Las dificultades para la implantación de una educación sexual en los sistemas educativos provienen en parte del problema de la justificación que habría de orientarla y darle sentido. En las últimas décadas ha sido mediante el recurso al lenguaje y la lógica de los derechos humanos, sobre todo desde el paradigma de la prevención sanitaria y de la violencia sexual, con el que se ha pretendido cubrir este vacio y resolver así los muchos conflictos que suscita esta cuestión. En el presente artículo se lleva a cabo una revisión crítica de la filosofía que hay tras este planteamiento y se exponen algunas de sus limitaciones de cara a la inclusión de un conocimiento organizado y coherente sobre la sexualidad en las escuelas. Concluiré que los habituales discursos sobre la educación sexual como derecho refuerzan su tradicional instrumentalización al servicio de intereses socio-sanitarios y nos alejan de una posible fundamentación basada en el valor intrínseco del conocimiento, quizá la única vía para hacer realidad ese proyecto.
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