El estómago les reventaba de satisfacción. Impúdicos, felicísimos, sanísimos, los rotundos eructos de los bebés Bledina despertaron en el teatro Victoria Eugenia un caer de baba general. Estos infantiles gourmets -amén de un nada oloroso besuqueo de pies, de un apañado lobo de mar y de unos ocurrentes sueños felices- arrancaron entusiasmo y bravos en un festival que, sin embargo, este abril no llegó a ofrecer el empacho de exquisitas ideas disfrutado un año antes. Entre caballeros que toman sobre sus espaldas el peso de las tareas domésticas, otros relatos de historias cotidianas y el oportunismo de un par de películas que se engancharon a la imagen del derrocado muro de Berlín, el jurado profetizó que la cosecha de esta temporada no desprende tan fuerte aroma a leones como la del 89, aunque también sentenció que -a la vista de la bobina inglesa- los publicitarios patrios pueden salir del supremo ruedo de Cannes laureados con más de una oreja y vuelta al ruedo.
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