A lo largo de nuestra vida seguimos formándonos y haciendo evolucionar nuestros conocimientos y los valores que consideramos propios, más allá de la formación y educación estrictamente reglada a través de la escuela o la universidad. A veces de manera intencionada, a veces de manera libre, del mismo modo que los niños aprendían valores sociales con programas educativos como “Barrio Sésamo” (o las personas de cualquier edad aprenden idiomas a través del cine o la televisión en versión original –Jiménez y Elías, 2012–). Y, en este aspecto, la televisión es un elemento fundamental.
Sostiene Wolton (1997) que la televisión no se limita a representar la realidad social, sino que ayuda a construirla. Y opina que la característica principal del medio televisivo reside en su capacidad de unión entre las experiencias individuales y las colectivas: “Los lazos primarios, ligados a la familia, al pueblo, al oficio, han desaparecido y los lazos sociales, ligados a la solidaridad de clase y de pertenencia religiosa y social se han debilitado. El resultado de todo esto es que ya no queda mucho entre la masa y el individuo, entre el número y las personas. El interés de la televisión se sitúa entre el nivel de la experiencia individual y el de la escala colectiva” (Wolton, 1997: 96).
Este mundo tan cambiante necesita otro tipo de educación distinta, más flexible, adaptable, evolucionada hacia las nuevas necesidades del individuo por encima de las necesidades de su grupo social o religioso. Y es que, la formación, que tradicionalmente se realizaba casi exclusivamente a través de libros y escasas experiencias personales, ha evolucionado hacia el uso de múltiples medios comunicativos y experiencias personales prácticamente ilimitadas en posibilidades espacio-temporales (al menos en los países que denominamos del primer mundo). Esto es: tecnologías (no necesariamente nuevas tecnologías, sencillamente, uso de tecnologías). Porque en un momento en que el debate gira en torno al uso que debe o puede darse a dispositivos electrónicos como las tabletas, la pregunta es si la tecnología puede acabar reemplazando a la educación. A lo que, autores como Gerver (2012); Vázquez (2015) o Jiménez, Pérez y Elías (2014) dan una respuesta rotunda: “no”.
Del mismo modo, el inmovilismo que antes regía nuestros comportamientos sociales va evolucionando para ofrecernos mayores posibilidades de cambio. Así, cada vez menos gente conserva un mismo empleo durante toda su vida y, salvo excepciones, una misma persona disfruta de distintas viviendas a lo largo de su trayectoria personal.
Este aspecto, junto a la creciente esperanza de vida, que en nuestro país se ha multiplicado por dos en los últimos 100 años (Goerlich y Pinilla, 2006), ha dado lugar a un fenómeno social novedoso: una gran cantidad de personas con edades superiores a los 50 o 60 años viven solas. Y es este colectivo el que en mayor medida ocupa esta investigación.
Este grupo ha sido formado en los valores de la educación de los años 40, 50 o 60 y ahora se enfrentan al rechazo de parte de la sociedad si deciden abandonar ese inmovilismo y rehacer sus vidas junto a otra persona sola. Y es que este cambio, que resulta habitual y aceptado a otras edades menores, encuentra cierta oposición cuando se habla de personas de mayor edad.
Es en ese punto en el que la formación en valores a través de los medios comunicativos y educativos cobra especial importancia. Y, según los datos del Estudio General de Medios (AIMC, 2015), el medio más influyente en la totalidad de la población, con mucha diferencia sobre el resto, es la televisión, muy seguida de internet.
De esta manera, igual que los niños aprendían valores sociales con programas educativos como Barrio Sésamo (o las personas de cualquier edad aprenden idiomas a través del cine o la televisión en versión original –Jiménez y Elías, 2012–), a lo largo de nuestra vida seguimos formándonos y haciendo evolucionar esos valores que consideramos propios. Y, en este aspecto, la televisión es un elemento fundamental.
Por ello, existen programas de televisión que buscan equilibrar esos vacíos y promueven nuevos valores sociales apoyando una evolución en los comportamientos en base al nuevo orden social. Es el caso de algunos programas de las televisiones públicas en España (nacional y autonómicas), porque, autores como Lacalle defienden que “la televisión asume actualmente competencias que tradicionalmente llevaban a cabo las instituciones y se ha convertido en una especie de panóptico del mundo, sin ningún tipo de obstáculos a la mirada de un espectador que es a la vez observador y observado; que utiliza el escenario televisivo para ver y ser visto” (2001: 21).
Este es el caso que se analiza en esta tesis doctoral. El caso de la posible educación en valores de un programa de la televisión autonómica andaluza: “La tarde, aquí y ahora” de Canal Sur Televisión.
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