El reinado de Juan II de Castilla supuso un importante periodo de cambios para la forma en la que se desarrollaba el poder de la Monarquía castellana. A lo largo de los casi cincuenta años del mismo, la autoridad pregia tuvo que hacer frente a diversas situaciones, tanto en el marco de la Europa occidental como en el seno de la propia Castilla, que significaron un auténtico crisol de las formas de poder en que derivaría la autoridad regia.
En ese sentido las relaciones de poder que la Monarquía (representada con el rey o por sus más cercanos colaboradores) mantuvo con la Iglesia tuvieron una notable relevancia, por cuanto esta suponía uno de las principales autoridades y focos de soberanía de Europa. La situación que ésta atravesaba, así como los propios avatares de la Corona de Castilla tuvieron notable influencia en la forma en la que se desarrollaron estas relaciones, así como en las diversas formas y plasmaciones de poder en que derivaron
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