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Los españoles y José I. La imagen del rey

  • Autores: Antonio J. Piqueres Díez
  • Directores de la Tesis: Rafael Fernández Sirvent (dir. tes.), Emilio La Parra López (dir. tes.)
  • Lectura: En la Universitat d'Alacant / Universidad de Alicante ( España ) en 2015
  • Idioma: español
  • Tribunal Calificador de la Tesis: Rosa Ana Gutiérrez Lloret (presid.), Gonzalo Butrón Prida (secret.), Manuel Moreno Alonso (voc.)
  • Materias:
  • Enlaces
    • Tesis en acceso abierto en: RUA
  • Dialnet Métricas: 3 Citas
  • Resumen
    • En 1808 la elección de José Bonaparte para ocupar el trono español generó todo tipo de actitudes, menos indiferencia. Quienes defendieron los derechos de Fernando VII calificaron a José de ¿el efímero¿, ¿el intruso¿, ¿el rey pepino¿, ¿el espantadizo¿, ¿el nuevo liliput¿, ¿el pelele¿, etc. Contrariamente, los josefinos se refirieron al nuevo monarca como ¿el humano¿, ¿el filósofo¿, ¿el bondadoso¿, ¿el liberal¿, ¿el justo¿ o ¿el rey paternal¿. Todos estos motes son el punto de partida de la tesis que hoy se presenta y que lleva por título ¿Los españoles y José I. La imagen del rey¿. En concreto, el objetivo de este trabajo ha consistido en averiguar cómo se representaron los españoles a José Bonaparte en el tiempo de su reinado, es decir, se ha intentado realizar una aproximación a su imagen pública. Un planteamiento que ha exigido no limitarse a José, sino realizar asimismo el examen de la opinión que se formaron los españoles de Napoleón y de Fernando VII, quienes vienen a ser el contrapunto de José, uno y otro, lógicamente, por razones distintas.

      De acuerdo con las pautas metodológicas ofrecidas por Maurice Agulhon en sus estudios sobre la representación de la república, la imagen pública del poder, en nuestro caso del rey, es una construcción colectiva, que se efectúa a través de una variada información proporcionada por medio de diversos canales: las representaciones plásticas en sus distintas variantes, las noticias, los actos y el ceremonial que rodea a los titulares de la Corona, y las creencias y representaciones mentales de la sociedad.

      Esta tesis pretende contribuir al estudio de la imagen pública de José I y dirige el foco de atención hacia uno de los elementos que actuaron en la formación de esa imagen: la propaganda política, especialmente abundante durante la Guerra de la Independencia. En la tesis se ha utilizado el concepto propaganda política, entendido, como lo hace Peter Burke, ¿en el doble sentido de transmisión de valores sociales y políticos y expresión tanto del poder de rey, como de la devoción hacia él o del rechazo de una parte más o menos numerosa de su pueblo¿.

      De la mano de la propaganda política se descubrirán dos retratos antagónicos de José Bonaparte: idealización versus estigmatización. En ambos casos resulta evidente el deseo de modificar la conciencia de las masas. De esta forma, la imagen construida de la persona que ocupó el trono sigue desempeñando un papel central. Por eso se ha focalizado la atención en el examen del conjunto de imágenes nacidas durante el reinado josefino. A este fin, se ha confrontado la acción política de José y las imágenes fabricadas por sus partidarios y sus detractores, aunque ni la gestión de gobierno del monarca estuvo exenta de interés político, ni el uso político y publicitario que los bandos enfrentados acabaron dándole a todo acto, medida, conducta, etc. de quien ejerció la titularidad de la Corona, invalida per se la autenticidad y sinceridad de muchas de las imágenes que circularon de nuestro protagonista en la época.

      Al desmentir algunas de las imágenes peyorativas y glorificadoras de José, se desvelarán ciertos rasgos de su personalidad, pero no se ha pretendido esbozar su biografía. Ha resultado interesante examinar lo que José aparentó ser, lo que quiso que fuera la propaganda del régimen y la enemiga, y la imagen que de él se forjaron sus contemporáneos. La imagen de la Corona como institución no importa aquí y tampoco se atenderá el concepto de monarquía como forma de gobierno, pero se tendrá en cuenta el carácter simbólico de la monarquía y su dimensión social y cultural.

