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Sobre la identificación en las reflexiones de lo sagrado, el drama y la filosofía

  • Autores: Fernando Infante del Rosal
  • Directores de la Tesis: Emilio Rosales Mateos (dir. tes.), María Jesús Godoy Domínguez (dir. tes.)
  • Lectura: En la Universidad de Sevilla ( España ) en 2012
  • Idioma: español
  • Tribunal Calificador de la Tesis: María José Valiente Jiménez (presid.), Inmaculada Murcia-Serrano (secret.), José Luis Molinuevo Martínez de Bujo (voc.), Diego Romero de Solís (voc.), Cinta Canterla Gonzalez (voc.)
  • Materias:
  • Enlaces
    • Tesis en acceso abierto en: TESEO
  • Resumen
    • En las sociedades contemporáneas la identificación, individual o colectiva, es un fenómeno tan cercano y presente que no resulta visible para la distanciada mirada filosófica. La identificación, como hecho psíquico, define el comportamiento básico de la vida política, de los eventos deportivos, de las relaciones de amistad, de la religión e, incluso, de la pretendidamente apática actividad intelectual. La identificación filtra la vida emocional y también la actividad cognoscitiva. Es un mecanismo feroz, fomentado por el arte tradicional y determinante en la cultura de masas. La identificación es el origen, la mayor partede las veces, de la adhesión a ideales o costumbres. Es el principio de lasrevoluciones y también el de las guerras y el terror.

      La identificación es el ámbito en el que la ficción y la realidad se unen. Es elacto primitivo de fabulación y, al mismo tiempo, la manera primordial deaprehender lo real. Al identificarse, el sujeto se hace cargo, aunque de una manerafingida. La identificación es el síntoma de la mentira que sustenta nuestrarelación con el mundo, una mentira en la que brotan todas nuestras verdades,pues ella es la ficción necesaria para entender y sentir 2 . Tomando conciencia de laidentificación, todos los valores se vuelven objeto de sospecha, todas lascostumbres son observadas con mirada crítica, la verdad cotidiana se revelailusión.

      Ha sido el pilar más profundo y oculto de la ficción y del arte –excepto quizáspara una tradición de estética negativa que la ha hecho más evidente alrechazarla–. El arte y el drama la tomaron de los rituales ancestrales o delcomportamiento ordinario y la convirtieron en hecho estructural de su acción, enforma básica de ficción. La cultura de masas reiteró y extremó su uso paraacrecentar el valor de evasión de esa ficción. Pero el arte no inventó la mentira,tan sólo la extrajo de la vida y la convirtió en un mecanismo estético.

      Para Freud, y sobre todo para Lacan, la identificación está en la base de laidentidad personal y de la identidad del sujeto. Para cierta sociología, como laparticular sociología-antropología de Edgar Morin, está también en el origen de laidentidad social y cultural. Quizá por esto una gran parte de la Filosofía no hamostrado interés por tal fenómeno. ¿Cómo iba a aceptar la tradición filosófica delser frente al devenir que la identidad del sujeto y la identidad cultural esténfundadas en un proceso? ¿Cómo iba a prestar tan abiertamente sus fundamentosa la psicología, al psicoanálisis o a la sociología? ¿De qué manera podía hacerlosiquiera con los fundamentos del pensamiento moderno, con sus logradas dicotomías y sus redentoras categorías? La identificación aparece ante nosotros como ese proceso inserto en ámbitos fundamentales para la filosofía como el conocimiento, la emoción, la constitución del sujeto o la conciencia de la cultura, que ha sido, sin embargo, obviado por gran parte de los filósofos, sobre todo por aquellos mismos que han relegado el pathos a los lugares en que la razón se ausenta. No extrañará por ello que, como veremos, el concepto de identificación pueda muchas veces estar latente o mal formulado en la tradición del pensar o que la historia del concepto sea mucho más extensa que la del término.

      Junto a otros conceptos, la identificación marca de manera borrosa un territorio difícil para la historia del pensar, ese espacio por el que la reflexión filosófica como fundamento epistemológico de otros saberes (psicología, psicoanálisis, sociología) debe quizá reconocer que existe un fenómeno previo a su fundamentación, un proceso anterior a sus categorías trascendentales. Éste es sin duda uno de los pozos más profundos de la filosofía del siglo XX, que han sondeado desde la Fenomenología a la Filosofía Analítica 3 .

