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Inestabilidad ambiental y salud pública en una ciudad mediterránea del Antiguo Régimen: Barcelona entre el paludismo y la fiebre amarilla (1780-1821)

  • Autores: Kevin Albert Pometti Benítez
  • Directores de la Tesis: Isabelle Renaudet (dir. tes.), Armando Alberola-Romá (dir. tes.)
  • Lectura: En la Universitat d'Alacant / Universidad de Alicante ( España ) en 2019
  • Idioma: español
  • Tribunal Calificador de la Tesis: María Ángeles Pérez Samper (presid.), Josep Bernabeu Mestre (secret.), Rafael Mandressi (voc.), Isabelle Séguy (voc.)
  • Programa de doctorado: Programa de Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante
  • Materias:
  • Enlaces
    • Tesis en acceso abierto en: RUA
  • Resumen
    • Resumen de la tesis Introducción: Francisco Gelabert en su trabajo De la influencia de los climas sobre los temperamentos apunta a ser el clima una “necesidad absoluta para el médico que quiere ejercer su arte con utilidad” pues el hombre: Cercado de los elementos necesarios o útiles a su existencia, precisado por su naturaleza a mantener relaciones íntimas y multiplicadas con las causas físicas, o exteriores en medio de las cuales se halla situado, no puede librarse de su influencia. Estas cambian, modifican su ser, y lo disponen a contraer afecciones morbíficas .

      Y concluir que esta influencia del medio ambiente tiene un impacto en el hombre, llevándolo a contraer enfermedades mórbidas. Es bajo los auspicios de esta relación entre clima y salud que se está llevando a cabo este trabajo. La historiografía, y en particular James L. A. Webb, ha demostrado que, a lo largo de los 200.000 años de historia de la humanidad, los caprichos del clima han dado forma a la ecología, al igual que las formas de vida humana responsables de las enfermedades han evolucionado. Refiriéndose a acontecimientos más recientes, el quinto informe del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) destaca el impacto potencial de la dinámica actual del calentamiento global y, en particular, del cambio climático sobre las enfermedades infecciosas y transmitidas por vectores. Como ejemplo paradigmático de una enfermedad transmitida por vectores sensible a los cambios en el régimen de temperaturas y precipitaciones, el paludismo es un punto de observación pertinente para establecer referencias cruzadas sobre los efectos del clima en la salud. A pesar de la aplicación de medidas para controlar esta enfermedad, en particular en las regiones situadas en climas templados, la transmisión del paludismo a nivel local está resurgiendo, como lo demuestra el aumento del número de casos detectados recientemente en 2013 en Grecia .

      Los estudios realizados desde una perspectiva interdisciplinaria muestran claramente las consecuencias perniciosas del cambio climático en curso para la salud de las poblaciones. Esta tesis pretende entender los factores y procesos que han contribuido a generar el sustrato ambiental para la proliferación de estas enfermedades. Basándose en la situación de las sociedades del pasado, donde la enfermedad era endémica, el objetivo es proporcionar una base de comparación con los equipos que trabajan actualmente en temas medioambientales y de cambio climático. La modesta ambición de esta tesis es enriquecer los conocimientos en este campo y aportar una contribución que pueda servir de modelo para la toma de decisiones, a fin de evitar que la malaria se convierta en una enfermedad reemergente a gran escala en un contexto marcado por la globalización y la inestabilidad climática.

      Nuestro trabajo se basa en trabajos anteriores que se han centrado en la cuestión de la variabilidad del clima y su impacto en las epidemias. Esta historiografía, escrita desde una perspectiva interdisciplinaria, analiza las interacciones entre los fenómenos ambientales y las epidemias virales y vectoriales en relación con un período histórico determinado. Cuestiona las crisis causadas por estas situaciones y su impacto en las sociedades humanas de la época. Nuestra propuesta metodológica es situarnos en la estela de este trabajo, en particular el de Jean-Paul Desaive o Vicente Pérez Moreda . Este anclaje de la reflexión en un campo de investigación relacionado con la salud va acompañado de otra articulación, que se refiere a estudios sobre el cambio climático realizados desde una perspectiva histórica. Desde este punto de vista, el trabajo de Armando Alberola Romá ha inspirado nuestro enfoque. A continuación, analizaremos las interacciones entre la sociedad y los riesgos naturales y biológicos en un contexto ambiental caracterizado por las fluctuaciones climáticas producidas por la confluencia de fenómenos atmosféricos complejos.

      Estos tuvieron lugar en el marco de la última fase de la denominada Oscilación de Maldà, cuyos efectos se dejaron sentir entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, período ligado en la historiografía española al final del Antiguo Régimen. Además de este trabajo, un equipo interdisciplinario de la Universidad de Aix-Marseille trabaja en el análisis de las fluctuaciones de las condiciones ambientales debidas a la variabilidad climática y su impacto en las epidemias de malaria .

      Estos estudios científicos actuales se hacen eco de la reflexión de un médico aragonés, Joaquín de Villalba, en un libro publicado en 1803 , en el que se destaca la necesidad de explorar los acontecimientos del pasado para comprender mejor su singularidad y desarrollar medidas preventivas más eficaces. Este enfoque pionero es el punto de partida de esta tesis.

      Objetivos: Un capítulo específico analiza el estado de la historiografía con referencia a la historia climática, las epidemias y su impacto en la sociedad. El estado de la técnica que hemos establecido revela deficiencias en el caso de Barcelona, que es el objeto de esta tesis. Nuestra investigación lo ha reconocido y justifica los objetivos fijados para este trabajo. La pregunta que lo impulsa puede formularse de la siguiente manera: ¿qué hacen las fluctuaciones climáticas y las perturbaciones ambientales que provocan a las sociedades mediterráneas, desde el punto de vista de la salud y de la demografía histórica? Este cuestionamiento, aplicado a un terreno: el área de Barcelona, tiene en cuenta la vulnerabilidad del entorno mediterráneo. ¿Cómo es que la combinación de la variable clima, salud y medio ambiente introduce una ruptura en una configuración inestable que empuja a una sociedad a la crisis? De esta pregunta central fluyen toda una serie de ejes de investigación.

      Con el fin de estudiar las relaciones entre las sociedades y los ecosistemas que las rodean, la primera se refiere a la capacidad de la sociedad barcelonesa para responder a la situación creada entre 1780 y 1825 por las fluctuaciones climáticas y sus efectos sobre las endemias de la malaria o el afianzamiento de enfermedades importadas sensibles a los cambios ambientales como la fiebre amarilla. En este eje se considerarán las respuestas al cambio climático y a la crisis sanitaria resultante en términos de resiliencia.

      Otro punto a analizar son las medidas aplicadas a los ataques cíclicos de la enfermedad y a las fiebres debilitantes apenas perceptibles. Este aspecto tiene en cuenta la percepción del riesgo por parte de los actores, los efectos devastadores de las lluvias y sequías, las olas de frío o de calor, el temor al contagio durante estos episodios que llaman la atención por su tasa de mortalidad.

      Otro de los objetivos de la tesis es favorecer un acercamiento a nuestro objeto a través de la demografía histórica. El objetivo es detectar los meses y años en los que la mortalidad podría ser superior a las tendencias habituales y correlacionar esta situación con la confluencia de las fluctuaciones climáticas, los cambios ambientales y la consiguiente alteración de los regímenes térmico y pluviométrico. ¿Cómo este "cóctel", si se puede utilizar esta expresión, favorece la propagación de enfermedades transmitidas por vectores? Las fuentes movilizadas para este fin entran en el ámbito de la demografía histórica y de la historia ambiental y climática. Se utilizan las series de mortalidad de los archivos parroquiales de Santa Maria del Pi y Sant Just i Pastor (1770-1825), así como los archivos meteorológicos e instrumentales del Servei Meteorològic de Catalunya (SMC), obtenidos de los archivos del Dr. Francisco Salvá y Campillo entre 1780 y 1827, digitalizados y compilados por Mariano Barriendos i Vallvé, profesor asociado de la Universidad de Barcelona.

      Aunque este es un objetivo secundario, nuestro trabajo incluye finalmente un enfoque para analizar la estacionalidad de las causas de muerte en los períodos en que aparecen en los registros de mortalidad.

      Desarrollo teórico: Por lo tanto, nuestra tesis se encuentra en la encrucijada de varios campos: la historia de las variaciones climáticas, la historia de la salud y la medicina, la historia del medio ambiente en el sentido de que tenemos en cuenta el impacto del cambio climático en los ecosistemas, la historia de la demografía histórica y la historia social. Nuestra tesis, redactada desde una perspectiva interdisciplinaria, requirió colaboración y asesoramiento y se enmarcó dentro de las directrices de trabajo de especialistas en geografía, historia climática, salud, demografía histórica, sin los cuales este estudio no hubiera podido llevarse a cabo.

      La tesis que presentamos requirió la consulta de un gran número de libros especializados y de varios tipos (monografías, artículos, tesis, fuentes impresas, etc.). Esta bibliografía cubre una amplia gama de temas: historia médica, historia ambiental, biología, climatología histórica, historia institucional, historia demográfica, historia social, etc.). El examen de los fondos de archivo se acompañó de una consulta sistemática de fuentes privadas o impresas (diarios personales, informes médicos), fuentes municipales (proclamaciones, acuerdos) y fuentes eclesiásticas (registros funerarios), que se presentan en un capítulo.

      En relación con los objetivos propuestos, hemos estructurado este trabajo en tres partes principales precedidas de una introducción en la que analizamos: el marco geográfico del estudio, teniendo en cuenta los principales elementos que lo caracterizan, el estado historiográfico específico de nuestro tema de estudio, y las fuentes y metodología utilizadas.

      La primera parte está dedicada al análisis de los contextos y variables que potencialmente convergen durante los episodios epidémicos. Un primer paso en este viaje consiste en hacer un primer acercamiento al medio ambiente, a los factores "condicionantes" y a la sintomatología de las dos enfermedades más susceptibles de reaccionar a las fluctuaciones climáticas y medioambientales, a saber, la malaria y la fiebre amarilla. También estamos tratando de entender los procesos atmosféricos y ambientales que convergieron entre 1780 y 1825, tanto a nivel europeo como regional, y que caracterizaron el clima de la Península Ibérica en ese momento. Con estas incertidumbres climáticas en mente, nos centramos en el análisis de las series de temperatura y precipitaciones de Barcelona para entender las principales fluctuaciones de las series meteorológicas-instrumentales durante el periodo de estudio.

      A continuación se discute el conocimiento de las principales epidemias de fiebre y su presencia endémica en la Europa moderna y contemporánea. Esta configuración está ligada a las posibles sinergias que podemos detectar respecto a los episodios vinculados a las epidemias febriles que tuvieron lugar en Barcelona en ese momento. Al mismo tiempo, observamos cómo se han percibido o estudiado a través de los testimonios de los contemporáneos, como es el caso de la información recogida por el Dr. Francisco Salvá y Campillo. También se tienen en cuenta las endemias y epidemias de fiebres que afectaron a la Península Ibérica entre los siglos XVIII y XIX. Nos preguntamos por la coincidencia entre estos episodios y las principales epidemias de fiebre que se están produciendo en Barcelona.

