Victor M. Castillo Girón, Ma. Guadalupe Cueva de Anda, Carmen Revelo Hurtado
El presente artículo pretende sintetizar algunos de los efectos secundarios derivados de lo que se conoce como "efectos multiplicadores” de los llamados "procesos de desarrollo regional", haciendo referencia especialmente al caso de los llamados enclaves y polos de desarrollo que en las últimas décadas han sido impulsados por el Estado mexicano en las zonas costeras del país. En particular se analizará el proyecto siderúrgico. Las Truchas, en Lázaro Cárdenas, Michoacán; los proyectos petroleros en la zona del Golfo de México, y el Corredor Turístico Ecológico de Costalegre, en Jalisco.En primer lugar es necesario definir lo que se entiende por desarrollo regional. Éste, según Barkin, "es una estrategia que intenta aumentar la infraestructura física e institucional, mediante la aportación de los recursos financieros y humanos necesarios para facilitar la producción rentable en escala comercial. En dicha estrategia la participación del Estado es clave ya que sin ella su realización sería impensable, en las condiciones de una "economía mixta". En los programas de desarrollo regional, el Estado no participa directamente en los procesos productivos, que son dejados en manos de la otra parte que conforma la mixtura económica, sino que sólo crea las condiciones idóneas para que los productores privados pueden aumentar los rendimientos físicos y mejorar sus propios ingresos.
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