Las fronteras, aunque creadas para separar, acaban funcionando como zonas porosas que permiten el paso de influencias de un lado al otro. De esta forma, son un terreno propicio para el nacimiento de identidades y lenguajes híbridos. Prueba de ello es, por ejemplo, el límite entre México y Estados Unidos. Así, cruzar la frontera es más que un acto físico, dado que se convierte en un hecho cargado de connotaciones y de consecuencias. Pasar el límite puede ser, como analizaré en este articulo, un acto de traducción en el que, a menudo, el sujeto ha de trasladarse a si mismo en todos los aspectos.
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