Si echamos una mirada al mundo contemporáneo, observamos una serie de fenómenos aparentemente contradictorios e inconexos. Por una parte, nunca como ahora formamos parte toda la humanidad de una aldea global, interrelacionada por los medios de comunicación y caracterizada por la integración, el universalismo y la globalización; el mundo se ha convertido en una plaza grande, en un ágora, donde se mueven gentes de todas las razas y culturas, y en un gran mercado en el que libremente transitan capital, tecnología, recursos, empresas y productos. Algunos analistas explican el incremento de esta "integración universalista", entre otros factores, por el triunfo del capitalismo liberal, de naturaleza transnacional y expansionista; ello explicaría la ruptura de fronteras étnicas y culturales cerradas. Con la caída de los Estados Comunistas, el imperante capitalismo habría desarrollado aún más su dimensión universalista, integradora y globalizadora. Ahora bien, esta expansión capitalista mundial produce dialécticamente otros efectos, como son la desintegración social, las fanáticas resistencias nacionalistas y los baluartes étnicos particularistas. ¿Porqué estos procesos contrarios a la globalización universalista? Porque el capitalismo, a la vez que integra la producción y el mercado, conlleva el incremento de la competencia entre los diversos sectores sociales y entre los diversos países, distancia aún más el Norte/Sur Cultural, jerarquiza aún más la estructura desigual del poder económico en manos de la docena de países ricos del Primer Mundo. Este proceso debilita la soberanía nacional y las lealtades de etnia y religión, por lo que a veces estas fuerzas sociales explotan en un exagerado fanatismo étnico-nacionalista-religioso. En este sentido algunos autores hablan de cómo en nuestra sociedad moderna de consumo se opera a la vez un proceso "universalista" de cierta homogeneidad económica, cultural y social, que podría metafóricamente denominarse de destribalización a nivel estructural; y a la vez se produce dialécticamente, como en un espejo cóncavo, un proceso inverso "particularista", etnocéntrico y nacionalista de retribalización a nivel simbólico de identidad étnica. En saber armonizar esa dimensión universalista abierta y esa conveniente lealtad étnica y patria, consiste el desafío del futuro. Si el equilibrio se rompe, suele hacerse por el punto más flojo y débil, que es la "abstracta" dimensión universalista. Parece ser que en caso de conflictos de lealtades y competencia de recursos, se incrementa el particularismo étnico-nacional con el rechazo del "otro y del diferente", recrudeciéndose los prejuicios y la búsqueda de chivos expiatorios; y por eso mismo, son en esas crisis sociales donde hay que mantener la cabeza clara y el corazón abierto. Dentro de ese horizonte mundial, trenzado a la vez de tendencias universalistas e integradoras, pero a la vez de intensas lealtades patrióticas particularistas, hay que situar los procesos y tratados de integración en círculos concéntricos cada vez más amplios, de los Países Iberoamericanos
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