Tras el final de la Primera Guerra Mundial, las ciudades comenzaron un proceso de cambios urbanísticos y transiciones hacia una nueva sociedad maquinista donde la admiración y la fascinación por la máquina y la tecnología hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial impregnó el arte no solo de nuevas herramientas, sino de nuevos conceptos y temas. Los límites entre el cine, la fotografía y la pintura como medios de expresión y reproducción artística comenzaron a difuminarse y el lenguaje se transformó hasta convertirse en un aliado de la técnica. Esa fascinación se traduce en una perplejidad que deriva tanto en asombro como en miedo y amenaza ante el engranaje que teje la base social y ética del motor de las nuevas ciudades, así como el paradigma de lo nuevo. Sea cual sea la emoción o detonante que movía al artista, el resultado fue la creación de una nueva imagen de la ciudad y una identidad tecnológica que trascendió más allá del periodo al que se hace referencia y que se establece al mismo tiempo que surge el concepto sociológico de la masa y la pérdida de la individualidad.
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