      A continuación, se explora el marco en el que se desarrolla esta confrontación entre el entorno vital y la salud pública. Recordamos el contexto socioeconómico de Barcelona entre el Antiguo Régimen y el Régimen Liberal, insistimos en el lugar de las actividades agrícolas y productivas en relación con el tema de la higiene, en los principales problemas de higiene y salud pública que de él se derivan para la ciudad. En esta ocasión, presentamos la evolución histórica de las estructuras de salud pública encargadas de gestionar las crisis epidémicas a nivel local (Junta de Sanidad de Barcelona) y a nivel estatal (Real Tribunal del Protomedicato y Junta Superior de Sanidad). Nuestro objetivo aquí es doble: comprender mejor el funcionamiento de estas instituciones y analizar la relación de colaboración establecida entre estos profesionales de la salud y las organizaciones de salud pública. Este conocimiento permite observar los principales cambios que se han producido en el ámbito de las estructuras de salud pública (a nivel local y regional) y sus consecuencias en la evolución de la ciencia médica (controversias científicas entre médicos y cirujanos, afluencia de profesionales de la salud no cualificados en la ciudad, conexiones entre diferentes sociedades científicas, cambios en los planes de estudio, etc.).

      La segunda parte de la tesis se centra en el análisis de la serie de mortalidad de las parroquias de Santa Maria del Pi y Sant Just i Pastor entre 1770 y 1825. Se examinan las fluctuaciones entre la mortalidad adulta e infantil, tanto entre datos brutos como en relación con la tendencia normalizada, la mortalidad estacional en todo el período y su fluctuación en períodos quinquenales (1770-1824). Además, la intensidad de los ataques de mortalidad se calcula en todos los datos de la muestra. Se hace hincapié en la estacionalidad y la nomenclatura de las causas de muerte recogidas en estas dos parroquias entre 1801 y 1825.

      El impacto de las oscilaciones variables climáticas y su posible efecto sobre la mortalidad estacional concluye esta segunda parte. Para ello, utilizamos correlaciones entre las series de instrumentos meteorológicos y las series de mortalidad.

      La tercera parte presenta la gestión de las situaciones epidémicas y los impactos en la sociedad barcelonesa entre 1780 y 1825, a partir de ejemplos adecuados, con el fin de analizar con más detalle la percepción de las anomalías climáticas y las medidas adoptadas o no en el ámbito de la salud pública.

      El clima, el medio ambiente y la sociedad son los tres pilares principales que han interactuado en las causas de las enfermedades. El entorno clínico así creado caracteriza el período comprendido entre la última década del siglo XVIII y los primeros años del siglo XIX. Nuestro objetivo es arrojar luz sobre estos elementos entrelazados en una relación compleja y fluctuante. Su análisis por parte de los historiadores oculta los desafíos de la sociedad, especialmente considerando la utilidad que se puede extraer de él en el contexto de la dinámica actual del cambio climático. Más allá de esta modesta contribución que esta tesis hace a los grandes desafíos de nuestro mundo, nuestro trabajo consolida el campo de los estudios interdisciplinarios centrados en el análisis de las amenazas naturales, sus consecuencias y las causas que las impulsan.

      Conclusión: Una de las ambiciones de esta investigación era descubrir una cronología detallada de las alteraciones climáticas que afectan al terreno de Barcelona durante el periodo considerado. A continuación se presentan los principales resultados en esta área.

      En términos climáticos, la principal característica del período comprendido entre 1780 y 1825, coincidiendo con la fase final de la Pequeña Edad de Hielo (LEG) y el segundo hiperPAG (1815-1860), es la interrelación de fenómenos atmosféricos complejos. A veces alimentados por fenómenos geológicos como el impacto de erupciones volcánicas, que se producen simultáneamente, estos fenómenos generan variaciones locales o regionales que deben ser estudiadas ubicándose en la tendencia general de las fluctuaciones manifestadas por los cambios en la temperatura y el régimen hidrometeorológico.

      Los diversos fenómenos climáticos que caracterizaron las BPA incluyeron el fenómeno de El Niño durante la década de 1790 y el mínimo solar de Dalton (1790-1830). Añadamos que estos dos fenómenos climáticos que acabamos de mencionar coincidieron con los efectos generados por la última fase de la Oscilación de Maldà (1760-1800). Como resultado de las erupciones más notables del mundo, referidas al volcán islandés Laki (junio de 1783 - febrero de 1784) y al Vesubio (1783) y al volcán indonesio Tambora (abril de 1815), estas diversas perturbaciones atmosféricas tuvieron un fuerte impacto en el clima. En este contexto, hubo episodios abruptos de sequía que superaron los patrones habituales en Europa Central entre 1730-1790 y 1790-1840, alternando con episodios de graves inundaciones como las que se produjeron, por ejemplo, en Alemania, Austria, Bélgica, los Países Bajos y Francia. Esta inestabilidad es evidente a nivel europeo cuando se considera que las temperaturas primaverales son entonces tan cálidas como la media de estos valores en el siglo XX e incluso más altas entre 1766 y 1871, y que son similares a las del siglo XX en otoño.

      Una vez establecido este complejo marco cronológico, nos preguntamos por las consecuencias de esta inestabilidad climática observada a nivel europeo y peninsular y sus consecuencias de hambrunas, enfermedades y catástrofes. Para alimentar esta reflexión, nos basamos en la historiografía y el trabajo de Mary Jane Dobson, quien mostró la confluencia sinérgica entre los períodos de inestabilidad climática, sujetos a variaciones regionales, y las febriles epidemias que tuvieron lugar en la región de Kent entre 1779 y 1781. Estas fiebres en Inglaterra se entremezclaron con dos episodios de crisis nacional que persistieron en 1783, influenciados por acontecimientos históricos. Trabajos como el de Lena Hulden también muestran los efectos de las epidemias de malaria en los siglos XVIII y XIX, cuando P. vivax se extendió por el sur de Finlandia; estas fiebres también afectaron a las tropas estacionadas en Flandes en junio de 1742. También se encuentran en Francia, un país con 15.000 hectáreas de marismas y lagunas en la desembocadura del Ródano, a las que siguen epidemias endémicas y febriles que afectan a las poblaciones de Aigues-Mortes, Martigues, Marignane y Étang de Berre. La fiebre también afecta al norte y al oeste de Francia, especialmente a las ciudades de Vendée, Bretaña (sobre todo en 1773, 1779, 1782 y 1786) y Normandía en los siglos XVIII y XIX. Estas epidemias febriles también están vinculadas a actividades productivas como el cultivo de cáñamo o arroz. Estos elementos son la causa de los problemas de salud, especialmente en las subdelegaciones de Saint-Malo, Dol, Montauban y Montfort a partir de 1779.

      Los fenómenos así observados a escala climática y ambiental se analizan desde el punto de vista de la salud. Las fiebres son un tema de atención para los profesionales de la salud y las academias médicas que, siguiendo un programa médico-científico, tienen la intención de recopilar todo el trabajo disponible sobre este tema y recoger información sobre las epidemias que se han producido o se han producido simultáneamente con las que han afectado a las localidades de Europa. El Dr. Francisco Salvá y Campillo recoge datos del extranjero, por ejemplo, en relación con las epidemias de París de 1710 a 1785 o de Lille entre 1777 y 1784.

      La Península Ibérica, que no es una excepción, sino todo lo contrario, es también una de las zonas de observación privilegiadas para las autoridades sanitarias. La malaria endémica y las epidemias son particularmente frecuentes en la costa de Levante, donde, siguiendo el ejemplo de Alicante, las fiebres ya habían causado estragos en 1716. Su virulencia aumentó entre 1752 y 1785. Sus efectos e impactos han sido analizados por personajes ilustres como Antonio José de Cavanilles, que destaca la nociva influencia de cultivos como el arroz, ligados a las zonas inundadas, en la disminución constante y progresiva de la población en sus inmediaciones debido a la mortalidad por fiebres.

      Uno de los datos que nuestra tesis destaca se refiere a la conjunción de estos episodios febriles. Las epidemias de fiebre, entre 1783 y 1786, se extienden más allá de las zonas hiperendémicas y combinan sus efectos con afecciones como la fiebre tifoidea en toda la Península Ibérica. Esta situación ha tenido un gran impacto en la sociedad y en la evolución demográfica de las poblaciones afectadas por sus ataques, hasta el punto de que la mortalidad causada entre la población del censo de Floridablanca de 1787 fue notable. Durante este período de 1768 a 1787, como señaló Pierre Vilar, el aumento de población en España se limitó a 1.108.151 personas debido a las enfermedades que se produjeron.

      Además de la variabilidad climática de la última década del siglo XVIII, también están los efectos de las crisis de subsistencia relacionadas con la escasez de granos, especialmente entre 1793 y 1795. Combinados con los efectos de las fiebres, estos episodios han tenido repercusiones que han provocado crisis demográficas y sanitarias en Cataluña y en los territorios del Levante, así como en la población de Barcelona. Los efectos de estas epidemias llevaron, por ejemplo, en julio de 1795, a la inversión de 500 libras para la excavación de todas las zonas inundadas de la llanura hortícola alicantina.

      En Cataluña, fue en el siglo XVIII cuando los gérmenes de la malaria se hicieron más frecuentes entre la población catalana, extendiéndose entre poblaciones situadas cerca de ríos como el Ter, Fluvià, Llobregat, Francolí, Ebro o Segre que van de la Seu d'Urgell a Lleida. Estas poblaciones tienen una estrecha relación con los "humedales" generados por los ríos durante los episodios de inundación. Estas últimas, a su vez, pueden proporcionar un entorno propicio para el establecimiento y la aparición de epidemias de fiebre cuando convergen directa e indirectamente con fases de inestabilidad hidrometeorológica asociadas a los impactos de las actividades humanas que se desarrollan en ellas (agricultura, producción artesanal o industrial).

      La expansión del cultivo de arroz y la agricultura intensiva es uno de los tejidos de fondo de este estudio. Fueron fuertemente estimulados a lo largo del siglo XIX por los altos rendimientos que ofrecen y el bajo coste que conllevan. Las áreas donde se han extendido corresponden a las áreas que aseguran la presencia permanente de áreas inundadas necesarias para estos cultivos. En el caso de Cataluña, regiones como el Alto Ampurdán y el Delta del Ebro son, por ejemplo, escenario de episodios recurrentes de fiebres como las ocurridas en el Castillo de Figueres en 1812, 1820, 1827 y 1830.

