El ser humano, en cuanto humano, no puede vivir sin referencia a un conjunto de valores, pues los valores orientan nuestras acciones y decisiones, dan sentido a nuestra vida, configuran nuestra realización personal, interpretan la convivencia, fundamentan la educación y la cultura..., por lo que toda actividad humana, de modo directo o indirecto, hace referencia a algún sistema de valores.
La vivencia de los mismos se muestra jerarquizada, pues todos valen, pero no todos valen lo mismo. Unos se presentan con más "fuerza" y urgencia (Hartmann), como los referentes a la salud o el alimento; otros, se eligen por su "altura", dignidad o nobleza (M. Scheler): valores estéticos y religiosos. Así, es posible construir una pirámide, que es necesario escalar, desde los valores más bajos (corporales) hacia los más altos (religiosos), cuyos peldaños intermedios los ocupan los valores intelectuales, morales y estéticos. Este orden preferencias es imprescindible en la formación humana, pues nacemos humanos, pero no humanizados; sociables, pero no socializados; educables, pero no educados.
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