Valladolid, España
El autismo ha constituido un trastorno con una continua evolución, no solo respecto a su denominación, sino de forma fundamental a los criterios diagnósticos y al conocimiento de las caudas que subyacen al mismo. Aunque durante algún tiempo, diferentes investigaciones llegaron a considerar la existencia de una epidemia de autismo, parece que el aumento en la prevalencia obedece más a criterios relacionados con la mejora en los métodos de detección, la mayor sensibilidad y conocimiento. Estas mejoras permiten establecer, con un mayor grado de fiabilidad, la existencia, entre los 18 y los 24 meses, de un diagnóstico de autismo. No obstante, los síntomas iniciales pueden estar presentes mucho antes del diagnóstico. La detección temprana de sintomatología autista, y por ende el diagnostico precoz, va a permitir intervenciones más tempranas, lo que redunda en claros beneficios para la evolución posterior del menor, asó cómo para su familia, en la medida que pueden afrontar eficazmente las condiciones inherentes al trastorno. Diferentes investigaciones han podido detectar síntomas en poblaciones con edades situadas sobre los 6 meses. No obstante, aunque pueden suponer un avance fundamental para el conocimiento del autismo, su valor predictivo resulta limitado. En este sentido, la comunidad científica se aúna en la valoración de una serie de cuestionarios de cribado (M-CHAT, CSBS-CS) a partir de los cuales se establezcan exámenes profundos. El abordaje terapéutico temprano en este trastorno es, sin duda, beneficioso, pero hay que tener en cuenta la existencia de tratamientos eficaces y recomendados, mientras que otros no tienen evidencia que lo justifique.
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