      Este contexto epidémico no se detuvo en el siglo XVIII, sino que continuó a principios del XIX, coincidiendo con la llegada de una nueva enfermedad a la península, la temida fiebre amarilla. La "jota amarilla" ya había causado considerables daños y pérdidas de vidas en las Indias Occidentales y se había extendido a ciudades como Filadelfia. Esta plaga se produjo en 1800 en las costas meridionales de la península, en Cádiz y Sevilla, en un contexto en el que el comercio con América no podía controlarse exhaustivamente debido al contrabando, que sigue siendo un factor especialmente preocupante para las autoridades sanitarias. En este contexto, el riesgo de morbilidad importada aumenta con la apertura de nueve puertos al comercio transatlántico, incluida Barcelona, y aumenta con la introducción del libre comercio con América mediante el Real Decreto de 2 de febrero de 1778.

      El período que estamos explorando se caracteriza, por lo tanto, por la presencia recurrente de malaria y otras morbilidades. Este hecho, señalado por Carlos Rico-Avelló, confunde a este médico. Este contexto de multipatologías preocupa a un gran número de sus colegas. Además de la llegada de la fiebre amarilla, se produjeron brotes como los de 1803-1804, que se sumergieron en un período de inestabilidad climática e inseguridad económica y pusieron de manifiesto la falta de eficacia y sistematización de las reformas recomendadas en la España de la Ilustración. El "vómito negro" reapareció entre 1810 y 1813 en Cádiz, Málaga, Murcia y Alicante y reapareció en forma de pequeños brotes esporádicos como los de San Fernando (Cádiz) en 1819 hasta el brote que se produjo en Barcelona, Tortosa y Mequinenza en 1821.

      Barcelona es, por tanto, el marco ideal para analizar el impacto de los efectos del cambio climático y de las epidemias en la sociedad. Es una ciudad rodeada de lagunas que se extienden desde Monjuïc hasta Castelldefels: la Llacuna de Port, la Torre del Riu, de la Podrida, Magarola, la Remolà, Mutra y Mutrassa. Estas lagunas enmarcan toda el área que rodea la ciudad. Estas zonas también están conectadas con otras lagunas menores a ambos lados del río Besós, en las que se cultivaba cáñamo y que eran entornos insalubres. Como consecuencia, el paludismo se repite en localidades como El Prat de Llobregat entre 1718 y 1773, donde persiste hasta el siglo XIX. También afectó intensamente a Viladecans y Castelldefels entre 1800 y 1808, reduciendo la esperanza de vida de sus habitantes. Estas poblaciones sufren principalmente las consecuencias de las epidemias de malaria de 1784 y 1785 o de la gran epidemia que afectó a Sant Boi de Llobregat en 1794 y que, en su conjunto, provocó la restricción del cultivo de cáñamo y el desarrollo, no aplicado, del primer proyecto sanitario en el Delta.

      Barcelona es una ciudad que, ya en el siglo XVIII, promovió la expansión de la agricultura intensiva y el regadío en su periferia, a través del Pla de Barcelona (pradera situada entre la sierra de Collserola y la ciudad), la "Marina" y la comarca del Vallès. A ello hay que añadir la explosión demográfica y la densificación del tejido urbano tras las modificaciones estructurales sufridas por la ciudad con motivo de la construcción de la fortaleza de "La Ciudadela" en 1715. Las zonas más cercanas a la ciudad eran, por tanto, lugares de infección, como las Huertas de San Bertrán, situadas entre Montjuïc y el Raval, debido a la actividad agrícola que se desarrollaba en ellas. La acumulación de estiércol y agua estancada ya fueron señalados por los contemporáneos como factores de la insalubridad que allí reinaba.

      Estas malas condiciones sanitarias se han deteriorado aún más debido a la proliferación de industrias manufactureras, el establecimiento de plantas metalúrgicas, cuero, papel, jabón y otras actividades que son objeto de muchas quejas entre la población por la contaminación que causan. El impacto ambiental generado por las fábricas textiles, los "Prados de Indianas" que poblaban la zona del río Besós, es considerable. El lavado y secado de los tejidos requería canales de irrigación para asegurar el flujo necesario. En este sentido, la Acequia Condal, o "Rech Comtal", fue durante todo el período uno de los principales puntos de vertido de residuos de las actividades productivas que se desarrollaban a lo largo de su recorrido (cultivo de cáñamo, actividades textiles y de cuero, especialmente en el barrio del Born). Este canal sigue siendo uno de los puntos de entrada de las infecciones. A pesar de los esfuerzos de la municipalidad para intentar establecer una limpieza sistemática, ésta se lleva a cabo en las inmediaciones de la ciudad de manera superficial y no de acuerdo con las disposiciones que rigen las obras públicas. Los cambios estructurales que sufrió la ciudad a principios del siglo XVIII contribuyeron a la concentración de la población en barrios como Sant Pere o El Raval. La constante llegada de una nueva población atraída por el comercio y las diversas actividades industriales que allí se desarrollan tiene una importancia primordial desde el punto de vista demográfico.

      Desde un punto de vista metodológico, nuestro enfoque consistió en analizar las medias móviles de 11 meses realizadas en la base de datos de mortalidad bruta. Este proceso nos permitió identificar los períodos en los que la mortalidad de adultos ("cuerpos") y niños ("albados") es mayor. Las fluctuaciones más notables coinciden con la irregularidad ambiental típica de la Oscilación de Maldà, entre los años 1770 y 1790, siendo aún más abrupta durante los años centrales de la década de 1790.

      Durante el período comprendido entre 1790 y 1800, el contexto ambiental entró en una dinámica de extrema complejidad. Durante estos años convergen la alteración climática y ambiental generada por la oscilación de El Niño y el mínimo solar de Dalton, durante los cuales la sequía será el factor dominante.

      Demostramos que la disminución de la mortalidad observada después de 1809 podría explicarse por la posible huida de la población de Barcelona en relación con los efectos de la Guerra de la Independencia (1808-1814). También hay que invocar elementos explicativos más prosaicos (disminución de la calidad de los registros parroquiales durante estos años). La mejora relativa de las condiciones ambientales durante este período es finalmente un factor explicativo a tener en cuenta. En este sentido, sería necesario desarrollar nuevos estudios que expliquen la disminución de la mortalidad que hemos detectado en estos años. Sin embargo, esta disminución es sólo temporal. La gran fase de sequía que duró de 1812 a 1824 reactivó la evolución de la mortalidad con picos visibles como los de 1818, antes de que comenzara a sentirse el impacto generado por la fiebre amarilla de 1821.

      Como lo demuestra el análisis de las medias móviles de 11 meses entre 1770 y la fase más pronunciada de irregularidad ambiental, típica de la Oscilación de Maldà, que ubicamos a partir de 1780, los picos de mortalidad que se producen en estos primeros años conciernen principalmente a los niños que experimentan un mayor aumento de las muertes. Este es el caso entre noviembre de 1771 y septiembre de 1772, o entre mayo de 1775 y enero de 1776.

      A medida que entramos en la fase de mayor anomalía ambiental, a partir de la década de 1780, encontramos episodios notorios de exceso de mortalidad infantil como los de junio de 1781 a enero de 1782. Nuestra hipótesis es que podrían estar relacionadas con el calor de los meses de primavera de 1781, como parece indicar la anomalía térmica en los datos de temperatura mínima y máxima estándar detectados.

      Los años 1783 a 1786 forman parte de una tendencia climática caracterizada por precipitaciones anómalas y temperaturas con consecuencias más evidentes sobre la mortalidad que podrían deberse al impacto de la malaria. En este sentido, se observa un exceso de muertes de adultos en los primeros meses de 1783. También detectamos un mayor impacto en la mortalidad infantil entre junio de 1785 y mayo de 1786. Durante el año 1785, la caída se caracterizó por un aumento anormal de las temperaturas mínimas y máximas, y fue precedida por una primavera más húmeda de lo habitual. Durante esta secuencia, la mortalidad infantil entre los "albados" estuvo marcada menos por su intensidad que por su continuidad, como se detectó entre septiembre de 1787 y mayo de 1788.

      La década de 1790 fue a su vez una fase caracterizada por una mortalidad infantil ya perceptible desde agosto de 1790 y que se mantuvo hasta el verano de 1791. Forma parte de un contexto ambiental impulsado por la prevalencia de la sequía y la anomalía térmica de las temperaturas máximas que, ese año, ya se conocían desde el invierno de 1790-1791 y en la primavera del año pasado.

      Entre los picos de mortalidad que surgen se encuentra el exceso de mortalidad infantil. Se estima que entre abril y diciembre de 1793 convergió con el aumento de las muertes de adultos entre octubre del mismo año y julio de 1794. Esta mortalidad se produce en un período de inestabilidad climática, entre períodos de sequía y precipitaciones excesivas, como fue el caso entre 1793 y 1795.

      Siguió un período de anomalía ambiental, marcado por una sequía persistente entre 1795 y 1798. Le sigue la interrupción de las estaciones secas debido a las primaveras lluviosas como las de 1797 o los veranos húmedos como los de 1798. Una vez más, este ciclo conduce a períodos de exceso de mortalidad, particularmente notable en términos de mortalidad infantil en los meses que van desde la primavera hasta el otoño de 1797.

      Las fluctuaciones que detectamos entre 1803-1806 son dignas de mención. Estos son años en los que la inestabilidad climática causa impactos ambientales significativos. Parecen converger con fases de anomalías térmicas como las de los años 1803 a 1804, que constituyen un punto de ruptura antes de la fase de sequía predominante en los primeros años del siglo XIX. La particularidad de esta secuencia radica en el aumento de las precipitaciones ya en la primavera de 1803, que coincide con un aumento simultáneo de los valores de temperatura mínima y máxima. Esta inestabilidad ambiental se correlacionó con la anomalía de la mortalidad adulta e infantil detectada en los valores normalizados para los meses de verano y otoño de 1803.

      En el contexto de la gran fase de sequía, la mega-sequía (entre 1812 y 1824), estamos asistiendo a períodos cuya singularidad radica en las transiciones estrechamente espaciadas entre la sequía persistente y el aumento de las precipitaciones. En este sentido, fue a partir de 1815 que, después de la erupción del volcán Tambora, los efectos de la sequía parecieron sentirse, especialmente en 1817. Por otra parte, fue en los últimos meses de 1817 y julio de 181818 cuando se detectó un exceso de mortalidad adulta a través de promedios móviles y mortalidad infantil entre marzo y agosto de 1818. Esta mortalidad respondería al deterioro gradual de las condiciones ambientales, que fueron particularmente notables durante los meses de verano y otoño de esos años. El impacto de las lluvias podría haber provocado un mayor deterioro de las condiciones ambientales, debido a la extrema sequía previa. Así, las muertes anormales por mortalidad adulta que detectamos en la primavera de 1820 están a su vez inmersas en un patrón anormal de precipitaciones ya perceptible entre diciembre de 1819 y los meses de enero y febrero del año siguiente. Las precipitaciones también continuaron sin disminuir en la primavera, con la adición de temperaturas mínimas fluctuantes. Este marco es probablemente un período óptimo para la incidencia de la morbilidad, como la malaria.

