Las casas regionales, tal como hoy están configuradas y como las entendemos en la actuali-dad, nacieron o plantaron sus primeras semillas a finales del siglo XVIII, tuvieron su auténtico arranque a lo largo del XIX y han llegado a su más plena magnitud en el XX. No se puede decir que son el único puerto de la emigración, en términos generales, pues esa primera arribada era la familia llegada antes o el puesto de trabajo que se buscaba, pero se ajusta a la más en-tera realidad al hablar de un puerto, un lugar en el que el emigrante tendrá un refugio, al me-nos moral, un sitio en el que podrá contar sus penas a otro grupo de transterrados. América fue el continente en el que han nacido y siguen creándose, en estos finales del siglo XX, estas ca-sas regionales, como una muestra irrebatible del esfuerzo de la emigración española, de su arraigo e integración en esas tierras, y a la vez del deseo de permanencia de unos valores y de unas raíces que se hunden en la tierra de España. Después, con el paso del tiempo, esas ca-sas regionales se extenderían por todo el mundo. El sentido de la unión, de la colaboración mútua, de la solidaridad de las colectividades, cuando el número de individuos comenzó a ser importante, se puso de manifiesto desde el pri-mer tercio del siglo XVIII, con una única idea, ayudar a los más necesitados dentro del espíritu de las cofradías de entonces. Según la historia del Centro Asturiano de México1, en 1723 nació la Congregación de Nuestra de Señora de Covadonga por iniciativa de un grupo de asturianos reunidos en la casa del capellán de la iglesia de la calle Balvanera de la ciudad de México, pa-ra celebrar en cada 8 de septiembre el día de la Virgen de Covadonga y reunir fondos para los necesitados. Este fue, con la más entera certeza, de acuerdo con los datos que poseemos, la primera simiente plantada en América del hoy fecundo árbol de las casas regionales, que en una inmensa mayoría se han fundado en el presente siglo XX, lo cual denota la enorme fuerza de una emigración que no se ha parado. Las cifras globales de las casas regionales abiertas y en funcionamiento en la actualidad en todo el mundo aparecen en el apéndice. Más de medio siglo después y por idea del capelllán Vicente Soto se pidió permiso (11-IX-1780) al Virrey Martín Mayorga para que la citada congregación pudiera funcionar dentro de las normas de la época. Hacia la mitad de 1789 llegó a México el nuevo Virrey de la Nueva España, Juan Vicente de Güemes y Pacheco, segundo conde de Revillagigedo, nacido en La Habana y oriundo de Asturias, quien concedió el permiso pedido nueve años antes. A primeros de septiembre de 1789 se formalizó oficialmente la Congregación de Nuestra Señora de Cova-donga en la casa del asturiano Cosme de Mier y Trespalacios, de Alles, Pañamellera, Alcalde de Casa y Corte. La congregación se trasladó a la iglesa de Santo Domingo donde se alzó el altar de Na. Sra. de Covadonga. Allí surgio la idea de construir un sanatorio español, para lo cual se comenzaron a recolectar fondos con fines benéficos. Se daba el primer paso de lo que con el tiemmpo sería una constante entre los emigrantes españoles a América, los sanatorios, las institucuiones médicas y benéfico asistenciales. En 1790 nació en Buenos Aires la Congregación de Naturales y Originarios del Reyno de Galicia. Estas dos instituciones, asturiana y gallega, fueron los cimientos de lo que con el tiempo se-rían las sociedades de beneficencia y socorros mútuos y las casas regionales
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