El transporte de pescado desde las costas norteñas, durante los siglos xviii y xix, hacia Castilla y León, se realizó principalmente a lomos de équidos, siendo practicado por los denominados arrieros, especialmente:
maragatos, argollanos, burebanos y vascos alaveses. La matrícula del mar y el tratado de Utrecht condicionaron el consumo de bacalao. La influencia religiosa y los fomentadores catalanes mantuvieron la demanda de pescado.
Existió un comercio mayorista en origen y en destino, especialmente para pescado curado.
La venta al pormenor en destino se practicó: arrieros comerciantes, obligados y regateras y regatones.
Las principales especies comercializadas, para cuya conservación se utilizaron diversos procedimientos tecnológicos fueron: bacalao, sardina, merluza, besugo y congrio; ejerciéndose una selectividad en su demanda dependiendo del estrato social del consumidor.
El control sanitario estuvo basado fundamentalmente en lo legislado en las ordenanzas municipales. Fieles, médicos, farmacéuticos, "otros" y, a partir de la 2ª mitad del siglo XIX veterinarios, ejercieron las funciones inspectoras.
Los criterios sanitarios fueron empíricos y rudimentarios hasta mediados del siglo XIX, cuando aparecen diversos textos con un cierto carácter científico.
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