El poeta irlandés William Butler Yeats (1865-1939), a quien la Embajada de Irlanda y el Círculo de Bellas Artes dedicaron una exposición la pasada primavera, es una figura capital del renacimiento irlandés. Su obra, que parte de un simbolismo crepuscular traspasado de resonancias folclóricas y anhelos vagamente nacionalistas, se convierte a partir de comienzos del siglo pasado en uno de los espacios de escritura más fértiles y vigorosos de lo que cabría llamar la prevanguardia: una escritura seca y concisa, de corte epigramático, que no duda en dramatizar con atrezzo mitológico las tensiones individuales y colectivas de su tiempo, esculpiendo en versos robustos y palpitantes la voraz subjetividad de su autor. Sin Yeats el proyecto vanguardista de Pound, que fue su secretario durante algunos años, de Eliot, que lo admiró con reserva distante, y de Joyce, que fue su alumno más fiel precisamente por ser el más excéntrico, habría tenido un basamento mucho más frágil.
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