La actual crisis global puede ser pensada como una «crisis de alimentación», como un pasaje de la gastronomía a la «gastro-anomia», del comer junto al otro hábitos alimentarios conlleva un cuestionamiento más general a los sistemas de producción distribución y consumo asentados en intereses poderosos que no funcionan como una conspiración de supervillanos sino como tendencias impersonales guiadas por la macroeconomía y la técnica. En ese marco, ni la ilusión tecnológica ni la ilusión pastoril parecen capaces de salvarnos de un devenir poco auspicioso.
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