      Finalmente, el exceso de mortalidad causado por la fiebre amarilla en el otoño de 1821 es incomparable en comparación con años anteriores. El hecho de que no se detecte la misma incidencia en la mortalidad infantil entre los albados, quizás debido a las situaciones caóticas que se vivían en ese momento en las parroquias y a la evacuación de la ciudad. Sin embargo, los adultos que murieron allí debido a la epidemia reportan un impacto sin precedentes de la enfermedad durante este mes. Durante este otoño, las condiciones ambientales fueron favorables para los vectores de la enfermedad y su desarrollo, con temperaturas mínimas y máximas que mostraron una anomalía sincrónica positiva. También fueron las lluvias de primavera y verano de ese año las que afectaron al medio ambiente de Barcelona al crear espacios insalubres, agravando los problemas de salud de una ciudad que no disponía del agua necesaria debido a la sequía. Esta concatenación de causas ambientales allanó el camino para la llegada de la fiebre amarilla.

      Una primera evaluación de la relación entre las variables climáticas y los episodios estacionales de exceso de mortalidad se realizó mediante la aplicación de correlaciones entre los promedios móviles de 11 meses de los datos de anomalías resultantes de la diferencia entre los valores mensuales absolutos y el promedio mensual de todos los datos observados.

      Estos resultados requieren análisis más detallados, que deben continuar más allá de la defensa, en colaboración con un equipo interdisciplinario para aclarar la singularidad de los períodos de anomalía tanto a escala mensual como diaria. Sin embargo, uno de los logros de este trabajo sigue siendo la correlación positiva que obtuvimos entre las precipitaciones y la mortalidad infantil en abril, pero aún más entre las precipitaciones y las anomalías de temperatura que explicarían el aumento de las muertes durante el verano. Del mismo modo, un análisis más detallado de la brecha positiva entre la mortalidad adulta y las temperaturas mínimas de septiembre podría proporcionar una mejor comprensión de la incidencia de los brotes de malaria, dada su dependencia de las condiciones ambientales.

      La comparación de los resultados obtenidos con el análisis de la media móvil de 11 meses con los desarrollados con la metodología del Del Panta confirma los períodos de anomalía detectados anteriormente, ya que son los años 1777, 1781, 1785, 1788, así como los años 1793-94, 1800, 1803-1806, 1816-1818 y 1821 en los que se superan las tendencias habituales de mortalidad de las dos parroquias.

      Por otra parte, una primera evaluación de la fluctuación de las defunciones en el valor proporcional permitió destacar su carácter estacional, en función de si corresponden a defunciones de adultos o de niños a lo largo de todo el periodo de estudio (1770-1825). En este sentido, es notable que la mortalidad adulta tenga altos valores en primavera, pero también en octubre. Además de los picos habituales de mortalidad invernal, una mayor mortalidad en otoño puede ser un indicador de los efectos cíclicos causados por las epidemias de paludismo, con una recuperación de la mortalidad adulta en primavera y otoño.

      También hay una tendencia al alza en la mortalidad de primavera para la categoría de los "albados" entre 1770 y 1825. Sin embargo, los picos se sitúan en el período estival, probablemente debido a enfermedades gastrointestinales, para las que debería realizarse un análisis detallado para evaluar los efectos derivados de la interacción entre los ataques de paludismo y las multiinfecciones. La mortalidad infantil también refleja una tendencia a continuar durante los meses de septiembre a octubre, lo que puede mostrar el impacto de las fiebres de malaria, cuya estacionalidad en primavera, verano y otoño es claramente perceptible. En este sentido, el análisis de las gradaciones presentadas en valor proporcional de la mortalidad por quinquenio permitió destacar las fluctuaciones que pueden haber experimentado las tendencias estacionales de la mortalidad adulta e infantil entre 1770 y 1824.

      La respuesta de la sociedad a los efectos de la inestabilidad climática, agravada por las deficiencias estructurales de la ciudad, y a las situaciones de epidemia, es uno de los principales focos de este trabajo. En este sentido, el marco de la década de 1780 corresponde a un período en el que la variabilidad climática es más pronunciada. Se encuentran en fuertes oscilaciones térmicas y en la alternancia o simultaneidad de anomalías que afectan al régimen de precipitaciones. Fue entre 1783 y 1786 y en los años siguientes (1787 y 1788) cuando la inestabilidad climática, característica de la última fase de la Oscilación de Maldà, tuvo los efectos más significativos sobre las condiciones ambientales y la agricultura. Este ciclo se ve agravado por las consecuencias de las erupciones de Laki y Vesubio en 1783, que perturbaron las condiciones de circulación atmosférica. Debido a las lluvias de finales del invierno de 1783 y 1784, los campos se inundaron y las carreteras sufrieron daños, lo que impidió el suministro de productos básicos para la subsistencia de los habitantes de Barcelona. Esta situación lleva a la municipalidad a implementar ordenanzas para reducir el impacto de la escasez de alimentos, lo que lleva a que los precios de los productos de subsistencia esenciales sean más altos. Esta irregularidad climática ha sido sentida por los contemporáneos, especialmente los efectos generados por las lluvias en las afueras de Barcelona. Está recibiendo más atención de los médicos y de la municipalidad. Sin embargo, sus iniciativas siguen siendo limitadas debido al estrecho margen de maniobra económico del que dispone el Consistorio de Barcelona. Los efectos en la salud de la población de las precipitaciones y las fluctuaciones de la temperatura fueron particularmente notables en 1785. En enero y febrero de 1787, el Dr. Salvá continuó dañando las cosechas y teniendo consecuencias para la salud, tiempo durante el cual el Dr. Salvá destacó las dificultades que los agricultores habían encontrado para hacer prosperar las cosechas.

      Los efectos de las inundaciones fluviales y la proliferación de zonas insalubres también son puestos de relieve por los propios habitantes, que llaman la atención del municipio para que los remedie. En octubre de 1787, los actores se quejaron de las aguas estancadas que habían agravado la ya precaria salud de la zona de "Prados de Indianas" y de la laguna de La Granota. Uno de los problemas actuales es el desbordamiento de los cursos de agua, que ha sido mitigado por las órdenes de desarrollar las riberas del río Llobregat mediante la plantación sistemática de árboles para contener el río en su cauce, pero que es insuficiente.

      En los años inmediatamente anteriores al brote de fiebre de 1783 a 1786, los efectos de la sequía sobre la salud de la ciudad, especialmente en 1780, llevaron a las autoridades públicas a emitir ordenanzas. La publicada por Jacinto Pazuengos y Zurbarán, Gobernador Militar y Político de Barcelona, el 8 de abril de 1780, tiene por objeto preservar la higiene y el buen estado de las carreteras y acequias situadas cerca de la ciudad. Sin embargo, existe un incumplimiento de las órdenes, en parte debido a la falta de recursos disponibles para la municipalidad. Este defecto es constante durante todo el período, a pesar de las iniciativas tomadas por las autoridades superiores y el municipio.

      Las epidemias febriles de 1783 y 1786 pusieron de relieve los problemas de salud de la ciudad y la oportunidad de limpiar las zonas que presentaban un mayor riesgo de infección. Así, ya en 1783, se señaló que la mayoría de las personas que padecían fiebres procedían de los suburbios de Barcelona. Esto tuvo un efecto más virulento en las clases desfavorecidas de la ciudad y en los soldados, aunque algunas personas ricas también habían sido víctimas. Estas fiebres estaban causando estragos en la ciudad, en gran medida debido a la extrema debilidad de una población desnutrida. La constante crisis de subsistencia empobreció aún más a la población de Barcelona. Debido a su precariedad económica, esta población ha recurrido con frecuencia a remedios de origen y eficacia cuestionables, lo que ha llevado a la aplicación sistemática de agentes más eficaces en los estados más avanzados de la enfermedad.

      En este contexto, el municipio está aplicando una política de salud pública encaminada a mejorar el estado de salud de la clase trabajadora, alentando a los profesionales de la salud a vigilar sus condiciones de higiene y a velar, en la medida de lo posible, por que sean tratados en sus hogares o remitidos a un hospital en los casos más graves. Es también en el contexto de esta epidemia que los médicos de la Real Academia Médico-Práctica de Barcelona aconsejan al municipio que preste mayor atención al saneamiento de las zonas inundadas en las afueras de la ciudad y otros puntos específicos (zanjas y murallas). Sin embargo, este objetivo sigue siendo un deseo piadoso en su conjunto debido a los elevados costes económicos que implica.

      Los brotes de fiebre que se produjeron en 1787 y 1788 en el Hospicio de Mujeres "La Casa de la Misericordia" y en el Hospicio de Hombres "Colegio Tridentino" llevaron a la municipalidad a reabrir los expedientes establecidos por los médicos durante la epidemia de 1783-1786 para evaluar las medidas que se podían tomar para mejorar la salud de la población. Estos se limitaron a promover una mejor ventilación de los hospitales, hospicios y prisiones de la ciudad.

      La fiebre se propagó varias veces en el Hospicio de Mujeres entre julio y noviembre de 1787, donde se concentraban las mujeres que hilaban algodón y lana. Las malas condiciones higiénicas en las que se llevó a cabo este trabajo contribuyeron a la propagación del vector que transmite el paludismo. A pesar de no generar una alta tasa de mortalidad entre ellas, la constante morbilidad y recaída provocada por la fiebre palúdica ha debilitado considerablemente a estas mujeres, como lo demuestra el caso de Francisco Salvá, que supervisa la propagación de la epidemia, y las que tuvieron lugar en el Colegio Tridentino en 1789 o en la Casa de la Misericordia entre 1793 y 1794.

      Al igual que en 1785, la confluencia de los períodos de lluvias con las altas temperaturas de 1788 provocó epidemias de paludismo. La "epidemia de catarros" registrada y descrita por Francisco Salvá tuvo lugar en un contexto ambiental similar al de 1785. Esta epidemia afecta a la población independientemente de su edad o clase social. Más que un simple resfriado, ha debilitado a la población y la ha obligado a recuperarse durante un corto o largo tiempo.

      Por otra parte, durante la epidemia de fiebre de 1785, por orden del Conde de Campomanes, un nuevo informe redactado el 22 de febrero de 1786 por los doctores Rafael Steva, Pablo Balmes y Luis Prats destacaba los beneficios para el estado de salud de la población de la desecación y el saneamiento realizados en las murallas del Raval. Este informe subraya una vez más la necesidad de evitar los daños causados por la creciente contaminación en la Acequia Condal y las deficiencias del sistema de saneamiento de la ciudad, cuyo buen funcionamiento a menudo se ve impedido por la acumulación de residuos.

      Los médicos también hacen hincapié en la necesidad de limpiar las aguas estancadas de las lagunas occidentales, especialmente las situadas entre las ciudades de Gavà y Castelldefels. Estas regiones eran conocidas por su insalubridad y por las fiebres endémicas que se desarrollaban cíclicamente, especialmente durante los meses de verano.

