La evolución de la tecnología de administración de fármacos anestésicos volátiles no fue un proceso secuencial, sino que ya desde los primeros momentos se contó con varios paradigmas que se desarrollaron de forma paralela. Para ello se combinaron elementos y conceptos preexistentes (en especial los inhaladores medicinales) adaptándolos a las nuevas necesidades de acuerdo con los nuevos conocimientos fisiológicos y con la experiencia clínica. Los llamamientos al control de la dosis administrada fueron por delante del desarrollo técnico, de modo que un ajuste más preciso solamente pudo ser aplicado cuando los avances lo permitieron. La exactitud de la dosis administrada fue deficiente, casi sin excepción, hasta el siglo XX, consiguiéndose en el mejor de los casos la limitación de la concentración máxima administrada. El factor clave para ello fue la obtención de un flujo continuo de gas fresco a partir de cilindros presurizados de O2 y N2O, no siendo necesario depender de la cambiante ventilación espontánea del paciente. Aunque prácticamente todas las naciones participaron en mayor o menor grado del descubrimiento del éter en 1846, y del cloroformo poco después, el liderazgo en la creación de estos objetos discurrió paralelo al desarrollo social y económico, de modo que de la supremacía de Reino Unido y Francia se pasó, con el nuevo siglo, al crecimiento notable de los Estados Unidos y Alemania. Respecto a los responsables del diseño del instrumental, tras un periodo inicial en el que múltiples profesionales coexistieron, con el paso de los años la importancia de los médicos anestesiólogos y los ingenieros iría perfilándose, aunque el papel de los cirujanos siempre fue destacable. El factor más importante que determinó el éxito de unos aparatos y la desaparición de otros fue la utilidad y la facilidad del uso, siendo la profesión del diseñador o la complejidad un factor secundario, incluso una desventaja. Socialmente la anestesia fue aceptada desde 1846, pero la sospecha de la peligrosidad del cloroformo fue constante y estimuló la búsqueda de la seguridad del paciente. Sin embargo, la administración de anestésicos no alcanzó un nivel científico y tecnológico óptimo hasta que la especialidad se consolidó como tal, y los fabricantes tradicionales con métodos artesanales dieron paso a compañías especializadas con recursos suficientes para construir las máquinas que la práctica clínica exigía.
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