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Los suelos de Asturias (España): un enfoque basado en las relaciones entre factores formadores y horizontes de diagnóstico

  • Autores: Manuel Rodríguez Rastrero
  • Directores de la Tesis: Jaime Cuevas Rodríguez (dir. tes.), José Gumuzzio Fernández (dir. tes.), Felipe Yunta Mezquita (dir. tes.)
  • Lectura: En la Universidad Autónoma de Madrid ( España ) en 2016
  • Idioma: español
  • Tribunal Calificador de la Tesis: Raimundo Jiménez Ballesta (presid.), Juan José Lucena Marotta (secret.), Juan Diaz Gallardo (voc.), Rocío Millán Gómez (voc.), Carmen Lobo Bedmar (voc.)
  • Materias:
  • Enlaces
  • Resumen
    • Desde los tiempos de Dokuchaev, a finales del siglo XIX, el suelo ha sido considerado como un "cuerpo natural independiente" y "digno de estudio por derecho propio" (Bridges, 1990), con propiedades exclusivas diferenciadas de las de otros elementos naturales (Fanning y Fanning, 1989; Churchman, 2010).

      Dokuchaev, en 1879, fue el primero en introducir la idea de que el suelo no es algo inerte y estable, sino que se desarrolla y evoluciona bajo la influencia de los agentes climáticos y de la vegetación, que actúan en el tiempo sobre un sustrato litológico dado (Florinsky, 2011; Scalenghe y Certini, 2007). Esta es la base de la visión actual del suelo desde una perspectiva edafológica, que lo interpreta como un cuerpo tridimensional, con capacidad evolutiva, que puede ser compartimentado en capas o niveles -horizontes edáficos- y que ha sido creado bajo la influencia conjunta de cinco factores formadores: clima, organismos, material parental, relieve, y tiempo o edad de la superficie (Bockheim et al., 2005), de acuerdo con el concepto clásico de "factores de estado" articulado por Jenny (1941). En los términos establecidos por Duchaufour y Souchier (1984), los factores formadores corresponden a las "condiciones ecológicas que dirigen la formación de los suelos". El apartado 2.1 de este documento abunda en lo referente a los factores formadores del suelo.

      Probablemente, el primer reconocimiento de "procesos de formación del suelo" fue postulado en los conceptos de "eluviación" e "iluviación", establecidos a principios del siglo XX a partir de los trabajos de Glinka y Marbut. En 1960, Gerasimov y Glazovskaya establecieron 10 procesos edafogenéticos elementales; en 1975, Gerasimov sistematizó tales procesos como base para una clasificación genética de los suelos, mediante la secuencia jerárquica de "factores formadores→procesos edafogenéticos→propiedades del suelo" (Bockheim et al., 2005).

      Dentro de las propiedades del suelo, aquellas que muestran un carácter más permanente o estable, tanto morfológicas como físicoquímicas, han de ser entendidas como el resultado de una transferencia de información basada en dicha secuencia, y cuya expresión en el perfil de suelo tiene lugar tanto al nivel microscópico (orgánico e inorgánico), como a los niveles macroscópicos de agregados, horizontes y pediones, y por extensión, al de los paisajes edáficos (Lin, 2011). Las propiedades del suelo, entendidas en cualquiera de tales niveles, reflejan en algún modo las condiciones ambientales que han existido a lo largo del desarrollo del suelo, las cuales han podido variar en mayor o menor medida en ese tiempo; se habla así de la "memoria edáfica" (Targulian y Goryachkin, 2004).


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