Los años noventa se caracterizan, entre otras cosas, por la definitiva internacionalización de las principales empresas españolas a través de la inversión directa internacional. Este proceso tiene su arranque en la adhesión de la economía española a la UE y se intensifica a partir de los años 90 y se consolida en 1997, cuando España pasa a ser exportadora neta de capital productivo. En un principio, los flujos de inversión se destinaban principalmente para los países socios de la UE y, después, los países de Iberoamérica ganaron el protagonismo. Un indicador bastante revelador es que, en 1998 con 2.794 miles de millones de pesetas, las inversiones españolas directas (IED) hacia el exterior alcanzaban un volumen casi seis veces mayor que el de 1990.
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