      Las disposiciones de salud pública promulgadas por estos médicos fueron divulgadas por Manuel de Terán, Intendente General del Ejército y del Principado de Cataluña, el 6 de octubre de 1786. Han contribuido a mejorar la labor de los profesionales de la salud frente a las epidemias de fiebre, alentando al mismo tiempo a las autoridades a garantizar que los sistemas de tuberías de los recursos hídricos estén en buenas condiciones y que se limpien las zonas acuáticas estancadas.

      Durante el estallido de fiebres en esos años, los médicos afirmaron la necesidad de prohibir los entierros en las iglesias y cementerios circundantes, incluyendo el Hospital de Santa Creu, debido a los problemas de higiene que esto implicaba para la ciudad. Esta observación ya había sido señalada por el doctor Francisco Santponts en diciembre de 1780. Sin embargo, el proceso de romper la costumbre del entierro en las iglesias es largo, como lo ha demostrado la historiografía y está sujeto a la constante oposición de la Iglesia. De hecho, no fue hasta 1802, después de la visita de Carlos IV a Barcelona, cuando el municipio expresó su intención de trasladar algunos cementerios a las afueras de la ciudad. Esta iniciativa se completó en 1819 con la construcción del cementerio de Poble Nou.

      En el contexto de una mayor irregularidad ambiental en la década de 1780, las epizootias y las plagas convergen y adquieren mayor visibilidad debido a los impactos y alarmas que provocan en la sociedad. Aunque las epizootias bovinas han sido recurrentes en el pasado, la crisis de 1783 ha llamado la atención. No encontramos ninguna situación similar, ni antes ni después, a la alerta emitida en su momento por la Oficina de Salud de Barcelona y en su territorio relacionada con la propagación de la epidemia de fiebre aftosa entre el ganado.

      Desde las primeras advertencias de abril de 1783, las medidas preventivas han sido relativamente permisivas, reconciliando las restricciones al consumo de carne sin impedir su venta en vísperas de Pascua. Al persistir el brote, que afectó a las ciudades de Hostalric, Sant Celoni, Mataró, Girona, Palamós y Sant Feliu de Guíxols el 17 de mayo de 1783, las medidas preventivas se vieron reforzadas por la Oficina de Salud de Barcelona, que amplió el método curativo comunicado por el Obispo de Girona, a raíz del brote que tuvo lugar en 1682. Los médicos de la Real Academia Médico-Práctica de Barcelona no sólo han ratificado las disposiciones de la Oficina de Salud, sino que también han contribuido a mejorar la administración de los ingredientes esenciales para la preparación de las cataplasmas a aplicar. Las indicaciones fueron distribuidas por Félix O'Neille el 20 de mayo de 1783, detallando las penalidades en que incurren quienes riegan el ganado en áreas públicas con utensilios diseñados para extraer agua de los pozos.

      La introducción de veterinarios en la cadena sanitaria ("albéitares") estacionados a las puertas de la ciudad, la restricción del acceso a la ciudad a todos los animales que presenten síntomas de infección, la separación entre personas sanas y enfermas y la prohibición del consumo de productos lácteos son los principales mecanismos de prevención aplicados por las autoridades municipales. La reducción progresiva del número de animales infectados a partir del 31 de mayo de 1783 condujo a una retirada gradual de las medidas preventivas hasta su cese el 21 de junio. Sin embargo, las autoridades han permanecido vigilantes en caso de signos de resurgimiento de la enfermedad.

      El brote en Francia, en Mont-de-Marsan, llevó al Capitán General de Guipúzcoa a suspender la celebración de las ferias de Lerga y Burguete el 29 de agosto. La alerta no terminó hasta el 27 de octubre de 1783, cuando el Conde de Campomanes, después de asegurarse de que la enfermedad del ganado había terminado en Francia, presentó una evaluación del impacto económico que había generado en Cataluña. La cifra ascendía a 15.776 reales y 22 monedas de vellón, pagadas el 1 de septiembre de 1783 por el Real Tesoro.

      La epizootia también provoca una revisión de los principales puntos en los que se tratan los restos de los animales utilizados por los curtidores, como observamos el 19 de febrero de 1784 cuando la Oficina de Salud se preocupó por las condiciones sanitarias del "cañón". Situado cerca de la ciudad, este lugar era una concentración de residuos. Ante las primeras soluciones propuestas, como el enterramiento de los restos para evitar los malos olores que emanan de este enclave, los cónsules de la Guilde des Tanneurs cuestionan los elevados costes de la asignación de personal a esta tarea. En 1788, la Oficina de Salud de Barcelona decidió que, a partir de ese momento, todos los restos debían ser quemados en esta zona para evitar que quedaran al descubierto.

      También en este contexto de irregularidad ambiental se produjo una invasión de orugas venenosas el 26 de marzo de 1786, que se extendió a las montañas de Collserola, Sant Geroni y Vall d'Hebron. La Oficina de Salud está preocupada por la propagación de este flagelo, en particular debido a la posible contaminación del pan por la madera utilizada para su producción. Tras la publicación, el 29 de marzo, de las prescripciones en las que se instaba a los representantes de los horticultores y panaderos a ejercer una vigilancia extrema, el Consejo de Sanidad también amplía la alerta a las aldeas cercanas a los lugares infectados para que puedan enviar los informes preparados por los médicos con el fin de conocer el alcance de la contaminación.

      Aunque no se ha tenido en cuenta el impacto de la plaga, con excepción de los daños a los viñedos y árboles frutales en las zonas afectadas, se están tomando medidas preventivas sobre la base de las aplicadas en Francia para controlar las orugas venenosas. Fue la aplicación sistemática de un círculo de grasa o jabón alrededor del tronco de los árboles lo que impidió que las huellas se movieran de un árbol a otro, reduciendo así la propagación del parásito. Como resultado, la Junta de Salud ordena a los propietarios que inspeccionen sistemáticamente los bosques en primavera y verano, talen y quemen los árboles afectados. Tomamos nota de que las disposiciones se están aplicando con mayor énfasis.

      El brote de fiebres de 1793 a 1794 fue precedido por los efectos de la sequía, particularmente notable en 1792, seguido por un período marcado por efectos alternados de escasez de agua y fuertes lluvias. En años anteriores, las rogativas han sido organizadas por empresas locales. Estas procesiones, colocadas en una lógica de penitencia, están tradicionalmente destinadas a obtener del Todopoderoso el fin de la escasez de lluvias. Al mismo tiempo, en 1792, el municipio intentó aumentar la capacidad de las vías de abastecimiento de agua para el consumo de la ciudad. Sin embargo, sus recursos económicamente limitados son un obstáculo para este esfuerzo. Parte del saneamiento y reparación de la red subterránea que abastecía de agua a la ciudad será realizada por particulares a cambio de concesiones de cuotas de consumo en sus hogares. Sin embargo, a pesar de estas medidas, el efecto de la sequía sigue siendo especialmente importante en la producción agrícola, provocando crisis en los medios de subsistencia debido a la escasez de trigo en el Principado de Cataluña en ese momento. Las dificultades económicas del Ayuntamiento de Barcelona también han repercutido en este punto, limitando su capacidad de actuación. Enfrentarse a la importación de trigo para ayudar a los habitantes de Barcelona es imposible para él, a pesar de que los efectos de la guerra del Rosellón dificultaron el funcionamiento normal de las rutas comerciales. La creciente escasez llevó al consistorio a reducir los tipos de pan (blanco, mixto y marrón) a un solo compuesto de maíz, frijoles y cebada y a reservar los pocos recursos disponibles para alimentar a los enfermos y a los convalecientes.

      El brote de fiebres entre 1793 y 1794 se produjo en un contexto de variabilidad climática durante el cual, tras la sequía, se produjeron lluvias catastróficas en la región, seguidas de un calor inusual en verano y otoño de 1793. Las lluvias incluso destruyeron parte del canal del "Rech Comtal", en las cercanías de la ciudad de Moncada, dificultando la molienda de los granos disponibles para la panificación. De nuevo en 1794, la anomalía climática fue claramente perceptible durante los primeros meses del invierno, que se caracterizaron por el aumento del calor. Durante este periodo, y debido a la crisis de subsistencia, el Capitán General de Cataluña ordenó la suspensión de pagos ya que las industrias estaban prácticamente sin trabajadores para mantenerlas en funcionamiento, mientras que la población estaba debilitada y enferma.

      En este contexto, se produjo la epidemia de sarampión, especialmente grave entre mayo de 1793 y julio. Leemos de nuevo este episodio epidémico en relación con las perturbaciones ambientales del período. El sarampión convergería con los efectos generados por las fiebres persistentes que Francisco Salvá detectó durante sus visitas. Esta epidemia, que afecta principalmente a niños y jóvenes de entre 14 y 30 años, es el preludio de la epidemia febril que comenzó a sentirse en Barcelona en julio de 1793 y que no terminará hasta junio del año siguiente. Esta epidemia de malaria está asociada a un tifus exantemático, importado por la llegada gradual a la ciudad de tropas del Rosellón, después de haber estado estacionadas en la región de Ampurdán entre 1792 y 1793, donde habían acampado en condiciones higiénicas deplorables cerca de las marismas.

      Por lo tanto, el impacto demográfico de estas dos epidemias es notorio. Prueba de ello es la elevada mortalidad que estos años generan en las parroquias de Sant Just i Pastor y Santa Maria del Pi. Las necrológicas elaboradas por los médicos de la Real Academia Médico-Práctica de Barcelona también muestran un aumento de las muertes. El análisis de los datos brutos de mortalidad del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau ha permitido mostrar que la mayor parte de las muertes que allí se produjeron correspondieron a soldados que comenzaron a morir en mayor número entre octubre y diciembre de 1793. Esta epidemia ha causado gran preocupación entre la población por temor a contraer la enfermedad. Debido a que se considera altamente contagiosa, se insta a la población a evitar ir al Hospital Santa Creu. Por esta razón, la atención se presta en el hogar y los pacientes están confinados en sus hogares. Esta realidad ha alimentado el rumor de que la administración de viáticos a los moribundos a través de los gestos y objetos con los que se celebran los ritos de unción extrema ha sido un vector de la propagación de la enfermedad en la ciudad. Debido a que los residentes evitaron ir al hospital, la enfermedad se trató mejor en el hospital municipal o en un hospicio. Las multitudes enfermas que se concentraban allí y las malas condiciones de higiene habrían favorecido la proliferación del vector del paludismo.