      La tesis se compone de una introducción, trece capítulos centrales, las conclusiones y un último apartado con las fuentes y la bibliografía.

      En las primeras páginas introductorias se examina la historiografía que ha abordado la imagen de José I, desde el siglo XX hasta la actualidad. En el segundo capítulo, que versa sobre La propaganda al servicio de la Guerra de la Independencia, se ofrece un análisis pormenorizado de los instrumentos de captación que durante la guerra utilizaron los josefinos y los patriotas para legitimar o desprestigiar, según el caso, la imagen de José Bonaparte.

      Los once capítulos siguientes constituyen el núcleo central de la tesis. En cada uno de ellos se examina una imagen específica de José, nacida del análisis de la propaganda política que bonapartistas y patriotas generaron en la época en torno a su figura. Por lo general, en cada capítulo se estudia una imagen y su contraria y se intenta dilucidar su posible relación con la realidad histórica. Por eso, a la imagen de ¿rey legítimo¿ que construyen los bonapartistas, le sucede la interpretación patriótica, que defiende la ilegitimidad de la nueva dinastía. Este procedimiento se mantiene en el resto de los apartados: Rey español ¿ rey extranjero; Rey católico ¿ rey ateo, Rey maléfico ¿ rey bienhechor, etc. Excepto en el decimocuarto, titulado Los siete ¿pecados capitales¿ del rey José, que presenta una estructura parcialmente distinta, pues las imágenes aquí tratadas (¿rey borracho¿, ¿rey baraja¿, ¿Rey ladrón¿, ¿rey tuerto¿, ¿rey imbécil¿, ¿maníaco sexual¿, etc.) adolecen de ¿contraimágenes¿ encomiásticas, porque la propaganda bonapartista generalmente guardó silencio, pese a la falsedad de todos estos defectos.

      Entre las fuentes primarias utilizadas en esta tesis, las hemerográficas ocupan un lugar destacado, algo normal dado que durante la contienda se editaron más de quinientos periódicos, en su mayoría, en el bando llamado patriota. La colección de prensa histórica manejada supera el medio centenar de cabeceras, 68 para ser exactos, y se alberga, principalmente, en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España, en la Hemeroteca Municipal de Madrid y en el Instituto de Historia y Cultura Militar de Madrid.

      La producción bibliográfica examinada, tanto en forma de libros como de folletos, ha sido igualmente copiosa. Especialmente significativo ha sido el estudio de las distintas colecciones de escritos favorables a la causa borbónica. La relación de contenido de los 1008 volúmenes que forman la Colección Documental del Fraile, depositada en el Instituto de Historia y Cultura Militar, da buena cuenta de la riqueza documental que generó este tipo de propaganda. Otro repertorio de folletos importante ha sido el Ensayo de una bibliografía de folletos y papeles sobre la Guerra de la Independencia publicados en Valencia 1808-1814, de Francisco Almarche Vázquez. Existen otras colecciones como la de Gómez Imaz, depositada en la Biblioteca Nacional, o la de Gómez de Arteche, que posee la Biblioteca del Senado, igualmente imprescindibles. Además, con motivo de la conmemoración del bicentenario de la Guerra de la Independencia se ha digitalizado un gran número de folletos, muchos desconocidos, que también han sido incorporados. Es necesario señalar la colección de Josep Fontana (Universidad Pompeu Fabra) y la del Servicio Histórico Militar (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes).

