámbitos, ofreciendo oportunidades para acceder a la información y comunicarse (Tejedor Calvo, 2025). De este modo, en las últimas décadas, han adquirido un papel central en la vida social, educativa, económica y política. Su influencia ha sido tan profunda que no solo han transformado los entornos donde se desarrollan las interacciones humanas, sino que, desde el enfoque sociocultural, también han dado lugar a nuevas formas de producir, acceder, distribuir y apropiarse de nuevos lenguajes y construir conocimientos (Padilla de la Torre y Medina Mayagoitia, 2018). Las TIC, integradas en entornos tecnodigitales complejos que combinan informática, telecomunicaciones y aplicaciones digitales, no operan de manera aislada, ya que evolucionan con rapidez y se redefinen en función de los usos sociales y culturales (Zermeño Flores et al., 2024).
Sin embargo, el uso de estos recursos también puede implicar riesgos como el ciberacoso, la propagación de noticias falsas, la desinformación, la exposición a contenidos perjudiciales, la incitación al odio, la suplantación de la identidad, las estafas en línea o la ciberadicción (Aguaded et al., 2021). Precisamente este último fenómeno es el objeto de estudio de la presente investigación, debido a que el uso generalizado y excesivo de dispositivos tecnológicos ha aumentado a nivel global su carácter problemático, evidenciado por una mayor permanencia en línea y la aparición frecuente de hábitos disfuncionales y síntomas propios de la adicción, cuyas principales consecuencias incluyen problemas de salud mental, dificultades en las relaciones sociales y la implicación en conductas digitales de riesgo (Gulyamov y Rodionov, 2024). Diversos estudios alertan también de otras implicaciones graves a nivel psicológico, social y de comportamiento, que afectan especialmente a los adolescentes y adultos jóvenes (Hanhan et al., 2024). En este sentido, entre los síntomas y problemas relacionados con la adicción a las tecnologías destacan la falta de autocontrol, la inadaptación e impacto negativo en las relaciones interpersonales y en la vida personal (trabajo, estudios o estado emocional y psicológico), los cambios de humor, la angustia, la intolerancia, la falta de concentración, los comportamientos compulsivos, la agresividad, las situaciones conflictivas, el desarrollo de trastornos ansioso-depresivos, los trastornos del sueño o los problemas de salud (Asieieva, 2020; Hanhan et al., 2024; Martínez-Otero Pérez, 2024).
En este contexto, en el año 2020 se llevó a cabo el “I Estudio epidemiológico sobre las adicciones sin sustancia en el Campus Universitario de Lugo: usos y abusos de las TIC por estudiantes universitarios” (Muñoz Carril, 2025), que permitió analizar el uso problemático de internet, redes sociales, smartphones u otros dispositivos, que, pese a no implicar el consumo de sustancias químicas, pueden generar patrones de comportamiento adictivo con consecuencias negativas similares a las adicciones tradicionales. Esta investigación permitió identificar y describir tendencias por parte del alumnado en relación con el uso problemático de internet, la frecuencia de uso, la nomofobia —miedo irracional a estar sin teléfono móvil (Guerra Ayala et al., 2025)— y el phubbing —conducta de excluir o ignorar a otra persona durante una interacción cara a cara por emplear un dispositivo móvil (Büttner et al., 2025). Aquella investigación supuso una aproximación diagnóstica en un momento de creciente digitalización, intensificado por factores como la pandemia de la COVID-19, la educación híbrida o a distancia y la expansión de plataformas digitales vinculadas directamente con la inmediatez, la recompensa y la hiperconectividad. Sin embargo, en dicho estudio no se contempló el consumo de sustancias psicoactivas; es decir, aquellas sustancias que, al ser ingeridas o administradas en el organismo, son capaces de modificar la actividad cerebral y provocar modificaciones en los procesos cognitivos, las emociones o la conducta, ya sean lícitas o ilícitas (World Health Organization, 1994). Su consumo excesivo o indebido ha generado una creciente preocupación, debido a los riesgos cada vez mayores que pueden representar para la salud pública y la seguridad social (Wu et al., 2025).
