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En las últimas décadas, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) han experimentado un avance significativo, impactando todos los aspectos de la actividad humana y generando transformaciones profundas en las prácticas sociales, culturales, económicas y laborales. Esto ha sucedido a un ritmo acelerado, sugiriendo una tendencia que no solo continuará, sino que se intensificará en los próximos años (Coll et al., 2023). El aprendizaje no ha sido ajeno a esta evolución, y la forma en que las personas adquieren conocimientos (Castells, 1996). La integración de las tecnologías digitales en la educación formal ha sido un factor crucial en la búsqueda de nuevos modelos y estrategias pedagógicas, así como en el diseño de entornos de aprendizaje adecuados para las demandas del siglo XXI. Uno de los modelos es el SAMR, introducido por Puentedura en 2006 para evaluar el grado en que la tecnología se utiliza en entornos educativos (Rebolledo & Veas, 2022). Está conformado por un enfoque de cuatro niveles para la selección, aumento, modificación y redefinición de las TIC en la educación; se visualiza como un círculo (Campos, 2021). Motiva a los docentes a avanzar desde los niveles básicos hasta los más avanzados, lo que, asegura Puentedura (2014), facilita el logro de niveles superiores en el proceso de enseñanza–aprendizaje. Hamilton, Rosenberg y Akcaoglu (2016) conceptualizan el modelo SAMR como un marco de cuatro niveles para la selección, implementación y evaluación de la tecnología, los cuales están organizados en dos categorías.
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