Los debates sobre la meritocracia, a menudo centrados en el aislamiento social de las élites, tienen un punto ciego: la suerte de aquellos con menos estudios. Al contrario de lo que ocurría en los años sesenta, cuando la relación de fuerzas era más favorable a los trabajadores, ahora es casi imposible mirar al futuro con serenidad si se carece de un título académico. ¿Es esta una de las fuentes de la indignación social?
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