Santiago García-Velasco Sánchez-Morago, Adrián Monzón Ferrer
El golpe de calor se define como una emergencia sanitaria caracterizada por un incremento de la temperatura corporal central por encima de 40 ºC y alteraciones del sistema nervioso central donde predomina la encefalopatía y es típico el coma [1]. Resulta fundamental un diagnóstico precoz y, si no se toman las medidas iniciales oportunas, la tasa de mortalidad es muy alta (hasta el 70%). Con los cambios climáticos su incidencia ha aumentado desde la ola de calor del año 2003 [2-4]. Aunque inicialmente estos casos se atienden en los Servicios de Urgencias Hospitalarios (SUH) o Extrahospi-talarios, cuando la gravedad compromete la vida del paciente o precisan de tratamiento médico avanzado ingresan en los Servicios de Medicina Intensiva (SMI). Aunque la incidencia del golpe de calor es baja, su morbimortalidad se convierte en alta debido al deterioro termorregulador, neurológico, y a la disfunción multiorgánica secundaria.
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