Las manzanas y las sidras asturianas que podemos disfrutar hoy, después de largos siglos de existencia en nuestra región, son, en gran medida, el resultado de una interesante evolución donde sin duda la extraordinaria capacidad de observación de la naturaleza, como rasgo diferencial de las gentes de aldea, ha jugado un papel protagonista. Esa lógica empírica es la base del conocimiento transmitido de padres a hijos, tanto en el cultivo del manzano, como en la elaboración de la sidra. Ensertar garcios de la triba que se da bien, dejar morcar la manzana recién mayada, aprovechar el torcipié o corchar en menguante, etc., son algunos ejemplos de ello.
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