      Por otra parte, el estudio de los sermones, pastorales, etc. de la jerarquía eclesiástica también ha ayudado a descubrir el concepto que tuvieron los españoles de José I, pues es bien sabida la importancia que en esta época desempeñó el púlpito como tribuna política. El repertorio teatral y las caricaturas y otros elementos iconográficos albergados, principalmente, en la Biblioteca Nacional, en el Museo de Historia de Madrid y en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, también han sido incorporados en la tesis, ya que fueron vehículos utilizados para promocionar y desprestigiar, según el caso, la imagen de nuestro protagonista. Por supuesto, la correspondencia privada que José mantuvo con Napoleón, su esposa Julia, ministros, etc., y la de otros actores como el embajador La Forest, han resultado una fuente de estudio ineludible, tal y como revelan los fondos del Archivo Histórico Nacional y otros, así como las ediciones de tales epistolarios. También se ha recurrido a las memorias de quienes desempeñaron un papel significativo durante el reinado josefino. Por último, no se ha olvidado las proclamas, circulares, decretos, órdenes, leyes, manifiestos, o la propia Constitución de Bayona: lo que se denomina literatura oficial.

      Para finalizar, se citarán las conclusiones más destacadas: Napoleón construyó las primeras imágenes encomiásticas que circularon de su dinastía y, en concreto, la de José. Pero fueron los bonapartistas, y José a la cabeza, quienes recurrieron después a la propaganda política para consolidarlas. Por todo ello, José no debe ser considerado un agente pasivo y carente de iniciativa en el proceso de fabricación de su imagen pública, sino más bien protagonista.

      Las particularidades que rodearon la llegada de José al trono, las señas de identidad del pueblo español y el recuerdo de Fernando VII condicionaron el discurso y las imágenes asociadas a la nueva dinastía, imágenes que se adecuaron a la idiosincrasia de la España de principios del siglo XIX. José no dudó en acomodar sus gustos particulares a los generales si ello podía facilitar su integración en una España eminentemente fernandina o cuanto menos hostil a la presencia bonapartista en la Península. Pero esta política de acercamiento a los españoles no fue resultado del carácter camaleónico y artificioso de un monarca calculador y maquiavélico; en realidad, obedecía a la reacción desesperada de un rey despreciado por la mayoría de quienes debían ser sus súbditos.

      En ocasiones, el monarca interpreta un determinado papel, pero esto no invalida, al menos en su totalidad, la sinceridad de sus discursos o acciones. Es preciso, pues, establecer una distinción entre aquellos episodios que respondieron a cuestiones de imagen y aquellos otros que fueron efecto de su personalidad, por más que luego fueran utilizados en clave propagandística. Obviar la implicación estratégica y el carácter interesado de algunos sucesos daría lugar a una lectura inexacta de muchas de las imágenes que circularon de José, pero interés político-publicitario y realidad-sinceridad son conceptos que no siempre estuvieron reñidos, ni en el bando josefino, ni tampoco en el patriótico.

      El régimen bonapartista presentó unos retratos idílicos de Napoleón y de José I. Pero la mitificación de ambos estuvo cargada de dificultades. La primera, y más importante, nacida de la guerra de propaganda que enfrentó al invasor francés con los españoles. En este contexto, el discurso encomiástico de los Bonaparte tuvo un recorrido limitado, a diferencia de lo que ocurrió con el mito de Fernando VII, cuya consolidación aceleró el deterioro de la imagen de José.

      Las críticas contra Napoleón tuvieron un efecto similar sobre la imagen de nuestro protagonista. José fue atacado, pero fue sobre todo Napoleón el blanco del odio popular. Hay una gradación que se corresponde con la realidad histórica y que delata el alto grado de politización del debate. El rey José ocupa una posición secundaria, en sintonía con la responsabilidad que asumió en España como delegado de su hermano. En cambio, Napoleón monopoliza las críticas y la animadversión de los españoles. Ahora bien, la imagen de José fue pareja a la del emperador, pues a efectos prácticos (o propagandísticos) los Bonaparte personificaban un proyecto común en España.

      Por todo ello, el estudio de la imagen de José no puede llevarse a cabo con independencia de las imágenes que los españoles se formaron de Fernando VII y, muy especialmente, de Napoleón. En términos propagandísticos, José, mejor dicho, ¿el intruso¿, fue una víctima de ¿el deseado¿ y de ¿el empeorador¿; víctima en definitiva de dos imágenes antagónicas, que tenían, sin embargo, puntos de convergencia, no solo en lo concerniente a su autoría, sino también en sus propósitos. El objetivo no era otro que la defenestración de José, ya fuese equiparándolo con su perverso hermano, ya elogiando al joven Fernando.

