En febrero de 1993 comencé a trabajar en la Escuela de Estudios Árabes (C.S.LC.) de Granada en la redacción de esta tesis doctoral. Antonio Almagro Gorbea, Investigador del C.S.LC, me aconsejó dedicar los primeros meses a la lectura de la historia de la arquitectura musulmana, de manera que pudiera abordar el problema desde un punto de vista lo más amplío posible. Esta sugerencia ha resultado fundamental a la hora de acometer un estudio general de las relaciones entre la arquitectura y el paisaje de nuestro país. Debido a que mi campo de investigación no abarcaba un período concreto de la historia de al-Andalus, ni siquiera una parcela tipológica en especial, me interesaba conocer a fondo cual había sido la base sobre la que una cultura extranjera comenzó a modelar el paisaje de de la Península Ibérica a partir del siglo VIII. Más tarde me he interesado asimismo por la adaptación llevada a cabo por los cristianos de los mecanismos musulmanes de construcción y transformación del paisaje. Esta traducción se llevó a cabo muy poco a poco, ya que aunque 1492 señala oficialmente el final de al- Andalus, es evidente que al menos hasta 1610, año de la expulsión de los moriscos, el paisaje de nuestro país continuó siendo modelado por una cultura mixta, en la que el elemento musulmán era fundamental. La mayor parte de los ejemplos estudiados en este trabajo corresponden a algún momento de este largo período, aunque el verdadero objetivo sería, utilizando una acertada expresión debida a Thomas F. Glick, estudiar la situación "antes y después de aLAndalus".1 Se trata en definitiva de estudiar cual fue la transformación sufrida por la arquitectura musulmana al introducirse en Hispania, y determinar asimismo cual fue su legado. Desde el punto de vista técnico he contado, para desarrollar la investigación, con los abundantes medios que brinda la Escuela de Estudios Árabes de Granada: una serie de fondos bibliográficos dedicados a la cultura andalusí, un extenso catálogo de dibujos de arquitectura hispanomusulmana realizados en la propia Escuela, y una completa serie de aparatos topográficos, fotográficos y cartográficos, que han permitido acompañar este texto con dibujos imposibles de realizar sin la ayuda de estos medios. A partir de 1994 mi trabajo se ha desarrollado en el Real Jardín Botánico de Madrid. Los cuatro años transcurridos desde entonces han supuesto un enriquecimiento muy notable de mí labor de investigación. Aunque el comienzo no resultó fácil, creo que la aportación más valiosa ha sido ei adquirir un conocimiento general de la flora ibérica, hecho que me ha permitido analizar el paisaje de modo mucho más profundo de lo que hubiera imaginado en 1993. Desde un punto de vista natural el paisaje de la mitad meridional de la Península Ibérica, típicamente mediterráneo, presenta evidentes similitudes con el norte de África. Existen además algunas coincidencias con el área de Oriente Medio, de modo que muchas plantas procedentes de aquella zona se han adaptado con gran facilidad después de ser introducidas por los musulmanes. Bajo esta perspectiva, el estudio del paisaje humanizado de nuestro país se convierte en un campo de trabajo apasionante. La multitud de elementos naturales y culturales entremezclados conforman un resultado enormemente complejo. Su comprensión ha sido el verdadero "leit-motif" de todos estos años, y he escogido para ello cuatro ciudades que representan a mi juicio un amplio espectro de una región de nuestro país cultural y geográficamente uniforme. Después de una introducción estrictamente teórica, carente en absoluto de ilustraciones, se suceden los capítulos dedicados a cada una de la cuatro ciudades, en los que de un modo ordenando se van estudiando una serie de ejemplos de arquitectura y paisaje. La intención es definir aquellos elementos característicos de la ciudad y sus alrededores en la Edad Media, tratando de establecer su evolución posterior hasta la situación actual. La conclusión recobra de nuevo el espíritu teórico de la introducción, según el esquema "antes y después" al que me he referido anteriormente. Concluye aquí este trabajo, aunque quedan apuntados muchos caminos posibles para el futuro, que espero poder abordar con la misma dedicación que durante estos cinco años me han permitido las becas concedidas por el C.S.I.C, entre 1993 y 1996, y la Fundación Caja de Madrid, en 1997. Este trabajo ha sido posible además gracias al apoyo especial de muchas personas, entre las que quiero destacar especialmente a Antonio Almagro Gorbea y José María Mercé Hospital, codírectores de esta tesis doctoral, quienes han sabido siempre darme una sabia y cariñosa orientación, y Santiago Castroviejo Bolíbar y Juan Armada. Diez de Rivera, quienes en 1994 me acogieron amablemente en el Real Jardín Botánico de Madrid. Asimismo a lo largo de estos años muchos amigos me han ayudado con sus sugerencias y comentarios, y entre ellos no puedo olvidar a Antonio Orihueia Uzal, Elvira Martín Medina, Concepción de la Torre de Benito, Expiración García Sánchez y Camilo Álvarez de Morales y Ruiz-Matas, de la Escuela de Estudios Árabes de Granada, John Chídley, librero de viejo de Granada, Pedro Jiménez Castillo y Julio Navarro Palazón, del Centro de Estudios Árabes y Arqueológicos "Ibn Arabí" de Murcia, Iñaki Ábalos, profesor titular de la E.T.S.A.M., Alvaro Galmés de Fuentes, Serafín López Cuervo, Antonio Pou Royo, profesor titular de la facultad de Ciencias Biológicas, U.A.M., Miguel Ángel García García, Javier Estrada, Manuel Macía Barco, Ramón Morales Val verde, Teresa Almaraz López, Leopoldo Medina Domingo, Rodrigo Duno de Stefano, Inés Álvarez Fernández, Gínés López González, Nicolás López Jiménez, Javier Fuertes Aguilar, Miguel Menezes de Sequeira y Pablo Pérez Daniélls, del Real Jardín Botánico de Madrid, e Inmaculada Porras Castillo, del Jardín Botánico Juan Carlos I de Alcalá de Henares, a todos ellos gracias.
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