Desde el origen de la humanidad, la actividad física (AF) ha sido un requisito para asegurar la supervivencia y el desarrollo filogenético de la especie humana. El patrón de AF paleolítico venía caracterizado por el desarrollo concurrente de varias capacidades siguiendo un patrón polarizado. A pesar de la evolución humana, nuestro genoma apenas ha evolucionado en los últimos 40.000 años, dejándonos genéticamente adaptados para realizar una gran cantidad de AF diaria. Los bajos niveles de realización de AF en las sociedades modernas contrastan con los elevados niveles desarrollados por nuestros ancestros, produciendo un desequilibrio entre los patrones de AF actuales y nuestro diseño genético e incrementando la prevalencia de enfermedades crónicas no transmisibles y de sus factores de riesgo asociados. A pesar de que los organismos internacionales como el ACSM o la OMS han intentado paliar esta situación mediante el fomento de AF saludable, sus recomendaciones parecen no coincidir con el patrón de AF realizado por nuestros ancestros durante el Paleolítico y para el cual seguimos genéticamente dotados. Se hace, por tanto, necesario estudiar y comparar la efectividad sobre la condición física saludable del entrenamiento tradicionalmente recomendado por los organismos internacionales y el entrenamiento concurrente polarizado.
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