      El hecho de que nos centremos en el análisis de las reacciones de los médicos ante las epidemias de fiebre en el Ampurdán se explica por nuestro interés en el tratamiento de la fiebre en los territorios hiperendémicos. En este sentido, la proliferación del cultivo de arroz y las marismas que pueblan la región es un campo de observación relevante para este estudio. ¿Cómo fueron capaces estas áreas de formar un todo entendido como un ecosistema que combina una serie de causas naturales y artificiales que promueven la persistencia de la malaria? ¿Cómo, a su vez, estas condiciones ambientales y de salud crearon resiliencia por parte de la población que vivía allí? Cabe señalar que el cultivo de arroz en la región ha sido objeto de muchas controversias desde el siglo XIII. Fue regulada a principios del siglo XVIII en 1704 y luego en 1721. Sin embargo, los principales beneficios alimentarios superan los riesgos para la salud, razón por la cual los grandes terratenientes han violado continuamente las restricciones en el Ampurdán.

      La obra de Francisco Pons, entre 1784 y 1785, destaca la relación entre las epidemias de malaria y las frecuentes variaciones en la atmósfera que percibe en primavera y en la transición repentina del frío al calor en otoño. Estos elementos están relacionados con los vapores que provienen de las aguas estancadas, las fiebres que atacan regularmente a los habitantes de la región y están acompañadas de delirios, dolores de cabeza y vómitos. Estas enfermedades son típicas de una región pantanosa donde abundan los charcos, arroyos y aguas embalsadas y donde, según el médico, abundan una variedad de insectos que llevan fiebres. Por lo tanto, estas zonas son conocidas por su insalubridad y por la presencia recurrente de estos males. Por ello, Francisco Pons insta a los médicos y a las autoridades a que colaboren para limitar los efectos que el agua estancada tiene en la salud pública, especialmente durante la temporada estival.

      Los años en los que los efectos de las epidemias febriles son más pronunciados, según el médico, son 1777, 1778, 1784 y 1785, años en los que las "fiebres recurrentes" afectan con mayor virulencia a los mayores de 50 años. Muchas personas sólo han consultado a un médico después de tratar de reducir los efectos de la fiebre mediante el uso de remedios caseros. Además, el debilitamiento constante del individuo que sufre estos ataques repetidos de la enfermedad le lleva a pedir a las autoridades públicas la intervención de los profesionales de la salud. A su vez, se observa una fuerte oposición al uso sistemático de la quinina para combatir la fiebre, ya que, según los médicos, la naturaleza febril de este agente sólo enmascaraba los efectos de la enfermedad, sin poner fin al principio que había causado la fiebre y sin evitar que el paciente tuviera una recaída.

      En este sentido, la obra de Francisco Suñer, médico corresponsal de la Real Academia Médico-Práctica de Barcelona, realizada entre 1783 y 1787, es interesante por la doble observación que hace: no sólo destaca la estrecha relación ambiental que enmarca la aparición de las fiebres, sino que, desde el punto de vista de una historia social de la medicina, señala que es sobre todo la población menos adinerada la que más sufre, normalmente en verano, otoño y primavera. Suñer trata la enfermedad usando quinina sólo como último recurso. Los estudios de Suñer también revelan la relación de causa y efecto establecida por los médicos entre los lugares insalubres y los insectos que allí se han procreado, como elementos que transportan "acres y sales tóxicas" de las marismas y que constituyen un elemento infeccioso para los individuos.

      El análisis del trabajo enviado por los corresponsales de la Real Academia Médico-Práctica de Barcelona incluye la percepción de las epidemias febriles en Menorca a través de las respuestas del Dr. Miquel Oleo, médico de Ciutadella, a Juan Baptista de San Martín y Navas, Auditor General del Ejército de Menorca. En él, el médico destaca la relación entre paisajes insalubres y epidemias febriles, especialmente en las lagunas situadas en el norte de la isla (entre los municipios de Fontanellas y Alfurinet) y en el sur (desde el cabo Artrutx hasta la playa de Galdana). La ciudad de Ferrerías es mencionada como uno de los enclaves donde las condiciones insalubres y las fiebres tuvieron el mayor impacto en la población, provocando, entre otras cosas, un descenso significativo de la natalidad. Miquel Oleo señala a este respecto que la mayoría de los habitantes no han alcanzado la edad adulta. Según el médico de Menorca, los principales factores responsables de las fiebres fueron el hecho de que sus habitantes, en su gran mayoría pobres, carecían de medios mientras se dedicaban a una de las actividades productivas más perjudiciales para la salud y el medio ambiente, el cultivo de cáñamo. En consecuencia, Miquel Oleo aconseja al Auditor General del Ejército que se asegure de que los estanques o zonas dedicadas al cultivo de cáñamo se encuentren al menos a quinientas leguas de cualquier núcleo demográfico. Por otro lado, y a diferencia de los médicos del Ampurdán, Suñer insiste en que la forma más eficaz de tratar a los pacientes es ingerir sistemáticamente quinina como febrífugo y conservante de la salud.

      La fiebre amarilla, debido a la mortalidad que ha causado, ha causado una creciente preocupación entre las autoridades responsables de garantizar el funcionamiento de los centros de salud. La constante recepción de noticias sobre los efectos de las fiebres en el continente americano, particularmente las epidemias de Filadelfia entre 1793 y 1794, llevó a la Suprema Junta de Sanidad a asegurar que las ciudades portuarias tomaran precauciones extremas estableciendo estrictas cuarentenas y un mejor control sobre el origen de los barcos que llegaban a sus puertos.

      En los albores del siglo XIX, la llegada de la fiebre amarilla a las costas españolas dio lugar a la introducción de medidas de salud pública más estrictas destinadas a aumentar la vigilancia sobre los bienes y las personas de los lugares infectados. En este sentido, la comunicación entre las autoridades sanitarias es esencial. La Junta de Sanidad de Barcelona recibe periódicamente todas las noticias, informes, medidas preventivas y tratados que el Consejo Superior de Salud le transmite para reforzar la vigilancia ante el creciente riesgo de infección. El decreto dictado en Córdoba el 18 de septiembre de 1800 es un ejemplo de una o todas las normas aplicadas por el Gobernador de Liorna para evitar que la fiebre amarilla se extienda. En efecto, las autoridades son conscientes de que, para que los sistemas de salud pública sean más eficaces, es esencial que las instituciones trabajen en sinergia con las acciones llevadas a cabo en otras ciudades del Mediterráneo.

      Las epidemias de fiebre amarilla de 1803 y 1804 dieron lugar a sanciones más severas por incumplimiento de las disposiciones de salud pública. Además, después de que la ciudad sufriera la fiebre amarilla en 1803, fue durante la mencionada situación de epidemia peninsular cuando la Oficina de Salud de Barcelona ordenó a los médicos que realizaran una evaluación exhaustiva de las cantidades de quinina y otros agentes terapéuticos que pudieran ser necesarios en caso de enfermedades similares. Incluso antes de que el supuesto riesgo de contagio en la ciudad se hiciera evidente, se estableció, por ejemplo, que a partir del 16 de octubre de 1804 la correspondencia de las ciudades afectadas por la epidemia se desinfectaría sistemáticamente con vinagre.

      A raíz de las epidemias de fiebre amarilla de principios del siglo XIX, y en particular a partir del 18 de febrero de 1805, la Suprema Junta de Sanidad fumigó prendas de vestir, embarcaciones y bienes susceptibles de estar infectados. Sin embargo, para no obstaculizar el comercio, los filtros que podrían hacer inaccesible el puerto se limitan a estrictas cuarentenas. La comunicación entre las autoridades sanitarias está concebida como una herramienta de política pública para prevenir rumores y establecer sistemas de prevención. En este sentido, la apertura del comercio con América es uno de los principales problemas señalados por la Oficina de Salud de Barcelona, en particular debido al mayor riesgo de infección a través de las rutas comerciales transatlánticas y a los costes de los sistemas de prevención de epidemias.

      Al entrar en el siglo XIX, los estragos de la fiebre amarilla en la Península Ibérica y la constante llegada de noticias procedentes de América están haciendo que los sistemas de salud pública se centren en prevenir la llegada de mercancías de contrabando. El 5 de septiembre de 1817 se estableció en Barcelona un refuerzo sin precedentes de la vigilancia del puerto y de las costas de la ciudad. El 18 de septiembre, la Oficina de Salud incluso obligó a los médicos a proporcionar informes periódicos al Capitán General sobre cualquier paciente cuyos síntomas pudieran ser similares a los de la fiebre amarilla. También se activa el control estricto de los pescadores, obligándoles a comprar boletos de salud, a no cambiar la composición de su tripulación, a no abandonar la costa. Estas disposiciones han tenido un impacto en la economía de las familias de pescadores y han limitado la oferta urbana. Medidas como el establecimiento de cordones para impedir el desembarco de bienes de contrabando están limitadas por el costo económico de mantenerlos a lo largo del tiempo. En este sentido, no fue posible construir en Barcelona los cuarteles que constituirían los centros neurálgicos del cordón sanitario, ni ampliar la capacidad del lazareto. Las constantes solicitudes de pago de honorarios dirigidas a la municipalidad reflejan la implicación de los médicos en la epidemia, que están aumentando las inspecciones y las visitas al lazareto.

      Estamos replanteando nuestra aproximación a la primera llegada de la fiebre amarilla al puerto de Barcelona. Esta última tiene lugar en un contexto climático en el que el calor del verano de 1803 se sumó a las lluvias que se produjeron entre agosto y septiembre. Estos elementos, tomados en conjunto, pueden haber contribuido a exacerbar los problemas de salud que caracterizan a la ciudad, particularmente en el área del puerto y sus alrededores. Se agravan aún más por las deficiencias en las estructuras de suministro de agua. Sin embargo, el principal punto infeccioso siguen siendo las sentinas de los barcos anclados allí debido a la creciente inseguridad de las rutas comerciales vinculadas a las guerras napoleónicas.

      La extinción de esta epidemia se vio favorecida por el descenso paulatino de las temperaturas, como ya ha señalado José Danón, ya que durante la segunda quincena de octubre y principios de noviembre las temperaturas no superaron los 14ºC. Además, la temperatura media mínima en noviembre fue de 12ºC, mientras que los máximos no superaron los 15ºC, lo que limitó la actividad de A. aegypti en la propagación de la enfermedad. Las condiciones de temperatura, especialmente en diciembre de 1803, hicieron que el brote se extinguiera, ya que la temperatura media mínima era de 9ºC y la máxima no superaba los 11ºC.

      La fiebre amarilla en el puerto de Barcelona no era ajena a las prácticas médicas. Se observa que antes de 1803 y tras el estallido de la epidemia, Francisco Salvá asistía asiduamente a los casos de "fiebre ictérica" en los barrios portuarios de la ciudad. Del mismo modo, en 1802, los médicos ya detectaron casos de fiebre amarilla en barcos de Montevideo, Málaga y otros enclaves donde la epidemia se estaba extendiendo. La reacción de los profesionales de la salud, en particular de los médicos de la Real Academia Médico-Práctica de Barcelona, sólo se hizo sentir a partir del 21 de octubre de 1803, cuando la Oficina de Salud solicitó informes debido a los rumores de una ola creciente de casos de pacientes en el puerto de la ciudad. Fue entonces cuando el Dr. Lorenzo Grasset destacó los primeros casos detectados en el barco del Capitán Casalins, desde Veracruz, Ferrol y Alicante, y entre la tripulación del capitán holandés, Pleun, que había resultado gravemente herido.