      La construcción de las imágenes peyorativas de José revela una convivencia en materia de propaganda entre patriotas y josefinos. Dicho de otra forma, la propaganda política ilustra cómo los defensores de Fernando hicieron uso de las imágenes encomiásticas que circularon de la dinastía Napoleón para divulgar la imagen contraria, que a veces resultó ser la opción con mayores trazos de autenticidad. La réplica patriótica, además, fue proporcional al poder de las imágenes explotadas por la dinastía Napoleón. Cuando la imagen apenas es rentabilizada como título de gloria por el aparato oficial que la ha creado, la respuesta patriótica es limitada porque no detecta peligro. En cambio, embiste con fuerza cuando descubre una imagen con potencial proyección que puede alterar su estrategia de desprestigio.

      Pero la imagen del rey no se vio afectada únicamente por la determinación erosiva de las plumas patrióticas. La falta de una política de rectificación capaz de desmentir las imágenes peyorativas sentenció su reinado. La mayoría de las imágenes creadas por los bonapartistas surgieron para acercar a José a la sociedad española, pero raramente lo hicieron para combatir las críticas recibidas, ni siquiera cuando los pretendidos defectos de José ofrecían contradicciones o resultaban inverosímiles.

      En lo relativo a la propaganda, el ataque desde las filas bonapartistas a los defensores de Fernando VII se redujo a la mínima expresión. Los órganos de propaganda bonapartistas primero tuvieron que justificar la presencia de José en el trono del ¿deseado¿ y, solo después, ensalzar su imagen pública. Centrados en tamaña empresa, la propaganda estaba imposibilitada para ser el azote del bando patriota. Suficiente tarea tenía encomendada como para ampliar su campo de actuación. Además, el patriotismo de la población desaconsejaba una campaña de desgaste dirigida específicamente contra Fernando VII que, pese a todo, seguía simbolizando a la nación.

      José I fue fundamentalmente una víctima de la propaganda patriótica, pero la responsabilidad de Napoleón no fue escasa, pues aunque sentó las bases de las imágenes encomiásticas más potentes, él mismo acabó convirtiéndose en una losa muy pesada para el rey. Las circunstancias históricas en las que se produjo la llegada de José al trono tampoco facilitaron las cosas. Muchas imágenes peyorativas que circularon en contra de José se fundamentaron en los sucesos de la guerra, por más que estos hechos fueran manipulados y utilizados en términos políticos. La realidad se convirtió a menudo en la peor arma de propaganda a la que tuvo que enfrentarse el monarca. Sin embargo, la propaganda patriótica garantizó el afianzamiento de otras imágenes peyorativas que no tuvieron viso alguno de autenticidad.

      Como se puede suponer, estos y otros muchos condicionantes, no fueron los más idóneos para crear el mito de José I. El fracaso de la propaganda bonapartista obedeció, fundamentalmente, a que la mayoría de los españoles seguía la pauta tradicional de asumir al rey existente y este era Fernando VII, como hijo de Carlos IV. En estas circunstancias, la propaganda patriótica resultó ser el menor de los problemas de la dinastía Napoleón. El principal obstáculo lo constituyó la defensa generalizada de Fernando que realizaron los españoles. La propaganda bonapartista intentó derribar esta muralla, pero la solidez de sus cimientos impidió cualquier tipo de acercamiento significativo. La entronización de José y la campaña de propaganda que le siguió solo sirvieron para fortalecer el carácter fernandino de los españoles, cuya idiosincrasia veían cada vez más amenazada. En este contexto, la propaganda bonapartista consiguió mantener y avivar las emociones y los afectos de los pocos miles de españoles que defendieron el reinado de José por convicción, pero esa propaganda no fue una razón determinante en la conversión, generalmente fingida e interesada, de quienes juraron obediencia a la nueva dinastía. La sociedad española no dejó de ser fernandina por influencia de las plumas bonapartistas, pero los josefinos convencidos tampoco mudaron de ideología afectados por la imagen peyorativa que ofrecieron los patriotas de José.


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