"Mírense –exhorta al público un personaje de Hugo Argüelles- estos son ustedes". El teatro es la imagen de un pueblo y el mexicano siempre se ha caracterizado por cuestionarse, buscando su identidad escindida a lo largo de una historia marcada por la brutalidad de la Conquista y el deseo interpretativo que estalló con los primeros disparos de la Revolución Mexicana. Fieles a esta necesidad que se ha convertido en materia de ensayos y en memoria narrativa, los autores teatrales de los años cincuenta como Usigli o Basurto entre otros, indagaron en la escena esa identidad cuya búsqueda en el caso de Hugo Argüelles, no se desarrolla como temática ocasional, sino como principio integrador de toda su trayectoria dramática. Desde su primera obra de teatro escrita en 1957, Los prodigiosos1, hasta la última, Los coyotes secretos de Coyoacán2, publicada y estrenada en 1998, la trayectoria de Hugo Argüelles (Veracruz 1932) ha sido un laberinto de la soledad teatral que abarca treinta obras, cuarenta años de escritura, el reconocimiento de la crítica y el público y un objetivo fundamental que se convierte en la piedra angular de su discurso dramático: construir una dramaturgia nacional que responda a la interrogante por lo mexicano, buscar sobre el escenario "la identidad nacional". El hombre hispanoamericano se ha preocupado siempre por su identidad. Algunos artistas optan por revalorizar figuras y hechos históricos y su intención puede o no contener un mensaje explícitamente didáctico para el presente. Otros, en cambio, sondean el pasado para ver cómo y cuándo aconteció la traición de los valores auténticos de la herencia nacional. Del conflicto entre la genuina imagen de la patria y las fuerzas internas o externas que la falsean, surge el teatro de la identidad, un teatro intensamente comprometido con "la busca del alma nacional"
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