La música, en toda su amplitud y complejidad, forma parte del patrimonio cultural de los seres humanos. Todas las sociedades que conocemos tienen una música propia. Su presencia invade nuestras casas y nuestras calles, las iglesias, los grandes almacenes, etc. La música está presente en nuestra vida pública y privada. Las personas tenemos la facultad de reaccionar ante los sonidos melódicos, consciente o inconscientemente, de modo positivo o negativo. La música constituye, sin duda, uno de los rasgos más admirables y misteriosos de la humanidad. Cualquier tipo de música, a pesar de que no siempre vaya acompañada de palabras, es portadora de mensajes y sentimientos. Por ello, se puede afirmar que la música no es tan sólo arte y belleza, sino también comportamiento humano y, por tanto, es susceptible de ser analizada desde la perspectiva de la estética, pero también desde la dimensión psicológica, sociológica y ética. Mediante el arte de crear, asociar, interpretar y escuchar melodías, los seres humanos establecen relaciones de cohesión y se facilita el contacto con el mundo de los recuerdos, con la magia y los sueños. Analizar y estudiar cómo reacciona la persona humana ante las expresiones y manifestaciones musicales constituye una labor eminentemente educativa y debe formar parte del proceso formativo de la persona a lo largo de la vida, tal como lo proponen los Programas Universitarios para Personas Mayores. La educación musical contribuye al desarrollo personal, aporta bienestar emocional y facilita las relaciones personales y la convivencia social.
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