      Ni siquiera para la Estética tal concepto ha llegado a convertirse en un elemento de importancia. Por una parte, muy rara vez aparece de manera explícita; por otra, en la reflexión estética, los hitos del interés por la identificación están aislados e inconexos la mayor parte de las veces. No ocurre así en el resto del pensar filosófico, donde –como veremos en este estudio– la inconsciente referencia al fenómeno identificatorio, por inconsciente e impensada quizás, se produce de manera más continua, en el modo de la tradición 4 . Y quizá una de las causas de esto sea la situación elevada que adoptan frecuentemente la filosofía o la estética: la identificación es enemiga del pensamiento desde que Platón condenara la «acción directa» en su República, pero lo es más abiertamente al convertirse en uno de los mecanismos básicos de la cultura industrializada y masiva. El interés de la estética por la cultura popular y la cultura de masas, a grandes rasgos, es relativamente reciente. Una vez más, la lechuza de Minerva emprende el vuelo al caer el crepúsculo.

      En la actualidad, una estética menos ascética y más abierta al goce (una estética que no se aísla en su lograda autonomía) ha empezado a interesarse abiertamente por el arte de masas y empieza a asumir la importancia de la identificación como factor de cierta experiencia estética. La reflexión se abre al mundo de la ficción y a sus efectos, al mundo del placer y la evasión. La estética se adentra en su antiguo ámbito de heteronomía para dar cuenta de la cultura de masas y, allí, se encuentra con la idea de identificación como desafío a su método y esencia.

      Para la filosofía en general el presente es muy distinto. La estética, al fin y al cabo, se reduce a cierta recepción, a cierta experiencia, a una realidad mediatizada por la ficción y la mirada poética; pero para la filosofía la identificación sigue siendo problemática. Para su mirada autocomprensiva no es propiamente un concepto filosófico. No lo ha sido nunca. Su naturaleza, entiende, ha sido forjada precisamente en los dos terrenos que limitan con la filosofía: el del rito, que antecede al pensamiento filosófico, y el de las ciencias sociales, que prolongan su episteme. La filosofía no sabe cómo hacerse cargo de una realidad que no haformado parte –a sus ojos– de la constitución de sus conceptos y criterios. Segúnla historia escrita del pensar filosófico, la identificación no ha sido nuncaconsiderada abiertamente en sus extensas teorías del conocimiento, en susrecurrentes teorías de las pasiones, en las filosofías del sujeto. No ha formadoparte explícitamente del programa de ninguna tradición (acaso muy lateralmentede aquellas que se han aproximado al drama o al arte). Se asume que laFenomenología, el Existencialismo, o la Filosofía Analítica, muy cercanos enparte a la psicología, no han formulado una teoría de la identificación . Y es difícilencontrar en la filosofía clásica y en sus teorías del drama o de las emociones elrastro del concepto si lo que realmente buscamos es el término. No obstante,como pretendemos mostrar en este estudio, la identificación estuvo siempre ahí,latente como una noción innominada en gestación en espera del paradigma quepodía alumbrarla.

      Pero, ¿por qué parece no interesar este hecho a gran parte de la filosofíaactual? ¿Lo ha obviado por no pertenecer al ámbito trascendente? Resultasorprendente porque, a simple vista, y sin que nos hayamos adentrado aún en suanálisis, no parece estar lejos de la reflexión de algunos filósofos clásicos y dealgunas líneas de pensamiento contemporáneas. Pero, más aún que su olvido,llama la atención el caso de aquellos filósofos que, habiéndose acercadoformidablemente al concepto, no lo acotan o lo relegan a los márgenes de sureflexión. Sucedía ya con la idea de libertad del objeto 6 de Hegel, o con muchasreferencias de Nietzsche en El nacimiento de la tragedia 7 5 . Ni siquiera en las sutiles críticas de Adorno al «hedonismo estético» en su Teoría estética se demarca un concepto que cuando no ha sido invisible para la filosofía ha permanecido difuso.

      Como se intentará en este estudio, este olvido debe reprochársele sólo al pensar contemporáneo, al que ha asumido el compromiso nietzscheano y heideggeriano de andar lo andado y el post-heideggeriano de ir más allá de la propia filosofía: resultaría inadmisible reprochar a otros sistemas la ausencia de un concepto que no pertenecía a su episteme o a su marco de intelección. Como podemos suponer, sólo cuando la idea de identidad se forja y, más aún, sólo cuando se vuelve problemática (algo que sucede en el mismo discurso de la modernidad), puede aparecer ante los ojos del pensador la imagen de la identificación.


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