La conspiración cívico-militar de julio de 1936 no sólo tenía como objetivo destruir el orden constitucional vigente, también, y era su principal finalidad, la de hacer desaparecer cualquier posibilidad de cambio social. Tanto el tímido emprendido por los gobiernos republicanos, como el más radical que preconizaba un amplio sector de las clases populares. El fracaso de la rebelión casi destruyó al estado y abrió paso a una marea revolucionaria. Casi tres años pasaron antes que republicanos y revolucionarios fueran derrotados por los sublevados. Durante ellos, a medida que ciudades y pueblos iban siendo conquistados, la mayor de las esperanzas que podían tener los vencidos era ser encarcelados, escapar a las "sacas" y, una vez superada la condena, o condenas, a muerte impuestas por el consejo de guerra, convertirse en un preso que "redimía" su pena en cualquiera de las miles de obras públicas, pero también privadas, que reconstruían una España destruida. Sobrevivir era su único objetivo, aunque para ello tuvieran que convertirse en esclavos.
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