El consumo de sustancias psicoactivas puede clasificarse en tres categorías, según su estatus legal y social (World Health Organization, 2005):
• En primer lugar, se encuentran aquellas utilizadas con fines médicos, reconocidas por diversos sistemas sanitarios por su utilidad para tratar el dolor, los trastornos del ánimo, el insomnio o problemas de concentración. Este tipo de sustancias, que incluyen medicamentos psicoactivos, se encuentran generalmente sujetas a control y requieren prescripción médica para su uso.
• En segundo lugar, se contempla el grupo de sustancias cuyo consumo no médico está prohibido legalmente en la mayoría de los países en cumplimiento de convenciones internacionales, como los opiáceos, el cannabis, la cocaína, los alucinógenos y diversos estimulantes, así como hipnóticos y sedantes. A esta lista se pueden añadir otras sustancias prohibidas por normativas locales, como ciertos inhalantes o bebidas alcohólicas, dependiendo del contexto legal. Pese a su ilegalidad, su uso está extendido en diversas sociedades, especialmente entre jóvenes adultos, principalmente con fines recreativos y en ocasiones como parte de una identidad contracultural.
• Por último, se identifican sustancias cuyo uso está legalmente permitido para cualquier fin que decida el consumidor. Aunque el motivo de su consumo no siempre esté vinculado a sus propiedades psicoactivas, estas siguen presentes durante su ingesta. Ejemplos comunes de este grupo incluyen el alcohol, la nicotina y la cafeína, si bien esta última suele quedar fuera de los estudios sobre consumo problemático debido a sus escasos efectos perjudiciales.
En el contexto nacional español, el consumo de sustancias psicoactivas entre jóvenes continúa siendo un fenómeno relevante según los datos más recientes del Informe EDADES 2024, con periodicidad bienal, del Ministerio de Sanidad (2024). Conforme a estos resultados, el alcohol se mantiene como la sustancia más consumida, con un 76,5% de la población entre 15 y 64 años que declara haberlo consumido en el último año, destacando que las borracheras y el consumo intensivo se concentran especialmente en jóvenes adultos de 15 a 34 años. En este grupo de edad, casi un tercio de los hombres (29%) y una quinta parte de las mujeres (19,8%) reportan haberse emborrachado en el último año, mientras que el patrón de consumo en forma de atracón de alcohol (binge drinking) afecta al 16% de los jóvenes entre 20 y 29 años que reconocen este tipo de consumo en los últimos 30 días. Por otro lado, el consumo de tabaco sigue una tendencia a la baja desde 2022, aunque aún un tercio de la población fuma habitualmente (el 33,9% reconoce haber fumado en último mes y el 25,8% lo hace diariamente). El cannabis es la droga ilícita más consumida, siendo los jóvenes de 15 a 24 años el grupo de edad con mayor prevalencia de consumo (el 21,9% de jóvenes lo consumieron en el último año y el 16,9% en el último mes, siendo mayor la proporción en hombres en ambos casos). Asimismo, el consumo de otras sustancias, como hipnosedantes y analgésicos opioides, presenta un aumento sostenido. A pesar de que la percepción del riesgo asociado al consumo de sustancias está generalizada, continúa siendo relativamente baja la que hace referencia al alcohol en comparación con otras drogas. Por último, cabe destacar que el 39% de la población entre 15 y 64 años declara consumir dos o más sustancias psicoactivas, y este policonsumo es más frecuente en hombres y en grupos jóvenes. El alcohol está presente en más del 90% de los casos de policonsumo y el cannabis en casi dos tercios de los consumidores de tres sustancias (63,1%), ya que la mayoría lo consumen junto al tabaco y alcohol. Esto muestra la complejidad del fenómeno adictivo, que no suele limitarse a una sola sustancia.
Estos datos evidencian la importancia de continuar explorando las conductas adictivas en la población joven. En este contexto y transcurridos cinco años desde la realización del estudio inicial (Muñoz Carril., 2025), el escenario ha evolucionado. El uso de las TIC se ha intensificado notablemente y se plantean nuevas preocupaciones relacionadas con el uso adictivo tanto de dispositivos como de sustancias psicoactivas. Por ello, la presente investigación pretende identificar y describir los patrones de consumo adictivo en el colectivo universitario, obteniendo un diagnóstico de posibles conductas problemáticas en el ámbito de las TIC y de las sustancias psicoactivas (alcohol, tabaco, cannabis…).
