Francisco Javier Ezquerra Boticario
Las áreas montañosas de la provincia de León constituyen uno de los enclaves más relevantes para la conservación de la biodiversidad de la península Ibérica. Esta riqueza se traduce en numerosas declaraciones de áreas protegidas: Parque Nacional, Parques Regional y Naturales, Monumentos Naturales, espacios de la red europea Natura 2000, Reservas de la Biosfera declaradas por la UNESCO, etc. No obstante, estas montañas han sido objeto de un uso humano ancestral que ha modificado su cobertura vegetal desde hace miles de años, y que es la razón de que hoy dominen en su paisaje los matorrales y pastizales frente a los bosques. Dentro de éstos, los más comunes son diversos tipos de robledales y hayedos, así como los abedulares. Los pinares naturales, en cambio, resultan muy escasos, hasta el punto de que en algunos momentos se pensó que no eran autóctonos de estas cordilleras, y que todos se debían a repoblaciones. Posteriormente las evidencias científicas demostraron la naturalidad del pinar de Puebla de Lillo, que se pasó a considerar como una joya botánica pero también como una rareza, o un testimonio de viejos bosques que habrían desaparecido del resto de la montaña de forma natural, desplazados por los bosques de frondosas.
Sin embargo, la historia parece haber sido bastante diferente, a juzgar por lo expuesto en la tesis doctoral "Los pinares en la evolución de los paisajes forestales de las montañas leonesas a lo largo del Holoceno", elaborada por Javier Ezquerra y dirigida por los doctores Luis Gil y Juan Manuel Rubiales, y que ha sido recientemente defendida en la Universidad de León, obteniendo la calificación de sobresaliente cum laude.
La tesis se ha centrado en analizar la evolución de la vegetación en las montañas cantábricas, y en particular en las de la provincia de León, durante los últimos 10.000 años, prestando especial atención a los pinares de pino silvestre (Pinus sylvestris). Y lo ha hecho de forma novedosa, al obtener y combinar información procedente de diversas disciplinas, como la palinología (el estudio de los granos de polen fósil), el estudio de restos leñosos, la toponimia o la historia, además de abordar el estado de las representaciones actuales mediante la fotografía aérea, los estudios de campo o la dendrocronología (la medición de la edad de los árboles mediante el conteo de anillos de crecimiento). Las conclusiones demuestran que los pinares de pino silvestre son un tipo de bosque netamente autóctono de estas montañas, habiendo sido erradicados de su mayor parte por la influencia humana.
La historia completa es algo más compleja. Después del retroceso de los glaciares, hace más de 10.000 años, los pinares dominaban tanto la cordillera Cantábrica como los Montes de León o la Sierra de la Cabrera. En las zonas de clima más atemperado estos bosques pioneros cedieron pronto su dominio a los de frondosas, sobre todo robles, pero en las de clima más riguroso lo mantuvieron, y en las intermedias lo compartieron en forma de masas mixtas. El dominio de los pinares se mantuvo sobre todo en las zonas más elevadas del sector centro-occidental de la cordillera Cantábrica (Alto Carrión, Alto Porma y Alto Sil-Babia-Somiedo) y otras de los Montes de León (cara norte del Teleno y sierras de Vizcodillo y La Baña). Pero precisamente en esas zonas se produjeron deforestaciones abruptas desde hace poco más de 2.000 años hasta el periodo medieval, propiciadas por el hombre mediante quemas, que provocaron la sustitución de los pinares por brezales y pastizales.
Una de las claves más relevantes han sido los hallazgos de cientos de muestras de troncos, raíces y piñas depositados en lagos y turberas, que al ser analizados mediante radiocarbono han arrojado edades comprendidas entre casi 10.000 y apenas 1.000 años, es decir, en plena Edad Media, y en localizaciones donde los pinares han desaparecido. Se han analizado también más de 1.000 topónimos relacionados con la vegetación, de los que un 10% están relacionados con la presencia antigua de pinares, algunos tan evidentes como Pinos (Babia), Río Pinos (Valdelugueros), Pineda (nacimiento del Carrión, Palencia) o Peguera (hornos en que se extraía la pez de los pinos, en Picos de Europa). En algunos sitios se ha recogido la memoria histórica de los mayores, que recordaban haber visto pinos naturales cuando "guajes", o habérselo oído contar a sus abuelos: así ha sucedido en Riolago de Babia, en Aralla de Luna, en Pobladura de la Sierra o en Valdavido, por ejemplo. Las propias referencias históricas corroboran la presencia del pino hasta épocas muy recientes, y explican las causas de su desaparición: los frecuentes fuegos para abrir los bsoques y mantener los extensos pastaderos para las cabañas ganaderas. Como comentaba Pascual Madoz acerca de León, hacia 1850, "el pino apenas es ya conocido en esta provincia, donde preponderó en otro tiempo a todas las demás clases de arbolado……el arbolado de los montes va desapareciendo enteramente a impulsos del hacha destructora, del dañino diente de la cabra y de la voracidad de los incendios que los pastores atizan para acabar con los arbustos". El análisis histórico descarta la extensión o fomento de pinos o pinares mediante su plantación hasta el siglo XX, al menos a efectos de alterar su distribución natural: las medidas locales de protección de estos y otros bosques no fueron suficientes para evitar su degradación.
Posteriormente el pino silvestre fue la especie principal elegida para protagonizar las repoblaciones forestales que fueron modificando el paisaje de las montañas leonesas a lo largo del siglo XX. Las primeras repoblaciones se iniciaron en 1911, fueron poco relevantes y no ampliaron las masas naturales, centrándose en enclaves concretos (Alto Bernesga, Piedrafita de Babia, Adrados, Boca de Huérgano y Vega de Espinareda). A partir de 1940 las repoblaciones forestales se incrementaron, y a partir de 1970 supusieron una transformación mayor del territorio por su profusión y el tipo de maquinaria utilizado para los aterrazamientos. Esto motivó una respuesta desfavorable de diversos colectivos y contribuyó a modificar la consideración de los pinares, que empezaron a ser vistos como algo ajeno a la naturalidad de estos montes.
A mediados del siglo XIX, antes de la intervención de los cuerpos forestales, aún quedaban pinares naturales de cierta envergadura en el Alto Carrión palentino (Velilla) y en el Alto Porma, y pinos o pinares por otras zonas (Ancares, Babia, Luna, entorno de los Picos de Europa o la Sierra de la Cabrera). Sin embargo, a lo largo del siglo XX sólo los reductos del Alto Carrión y el Alto Porma se mantuvieron como entidades poblacionales, y los demás fueron desapareciendo gradualmente. En el Alto Porma, no obstante, se mantuvieron más representaciones además del pinar de Lillo, que este estudio ha sacado a la luz: un pequeño pinar con ejemplares de más de 225 años en Collacerrosa (Redipollos), los restos de otro pinar centenario entre Redipollos y Solle o numerosos ejemplares dispersos hasta las inmediaciones del Lago del Ausente. Otros ejemplares más jóvenes aparecen salpicados por las cumbres de Babia, de Somiedo o de Pajares, cuya naturalidad podrá comprobarse mediante estudios genéticos.
Entre las conclusiones del trabajo se cuenta que la integración de los procesos naturales a largo plazo en los objetivos de conservación debe inspirar un reconocimiento científico a los pinares montanos y a la conservación de la biodiversidad cántabro-atlántica en general. En las zonas más altas y centrales de la cordillera cantábrica el pino silvestre debe ser considerado capaz de ejercer una dominancia natural y potencial, así como una especie más de las integrantes del patrimonio natural de las montañas leonesas y de su entramado ecológico.
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