Si la educación no se define como una experiencia ética, deja de ejercer una misión socializadora irremplazable. Algunas políticas educativas guían hacia un terreno confuso de una moral laica. Hablar de ética y moral deja perplejos a muchos educadores, presos de un reduccionismo pedagógico o escasos de formación humanista. Formar los criterios éticos y morales de los niños y jóvenes exige claridad de conceptos y métodos formativos coherentes, y en todo caso la integralidad del maestro. Todos los educandos deben aprender a darse y a cumplir normas que garanticen una convivencia respetuosa, y la escuela tiene la tarea de poner los fundamentos y dar una iniciación ética y moral. Las diversas filosofías nos ayudan a entender esta doble dimensión, pero deben ser los educadores, sobre todo, quienes formen sanos hábitos y den criterios que fundamenten la autonomía y responsabilidad social de cada educando, con una formación intelectual sólida que les ayude a cuestionar la trascendencia de sus actos y el sentido profundo de su existencia. Noble misión de sentido.
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