Esta perspectiva conjunta responde a la creciente evidencia científica que señala una interacción bidireccional entre el uso excesivo de dispositivos tecnológicos y el consumo de sustancias psicoactivas. Estudios recientes han aportado datos significativos en este sentido. Díaz-Geada et al. (2024) evidenciaron que la nomofobia está asociada con un mayor consumo de alcohol, tabaco y cannabis en adolescentes, con un alto nivel de tabaquismo y con el consumo excesivo de alcohol en ambos sexos, además de una mayor probabilidad de consumo de cannabis en chicos. De igual modo, Malandain et al. (2022) han mostrado cómo el incremento en el uso de internet durante el confinamiento se asoció significativamente con un mayor consumo de tabaco y la aparición de síntomas depresivos, así como la correlación positiva entre el consumo de alcohol y tabaco, sugiriendo que estas conductas adictivas pueden reforzarse mutuamente en contextos de ansiedad o aislamiento.
Asimismo, se reconoce que la población universitaria constituye un grupo especialmente vulnerable, debido a factores de riesgo específicos como la transición a la vida adulta, la autonomía en la gestión del tiempo y la accesibilidad a sustancias psicoactivas, condiciones que pueden facilitar patrones de consumo problemático (Aguocha et al., 2020; Dada, 2012; Cotto et al., 2010; Suárez-Villa, 2023). En su investigación, Mougharbel et al. (2021) evidenciaron que jóvenes y adultos jóvenes tienden a aumentar el consumo de alcohol y tabaco en respuesta al estrés, acompañado frecuentemente de un uso intensificado de redes sociales.
De este modo, la incorporación en el estudio de cuestiones relacionadas con el consumo de sustancias psicoactivas no solo enriquece la comprensión de las conductas adictivas (con y sin sustancia) en su conjunto, sino que también responde a hallazgos recientes que destacan la interconexión entre adicciones digitales y consumo de sustancias. Este enfoque holístico permitirá diseñar intervenciones más efectivas, abordando factores de riesgo compartidos y promoviendo estrategias de prevención adaptadas a las necesidades específicas del estudiantado.
Esta investigación permitirá, por tanto, actualizar el conocimiento sobre los usos, riesgos y posibles abusos vinculados a las TIC, teniendo en cuenta los cambios significativos en los entornos digitales en los que se desenvuelven los jóvenes. Asimismo, se pretende contrastar tendencias, identificar formas de uso inadecuado y detectar fenómenos emergentes que no fueron contemplados en el estudio previo. Esta actualización empírica resulta imprescindible para ajustar las políticas públicas y las estrategias educativas, preventivas y formativas dirigidas al colectivo universitario, con medidas que respondan a su realidad concreta.
En este sentido, el presente estudio tiene como propósito analizar los riesgos del consumo de sustancias psicoactivas y un uso inapropiado de las TIC, así como ofrecer líneas y propuestas de acción para afrontarlos de manera proactiva. Desde una perspectiva aplicada, los resultados permiten exponer recomendaciones que contribuyan a formar a los estudiantes en el uso crítico, equilibrado y consciente de estas tecnologías, promoviendo hábitos digitales saludables y sostenibles, así como ofrecer una visión más completa de los factores que pueden comprometer su salud y bienestar. Del mismo modo, a partir de los hallazgos, se podrán diseñar actuaciones diferenciadas, tanto de carácter preventivo como formativo, que respondan a las realidades concretas del estudiantado universitario, considerando su diversidad de perfiles y contextos. Estas acciones, con un enfoque integral y contextualizado, se orientarán hacia el ámbito educativo y social, considerando que ambos son escenarios privilegiados para promover la reflexión crítica, la toma de decisiones responsables y el desarrollo de una ciudadanía consciente, capaz de gestionar los riesgos asociados a estas realidades complejas.
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