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Resumen de Desobediencia debida. Sexualidades y géneros subversivos en la literatura y el arte desde el siglo XVIII hasta hoy

Antonio Martínez Tortosa

  • Esta Tesis Doctoral señala las condiciones que dan lugar a la conciencia moderna y que colocan en su centro la división sexual. Asimismo, apunta a la configuración de la frontera entre los actos lícitos e ilícitos, entre los individuos normales y perversos y cómo, a partir de esa distinción, se crea una jerarquía social coherente con los principios de las sociedades burguesas capitalistas. Esos mismos mecanismos que separan a los individuos normales de los anormales proporcionan a estos últimos la posibilidad de reclamar su perversidad y sus capacidades transgresoras como acicate para forzar los límites de lo establecido. Con el fin de identificar esas tensiones se exponen, por un lado, el pensamiento médico, moral y jurídico que determina el marco de lo admisible, así como características concretas del entorno socioeconómico y cultural en el que este se desarrolla. Por el otro, se presentan algunos artistas cuyas vidas y obras suponen un desafío a ese marco ideológico. Mediante la investigación genealógica y el análisis textual se establece una imagen de conjunto que permitirá comprender por qué algunos creadores recurren a la sexualidad para transgredir el orden simbólico, y por qué esa desobediencia resulta coherente con la progresiva sexualización de la sociedad occidental. El primer capítulo está dedicado al marqués de Sade, el primer gran disidente sexual de la Modernidad, en cuya figura se concentra gran parte de los elementos que se repetirán de un modo u otro en los siglos que le suceden. Por un lado, sus encierros le convierten en el monstruo moral que amenaza con derribar la incipiente sociedad burguesa. Por otro, su obra parodia y retuerce las nuevas teorías en torno al cuerpo a partir de la reapropiación del concepto de sensibilidad, y subvierte tanto la distinción sexual como la moral racionalista ilustrada. En el segundo capítulo se analiza el nuevo modelo corporal desarrollado a partir del mecanicismo ilustrado y de la división isométrica sexual que proponen los antropólogos morales en el siglo XVIII. Esta nueva forma de entender el cuerpo desde una perspectiva racional retoma y supera algunas nociones de la Antigüedad grecolatina y del pensamiento cristianismo. En el tercer capítulo se señalan las distintas formas que adopta la inquietud de sí y su papel básico como método de concienciación tanto en la Antigüedad pagana como en la doctrina cristiana y, a partir de ella, en las formas modernas de individuación, en las prácticas de la psiquiatría, en las formas jurídicas y en la formación de la identidad sexual. Las prácticas asociadas a la inquietud de sí funcionan tanto como dispositivo de normalización como de extrañamiento y dan lugar, en consecuencia, a individuos tanto normales como perversos. En el capítulo cuarto se examina la obra de William Blake, donde se concentran algunos principios propuestos por los ranters y otras herejías del Espíritu Libre. En su fusión del misticismo anarquista y del libertarismo sexual, reivindica la Energía como fuerza creadora y anticipa los principios que desarrollarán después el Romanticismo y el psicoanálisis freudiano. El capítulo quinto se emplea en el giro introspectivo que supone el Romanticismo. Su exaltación del yo como entidad creativa original toma los preceptos de individualidad desarrollados en las cortes renacentistas italianas, las nociones ilustradas del gusto y la distinción, y les da un impulso nuevo. Al mismo tiempo, fuerza las fronteras de lo digno de representarse en el ámbito del Arte. A través de la categoría estética de lo sublime se abre la puerta a la subjetividad y la novedad que estallarán después con las vanguardias. Pero esa apelación a la subjetividad trae consigo como consecuencia el escepticismo, la problematización de las relaciones con el mundo y con los otros y, por tanto, de la sexualidad. El capítulo sexto se dedica a la obra de Oscar Wilde, que sintetiza los temas expuestos por los románticos y los decadentes; pero también a su vida, ya que se enfrenta a un proceso por sodomía y al encarcelamiento a causa de su condición sexual. Su defensa del amor griego saca a relucir la distancia que existe entre la moral pagana y la victoriana, la diferencia esencial entre la ars erotica y la scientia sexualis. Como Sade en su día, reivindica su sexualidad frente a la justicia; como él, Neera y Timarco, descubre que la ley y la justicia no siempre son lo mismo, y que la vida privada y la política están relacionadas de forma íntima. El capítulo séptimo considera el dandi como figura de la Modernidad según la caracterización que hace de él Baudelaire, pero también como distorsión de la normalidad de género al introducir valores femeninos en un cuerpo masculino. Su poética de la personalidad y su confusión genérica le vinculan a gente como Anne Lister; sumada a la indistinción entre la vida y el Arte, le unen a artistas como Claude Cahun, la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven o Lazlo Pearlman. En el último capítulo se examinan los trabajos de Bob Flanagan, Supervert y J. G. Ballard, donde se presentan sexualidades que comprometen los límites entre pornografía, tecnología y patología. Mediante el BDSM, la exofilia o la sinforofilia, estos artistas señalan caminos novedosos que pueden dar lugar a formas originales de entender el sexo y las relaciones personales.


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