Nuestras sociedades actuales son irrevocablemente cada vez más multiculturales. En esa realidad, plural en todos los planos, están llamadas a vivir, sobre todo, las actuales y futuras jóvenes generaciones. En ese estado de cosas, no es equivocado afirmar que la suerte de l a vida personal y social de nuestro tiempo y del venidero depende más que nunca de la capacidad de las personas para «saber convivir» armónicamente con los múltiples y diferentes Otros en los distintos ámbitos de la realidad cotidiana. En esta perspectiva, el reto quizá mayor de la educación actual consiste en lograr que los niños y jóvenes, particularmente, «aprendan a vivir juntos». Ese objetivo, sin embargo, sólo puede conseguirse de forma sólida, positiva y enriquecedora si, en lugar de contentarse con tolerarse en una relación de mera coexistencia, se cultivan un conjunto de valores profundos enraizados en una educación moral deferente y responsable con la alteridad de cualquier Otro, próximo o lejano, parecido o diferente. Ese es el reto que debe acometer una educación intercultural en el siglo nuevo ya comenzado.
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