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Un modelo ecológico para la reformulación de lo político

  • Autores: Jorge Manuel Benitez Martínez
  • Directores de la Tesis: Félix Duque (dir. tes.)
  • Lectura: En la Universidad Autónoma de Madrid ( España ) en 2014
  • Idioma: español
  • Tribunal Calificador de la Tesis: Jorge Pérez de Tudela (presid.), Jorge Riechmann Fernández (secret.), Antonio Campillo Meseguer (voc.)
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  • Resumen
    • En el escenario actual de la globalización ¿triunfante¿, la democracia como forma de vida se encuentra amenazada por la disociación entre el universalismo homogeneizante de la sociedad de consumo de masas y el particularismo cerrado de las reacciones comunitaristas, y, principalmente, por su identificación con un régimen puramente procedimental de legitimación de los poderes dominantes. Recuperar una noción fuerte de democracia implica, además de la crítica al modelo analítico-mecanicista que subyace a la teoría política de la modernidad, la propuesta de un modelo ecológico de interpretación del orden político, en el cual este aparece como un fenómeno relativo e inmanente a sistemas históricos (biológico-culturales) en los que la interrelación individuo-sociedad-naturaleza, a través de la memoria, razón e imaginación, configura las diversas formas de relacionamiento entre los hombres en el espacio-tiempo; quedando impugnada así toda fundamentación ¿atemporal¿ del orden político de la sociedad en una ¿naturaleza substancial¿ individual o colectiva. La negación de un principio independiente de la experiencia para la comprensión de lo político es el punto de partida para la concepción de la democracia como un modelo de política eminentemente participativo, contrario a las (per)versiones representativas y tecnocráticas de la misma.

      Al igual que el cosmopolitismo, una política democrática es una política del reconocimiento, no solo de la diferencia, sino de la igualdad de derecho de cada individuo a la participación pública en la discusión acerca de la manera en que son delimitadas las partes constituyentes del orden social, que niega radicalmente cualquier división de las sociedades humanas en jerarquías justificadoras de las relaciones asimétricas que sostienen el orden hegemónico global. Así, la democracia ecológica nace del desacuerdo tanto respecto de la distribución de bienes materiales (valores de uso), como de la asignación de significados valorativos a los bienes, necesidades, ideales, deseos y formas de existencia, que define la interrelación entre sistemas sociales y ecológicos.

      El disenso democrático implica un cambio en los umbrales de percepción que permite nuevas configuraciones del mundo, en las que aparecen como iguales los pueblos y culturas y sus entornos ecológicos, que, de meros medios para la producción económica, pasan a constituirse en sujetos de enunciación y acción políticas. Una política democrática ecológica implica entonces, además de demostrar la irracionalidad de la racionalidad económica dominante (evidenciándola como un círculo perverso de degradación ambiental y pobreza), la construcción de racionalidades alternativas a través de la revalorización de otras formas de relación hombre-mundo, capaces de sustentar nuevas articulaciones, más justas y sostenibles, entre los sistemas ecológicos y los económico-políticos. En esta tarea es fundamental el aporte de la experiencia y la cultura de los pueblos (normalmente afincados en el Sur Global) que han (sobre)vivido al lado ¿obscuro¿ de la Modernidad, a saber: la colonización con sus formas de explotación y opresión, y que han sido capaces de generar otras prácticas de organización social, política, jurídica y económica, e incluso de otras relaciones con la naturaleza. Entonces, la democracia ecológica se realizaría no sólo en el disenso respecto de la distribución de bienes materiales (valores de uso), sino sobre todo en relación a la asignación de significados valorativos a los bienes, necesidades, ideales, deseos y formas de existencia que definen la interrelación entre sistemas sociales y ecológicos.

      En una política democrática el principio ecológico de la unidad en la diversidad se expresa en la articulación del trabajo, la cultura y la comunicación con el placer y la vida personal, es decir, en una vida autónoma sostenida por el tejido social de la comunidad. Además, la asunción plena de la pluralidad y el desacuerdo como esenciales al régimen democrático hacen de él una forma política siempre en devenir, que ya no puede ser identificada con simples actos electorales legitimadores de instituciones formales de representación, pues la legitimidad de sus instituciones depende de la participación pública y responsable de cada sujeto, individual y colectivo, en la construcción del orden social en el que acontece su vida. Como proceso histórico-ecológico, la democracia puede verse como una reordenación continua del mundo compartido, promovida por las exigencias de inclusión de nuevos actores y por la reevaluación de normas, valores e instituciones ante nuevas situaciones y acontecimientos, que va conformando un orden político cada vez más complejo, semejante al proceso histórico de sucesión ecológica, en el cual orden y regularidad se combinan con la capacidad creativa de los seres vivos, en dirección a un estado ¿asintótico¿ de máxima organización siempre abierto a la contingencia. Por lo tanto, la democracia como manifestación plena de la vida de una sociedad, exige concebir el orden político al modo de un sistema abierto, generador de un espacio particular de interrelaciones humanas caracterizado por su apertura, flexibilidad y potencialidad, y su capacidad de transformar, a través de procesos dialógicos no violentos, pero no por ello menos combativos, las relaciones conflictivas en cooperativas y las inquietudes privadas en propuestas públicas beneficiosas tanto para el desarrollo individual como colectivo.

      La transición a una sociedad en equilibrio con los sistemas ecológicos implica transformaciones sociales, económicas y culturales de amplio alcance y a largo plazo, que configuran un terreno político en el que ya no existe una posición ¿privilegiada¿, desde la cual se disponga de toda la información necesaria que garantice las elecciones óptimas para el presente y el futuro, un centro de conocimiento y poder capaz de proveer las directrices para la transición. Por esta razón, el actual modelo dominante de organización político-económico global, basado en la concentración del poder de decisión en centros alejados en el espacio y en el tiempo de las consecuencias de sus decisiones y por ello mismo insuficientemente informados sobre las mismas, es fuente de conductas eco-políticamente irresponsables. La democracia, entendida como proceso de autoorganización política en el cual la interacción inmanente al sistema, y creadora del orden social, hace innecesaria la existencia de un poder central ¿externo¿ que se atribuya exclusivamente la función de regular y dirigir el comportamiento global del sistema, es así el único régimen social en el que se puede plantear responsablemente la crisis ecológica.

      Finalmente, la comprensión ecológica del espacio-tiempo abierto e impredecible como plexo de relaciones y diferencias que da lugar a la realidad cambiante y diversa de la vida, es el terreno más fértil para el cultivo y el desarrollo de una política democrática cosmopolita, en la cual el empeño en vivir una vida autónoma sea la base para la conservación y enriquecimiento del espacio común ¿local y global. Así, la democracia cosmopolita sería también intrínsecamente ecológica, en tanto forma de vida política caracterizada por el máximo respeto a la diversidad, en la cual tomamos conciencia de la riqueza y fragilidad de la vida, y, por tanto, de la necesidad de incluir la razón prudente ¿y un mínimo de sabiduría¿ en la actividad económica y la praxis política.


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