      Los médicos insisten en que las malas condiciones sanitarias en el puerto y el agua de sentina estancada son el reservorio que ha alimentado la propagación de la epidemia. En cuanto a los problemas de higiene que caracterizan al puerto, los residuos de las alcantarillas se identifican como la principal causa de las enfermedades. El lodo y el estiércol que se han acumulado allí son arrastrados por el agua, especialmente durante la temporada de lluvias. Además, hay residuos que se han acumulado en la playa como consecuencia de la actividad comercial y de la descarga continua de las descargas de los buques. Los problemas relacionados con la obstrucción del puerto por las arenas que se han acumulado allí también se mencionan en este inventario (un problema que no se resolvió eficazmente hasta 1855). Por todo ello, los médicos aconsejan que los barcos que hayan permanecido allí anclados no lo hagan durante más de un mes sin renovar el agua de sus bodegas y que a partir de ahora se establezca una estricta observancia de las normas higiénicas de la ciudad. Los mismos males, los mismos orígenes: en efecto, las deficiencias del sistema de saneamiento de la ciudad ya destacadas en la opinión de los médicos de la Academia de Medicina de 1781, como Francisco Salvá, o el Barón de Maldà, se encuentran unos 20 años más tarde, sin que se hayan resuelto efectivamente.

      . En cuanto a la gestión de la epidemia propiamente dicha, no fue hasta el 26 de octubre que el lazareto tomó posesión de su cargo para apoyar las medidas de salud pública. Lo seguirá siendo hasta el 19 de noviembre, con el objetivo de que los afectados no se queden allí en la fase más avanzada de la enfermedad. Además, está obligado a proporcionar a la municipalidad informes diarios. Este sistema de vigilancia epidémica será más importante durante la epidemia de fiebre amarilla de 1821. La epidemia de fiebre amarilla de 1803 fue un modelo para controlar las sucesivas epidemias que se produjeron en la ciudad. En efecto, las indicaciones de los médicos de la Real Academia Médico-Práctica de Barcelona son imprescindibles. Se decidió que se instalaría un lazareto en tierra para separar y asistir a los enfermos, establecer cuarentenas estrictas y purificar el aire en los hogares de las personas afectadas. Además de estas medidas profilácticas y terapéuticas en caso de crisis, la Real Academia Médico-Práctica de Barcelona recomienda la elaboración de la historia clínica de la enfermedad, la realización de disecciones anatómicas para aclarar los síntomas de morbilidad y la introducción periódica de boletines de alerta diaria.

      Si bien tras el estallido de la epidemia el Ayuntamiento de Barcelona quiere poner en marcha una serie de iniciativas para preservar las condiciones de salud de la ciudad, estas buenas intenciones se ven, sin embargo, sobrecargadas por las dificultades económicas del municipio, hasta el punto de que algunos ciudadanos ofrecerán sus servicios de recogida de residuos a cambio de un reconocimiento a su trabajo. Las deplorables condiciones higiénicas de la ciudad preocuparon incluso al Marqués de Vallesantoro, Corredor de Barcelona, quien enumeró las deficiencias que debían corregirse el 25 de mayo de 1804. Esta iniciativa llevó al Ayuntamiento de Barcelona a establecer un peaje para los que entraban en la ciudad una vez realizadas las oraciones de la tarde. El dinero recaudado se destinó a cubrir parte de los costes de limpieza y repavimentación de las calles. Al mismo tiempo, el mal estado de las estructuras de desagüe para el agua sucia y la falta de higiene también son motivo de preocupación por parte del Conde de Santa Clara, quien señala la necesidad de plantear la cuestión ante la Suprema Junta de Sanidad y también ante el monarca con el fin de aumentar la asignación demasiado limitada del Consejo. Esta iniciativa no ha tenido éxito y ha condicionado en gran medida la capacidad del Ayuntamiento de Barcelona para dar respuesta a los problemas mencionados.

      La sequía de diez años de duración, entre 1812 y 1824, proporcionó un marco ambiental que agravó las deficiencias estructurales de la ciudad, afectando su higiene y la salud de la población y, al mismo tiempo, los cultivos. Más precisamente, los años centrales, después de la erupción del volcán indonesio Tambora, son aquellos en los que la fase de irregularidad caracterizada por una sequía persistente se vio agravada por lluvias torrenciales entre los últimos meses de 1818 y 1820. Fue en 1821 cuando se acumularon los efectos generados por la variabilidad climática sobre el medio ambiente de Barcelona, confluyendo con la epidemia de fiebre amarilla.

      Ya en 1815, las rotaciones organizadas a favor de las lluvias se hicieron más importantes debido a la escasez de agua, lo que impidió el florecimiento de las plantaciones de la llanura barcelonesa. Sin embargo, estos mecanismos de seguro específicos de la economía del riesgo tienen un coste para el municipio que difícilmente podría soportar, hasta el punto de que, el 9 de enero de 1816, el Marqués de Sentmenat pidió que se informara al Estado de las deudas del ayuntamiento, de los créditos y de las dificultades que experimentaba para hacer frente a estos pagos.

      La escasez está empujando a la municipalidad a actuar en varios frentes. El 14 de julio de 1815 estableció medidas para contener los monopolios. También se está tratando de combatir la sequía que está causando una creciente incomodidad entre la población de la ciudad debido a los efectos de la acumulación de calor, polvo y residuos, especialmente en el barrio de La Rambla. A medida que aumentaba la gravedad de la sequía, estos problemas fueron resueltos por el municipio de Barcelona en 1817, por orden del Corredor, teniendo en cuenta el coste de los recursos necesarios para la limpieza e irrigación de esta zona.

      En 1817, las rotaciones de los agricultores se hacían con mayor asiduidad, aunque las vinculadas a la sequía de febrero y marzo de 1816 también habían sido notables. En un contexto de sequía persistente, para hacer frente a los costes de rehabilitación de las calles y de nuevas fuentes para abastecer de agua potable a la ciudad, el Ayuntamiento de Barcelona organiza sorteos para recaudar las cantidades necesarias para cubrir parte de los costes. Esta búsqueda de nuevos recursos hídricos se vio obstaculizada por las limitaciones económicas del municipio, que no impidieron que el canal principal de la ciudad, la "Acequia Condal", estuviera completamente seco el 22 de abril de 1817. Al mismo tiempo, el progresivo empeoramiento de la sequía ha hecho que, a pesar de las instrucciones de higiene dictadas, las quejas de los residentes hayan aumentado debido al mal olor de las alcantarillas de la ciudad. En este contexto, cabe destacar las iniciativas de regadío de más de 6.000 mojadas del Llobregat a través del proyecto iniciado el 11 de septiembre de 1817, cuyo mérito fue atribuido al capitán general Javier de Castaños. Sin embargo, este proyecto fracasará debido a los costos involucrados.

      En 1818, el municipio de Barcelona fue incapaz de llevar a cabo la mayoría de los proyectos propuestos, tanto para superar la escasez de agua para consumo humano como para preservar la salud y el buen estado de los oleoductos de la ciudad. Por lo tanto, la municipalidad ha tratado de maximizar el uso de la limitada cantidad de agua potable disponible a través del control de cualquier mal uso del agua. La escasez de agua dificulta el funcionamiento normal de las panaderías de la ciudad, hasta el punto de que los trabajadores de estos talleres utilizan fuentes públicas a altas horas de la noche para obtener el agua necesaria.

      La situación económica del Ayuntamiento de Barcelona ha impedido la corrección de deficiencias estructurales en los sistemas de canalización de agua a pesar de la asignación, el 28 de julio de 1818, de 100.000 reales de vellón para este fin. Al mismo tiempo, la limpieza de la Acequia Condal en las afueras de la ciudad estuvo condicionada por la voluntad de los propietarios de los molinos de los alrededores, lo que explica por qué las iniciativas emprendidas fueron limitadas.

      Otro punto que enfrentó la municipalidad cuando las condiciones en Acequia Condal se deterioraron en 1818 fue la necesidad de legislar en 1820 para evitar el vertido frecuente de basura en el territorio municipal. El 24 de agosto de 1818, el síndico "Síndico Personero" se posicionó para exigir a la administración que tomara todas las medidas posibles para reducir la insalubridad y los olores que proceden del cauce principal de la ciudad, pero sobre todo acumulados en las proximidades de la muralla, donde se han acumulado los deshechos.

      El temor al contagio es un momento clave en el estudio de esta epidemia. Se está extendiendo entre los residentes que tenían familiares en otras partes de la península y entre las autoridades de los países vecinos. Sin embargo, como Francisco Piguillem, médico, se refirió a la Real Junta Superior Gubernativa de Medicina el 21 de marzo de 1818, no se observaron casos alarmantes en la ciudad. Sin embargo, el miedo se ha extendido a la opinión pública. La misma observación fue ratificada por los médicos de la Academia de Medicina de la ciudad el 11 de abril en respuesta a la solicitud de la Suprema Junta de Sanidad. Las "fiebres nerviosas" han provocado cierta confusión entre los profesionales sanitarios para establecer un tratamiento eficaz y un diagnóstico único: la detección de casos en las poblaciones de Lleida de Vimbodí, Agramunt y Cervera no llamó la atención del Capitán General, que los consideró casos aislados. Se trataba de fiebres que se producían en una situación ambiental caracterizada por una sequía persistente. Esto había empujado a algunos de los agricultores a emigrar a la ciudad en busca de un trabajo que les permitiera sobrevivir después de la pérdida de sus cosechas. En este sentido, los médicos señalan a los campesinos pobres como responsables de las numerosas muertes detectadas en el Hospital de Santa Creu y en la parroquia de Santa María del Pi entre noviembre de 1817 y abril de 1818.

      La llegada de la fiebre amarilla al puerto de Barcelona en 1821 se vio favorecida por la acumulación de problemas que caracterizan la salud de la ciudad, los efectos de las lluvias, la proliferación de espacios insalubres y el aumento de las temperaturas. Esta combinación de bajas facilitó el establecimiento de la epidemia importada desde el momento en que los barcos de La Habana y América comenzaron a llegar a finales de julio y principios de agosto. El impacto de esta epidemia en la demografía de Barcelona es fuerte. Tras el levantamiento del cordón sanitario el 18 de diciembre de 1821, murieron 5.411 personas. Otras fuentes como el Diálogo entre Feliu y Jaumet (sic) en Barcelona reportan unas 9.500 muertes.

