La fortuna crítica del pintor madrileño Eduardo Rosales (1836-1873) se sustenta sobre sus dosprincipales cuadros: El Testamento de Isabel la Católica (1864) y La muerte de Lucrecia (1871).Ambos lienzos son claves para la pintura española de su momento, pues si el primero representa latradición, el segundo la modernidad. Así, con el Testamento se le hizo deudor de la gran pinturaespañola del Siglo de Oro, especialmente de Velázquez por el naturalismo sobrio que destila ellienzo. Al mismo tiempo, este cuadro supuso para su autor dejar la estética purista y abrazar elrealismo, característico de la escuela española y tan apropiado, en ese momento, para la pintura dehistoria de la que Rosales fue su máximo exponente. Por su parte, en la Lucrecia abandonó elreposado estilo del Testamento para abordar otro más arriesgado, de más brío, en definitiva, másmoderno, por lo que recibió duros juicios por parte de una crítica que calificó el cuadro de ¿granboceto¿ y contra los que Rosales se tuvo que defender. Es justamente esta manera abocetada la queabría nuevos caminos plásticos, que en Francia, por ejemplo, ya había recorrido un largo trecho,pero no en España, más apegada al academicismo. Rosales pintó ambos cuadros en Roma, ciudaden la que pasó la mayor parte de su corta vida, y que albergaba una gran colonia artísticainternacional. Al mismo tiempo viajó a París en la década de 1860, en un momento de cambiosimportantes para la evolución del arte francés. La experiencia de vivir en ambas capitales, en unconstante intercambio de influencias, se dejó sentir en su obra. Es necesario, pues, situar la figura deRosales no sólo en el contexto artístico español sino en uno más amplio, que nos permitarelacionarlo con artistas franceses e italianos de aquellos años que también vivieron entre Roma yParís y que así mismo contribuyeron al desarrollo del arte en sus respectivos países, tanto enaspectos puramente formales y conceptuales, como comerciales.
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