      Las lluvias de agosto pueden haber contribuido al escenario favorable para la proliferación de A. aegypti y la incubación del virus. De hecho, el saneamiento deficiente del puerto y sus alrededores ha desempeñado un papel importante. Como hemos visto en situaciones anteriores, especialmente en 1803, los derrames y desechos arrastrados por las aguas estancadas de la Acequia Condal, habrían contribuido a la creación de espacios insalubres que provocaron la propagación de la epidemia. Al mismo tiempo, el calor de agosto a noviembre definió el marco natural de la fiebre amarilla, ya que hemos visto que después de un descenso gradual de las temperaturas desde la segunda quincena de noviembre, fue en diciembre cuando la epidemia se extinguió.

      Las primeras reacciones consistieron en aislar a los pacientes de la Barceloneta y potenciar el lazareto, que permanecerá activo hasta el 13 de septiembre, rodeándolo con un friso de caballos del Regimiento de Artillería. A partir de esta fecha, las personas que padezcan la "enfermedad sospechosa" serán dirigidas a los puntos de observación dentro y alrededor de la ciudad debido a la limitada capacidad del lazareto. Así, en las primeras fases de la epidemia, la Oficina de Salud reaccionó de la misma manera que en 1803. Sin embargo, a medida que la epidemia avanza, estamos siendo testigos de la implementación de un sistema de contención de la epidemia que no se ha observado hasta ahora en la ciudad en el período estudiado. En este sentido, los barcos se sumergen para renovar el agua de sus bodegas, según las prescripciones de los médicos de la Academia de Medicina de la ciudad, al mismo tiempo que el municipio hunde parte de los barcos. Otros se alejan del puerto o se envían a Mahón con una patente de "patente bruta (sucia)". Otra iniciativa fue la de establecer un cordón sanitario entre la puerta de Santa Madrona y la cantera de Montjuïc para evitar cualquier posible desembarco, aislando al mismo tiempo a los vecinos de la Barceloneta. Este último punto ha generado un notorio malestar entre la población de este barrio, ya que el aislamiento ha llevado a las familias de la Barceloneta a la miseria más absoluta. En este sentido, los disturbios provocados por sus habitantes, los intentos de romper el cordón sanitario, las amenazas de tomar el control de los muelles, explican por qué el municipio ha creado colecciones para ayudar a sus habitantes y alimentar a las familias más desfavorecidas.

      Además, cabe destacar la creación de una comisión permanente compuesta por cinco miembros del Ayuntamiento de Barcelona, tres alcaldes constitucionales y dos procuradores síndicos, cuyo objetivo era proporcionar toda la información sobre las medidas tomadas por el municipio durante la epidemia para que pudieran ser publicadas en el Diario de Barcelona y mantener informada a la población.

      A diferencia de situaciones epidémicas anteriores, los médicos de la Real Academia Médico-Práctica de Barcelona han aconsejado el uso de la quinina y el opio como recursos esenciales para aliviar los síntomas de los pacientes. Sin embargo, hubo un intenso debate entre los médicos sobre la naturaleza de la enfermedad y si era contagiosa o no. Un gran número de médicos y autoridades se han declarado a favor de las tesis contagiosas. Estos principios han modulado en gran medida las respuestas de los sistemas de salud pública.

      Por otra parte, las disposiciones relativas a la contención de las epidemias se basan también en el Real Decreto de 17 de agosto de 1813, ratificado por el Real Decreto de 25 de agosto de 1817, que establece las principales medidas que pueden adoptarse en caso de contagio. Así, el 15 de agosto de 1821, el municipio de Barcelona estableció un estricto control del tránsito de personas mediante certificados sanitarios, al tiempo que autorizaba la admisión de buques con su propia "patente neta (limpia)" en el nuevo muelle. Además, la creciente virulencia de la epidemia, que comienza a mediados de mes, preocupa a la comunidad internacional, pero especialmente a Francia. En efecto, desde el 17 de agosto, los buques españoles no han sido admitidos en los puertos franceses al mismo tiempo que se establecía un cordón sanitario de 15.000 soldados entre Hendaya y Cervera y se organizaba una misión médica, compuesta por los doctores Bally, François, Mazet, Pariset y Rouchoux, que evalúan las causas y los efectos de la epidemia en la ciudad a partir de los resultados que obtuvieron en 1819 tras la fiebre amarilla de Cádiz.

      La agravación de la epidemia llevó a las máximas autoridades a abandonar la ciudad para instalarse en Esparreguera el 11 de septiembre, al mismo tiempo que el 3 de septiembre se fomentaba la emigración de los habitantes de la Barceloneta a puntos más altos de la periferia de la ciudad. Fue durante este mes, especialmente a partir del día 17, cuando la ciudad quedó aislada del resto de la provincia y se impusieron medidas más estrictas para restringir la circulación de los residentes, estableciendo un sistema de patentes sanitarias "boletas de sanidad" que se expidieron en todos los pueblos de la costa del mar y del Ebro a una distancia de 15 horas o 10 millas. Sin embargo, el desalojo de los habitantes de la ciudad no se produjo hasta el 11 de octubre, tras la creación de campamentos en las afueras de Barcelona: en Pedralbes, San Gerónimo de la Murtra, Montealegre y Colrería. La de San Gerónimo era para las personas con menos recursos económicos, las otras para las que podían cubrir sus gastos de mantenimiento durante la epidemia. Para mantener una actividad mínima en la ciudad, la de la ladera de la montaña de Montjuïc estaba destinada únicamente a los vecinos que tenían que seguir trabajando.

      En este sentido, la disolución de los sistemas de salud pública preventiva ha sido gradual. Si el 30 de noviembre se anunció al Comandante General de Le Cordon que se había cantado el Te Deum en la parroquia de San Jaime, que anunció el fin de la epidemia, no fue hasta el 18 de diciembre que se autorizaría oficialmente el regreso de los habitantes dentro de la ciudad y que las casas serían sometidas a fumigaciones con cloro. Sin embargo, persisten los rumores sobre el resurgimiento de la enfermedad, por lo que hubo que incluir un informe sobre las muertes del 29 de diciembre para tranquilizar a la población.

      La implementación de un sistema de seguimiento estadístico de las personas con "enfermedades sospechosas" en los puntos de observación establecidos durante la epidemia es innovadora en comparación con las situaciones epidémicas anteriores. Esto permite realizar un seguimiento diario de la mortalidad entre el 7 de agosto y el 22 de noviembre para todos ellos. Entre los lugares donde pudimos recoger información, el barrio de la Barceloneta fue, después del Hospital Seminario y de "la ciudad", el lugar donde la mortalidad fue más pronunciada, con un total de 1.099 muertos de los 1.250 registrados, entre el 3 de septiembre y el 22 de noviembre de 1821. Fue a partir de la segunda quincena de septiembre cuando se registraron las tasas de mortalidad más elevadas, que disminuyeron a partir de la segunda quincena de octubre, tras la expulsión de los habitantes a los campos.

      En este sentido, el barrio de la Barceloneta fue probablemente el más afectado por la epidemia debido a su proximidad al puerto y a los espacios insalubres que lo rodeaban, especialmente en las inmediaciones del Fuerte San Carlos. Este barrio era, por lo tanto, un espacio al que los médicos se negaron a permitir el acceso durante la epidemia, dejando a sus habitantes sin la atención adecuada.

      Por otro lado, el Hospital Seminario, cuyas estadísticas permiten analizar la evolución de las defunciones entre el 17 de septiembre y el 22 de noviembre, revela un elevado número de defunciones (1.242 defunciones de las 1.690 registradas) en la medida en que es el lugar donde se distribuyen los pacientes más pobres. Asimismo, la mortalidad en el punto de observación "la ciudad" permite, para las mismas fechas que la anterior, obtener un total de 905 defunciones frente a las 1.491 registradas, cuyos máximos también se sitúan, como en el caso anterior, en octubre.

      Por otro lado, dado que las personas con mayores recursos económicos se ubicaron en la Casa de la Virreina (situada en la ciudad de Gracia, en las afueras de la ciudad), las tasas de mortalidad registradas aquí no son tan altas como en los otros puntos de observación, ya que sólo murieron 44 de los 58 pacientes ingresados.

      Un primer análisis espacial a partir de mapas térmicos basados en datos de mortalidad de las parroquias de Santa Maria del Pi y Sant Just i Pastor nos permitió ver cómo, en octubre, en la época de mayor virulencia de la fiebre amarilla, las zonas en las que se concentran los mayores valores mensuales de mortalidad (frente a las 599 muertes registradas en ambas parroquias) son aquellas en las que se registran los problemas de higiene más graves en la ciudad. Estos espacios corresponden a la calle del Hospital, la calle del Conde del Asalto (hoy calle Nueva de la Rambla), la proximidad de la Rambla, el Portal del Ángel, la proximidad de la Muralla de Mar. En estas zonas, los problemas de obstrucción y obstrucción de las tuberías, el agua y los residuos que podían concentrarse, constituían espacios favorables para la reproducción de A. aegypti y, por lo tanto, para la propagación de la fiebre amarilla.

      El desarrollo de estudios interdisciplinarios centrados en el análisis de las epidemias transmitidas por vectores en relación con las variaciones climáticas, el análisis de la respuesta de la sociedad a todas las situaciones ambientales adversas a las que se enfrenta, puede producir resultados que contribuyan a hacer más eficaces los modelos de prevención de epidemias, teniendo en cuenta las dinámicas del cambio climático en las que estamos implicados. Las enfermedades transmitidas por vectores, en particular el paludismo y la fiebre amarilla, son sensibles a las variaciones de temperatura, precipitación y condiciones ambientales y, por lo tanto, constituyen un punto de observación pertinente.

      Una de las propuestas que conduce a nuevos estudios es establecer índices basados en las respuestas producidas a nivel social, que permitan un análisis estadístico de la intensidad del impacto de las situaciones epidémicas, que se vincule a los índices disponibles desarrollados a partir de las ceremonias pro pluvia y pro serenitate rogations. De esta manera, podríamos establecer un análisis más preciso de la posible relación entre la confluencia de situaciones epidémicas ligadas a la persistencia de períodos más secos o más húmedos y estudiar su impacto sobre las condiciones ambientales.

      Además, la colaboración con biólogos y expertos en clima es esencial para este futuro trabajo, durante el cual podremos establecer análisis detallados en resolución diaria para aclarar las relaciones que pueden existir entre períodos en los que las condiciones climáticas (temperatura y precipitación) están estadísticamente relacionadas con episodios de sobremortalidad posiblemente generados por epidemias de malaria o incidencia de fiebre amarilla.

      Por último, la creación de bases de datos basadas en Sistemas de Información Geográfica (SIG) que agrupen las medidas aplicadas en el ámbito de la salud pública, los lugares donde las condiciones sanitarias presentan los mayores problemas, las zonas inundables o inundables, podría ayudar a interpretar la relación entre los puntos de la ciudad donde las tasas de mortalidad son más elevadas durante las epidemias y las zonas donde las condiciones higiénicas son favorables para el desarrollo de la malaria y los vectores de la fiebre amarilla.


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