El lenguaje verbal no surgió hasta la aparición del Homo Sapiens, hace menos de medio millón de años (Levinson y Holler, 2014: 2); un hecho muy reciente si tenemos en cuenta la evolución del ser humano. En ese momento, se inició también el proceso de exclusión de las personas sordas o con discapacidad auditiva. Desde entonces, se han visto privadas casi siempre de un mecanismo de comunicación que las sitúe en igualdad de condiciones con respecto a sus contemporáneos en las relaciones sociales, la educación, el mercado laboral, la cultura o el ocio.
La necesidad humana de comunicarnos ha ido propiciando el auge de la escritura y, más recientemente, de métodos de comunicación como la radio o la televisión. El acceso a la información se fue democratizando, en parte, por la promulgación de leyes que así lo estipulaban: el acceso a la información está considerado uno de los pilares de todo Estado de derecho para garantizar la libertad de pensamiento y expresión, recogida en los artículos 18 y 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (UNESCO, 1948), así como en el artículo 20 de la Constitución Española de 1978.
No podemos olvidar, sin embargo, que buena parte de los métodos de comunicación se basaban en la lengua hablada (a excepción, inicialmente, de la prensa escrita), una lengua a la que no tenían acceso las personas sordas. Esta desventaja se vio ligeramente paliada con la aparición, hace escasas décadas, de tecnologías como Messenger, Skype, el correo electrónico o, simplemente, internet, que se centran más en la comunicación escrita. Sin embargo, la brecha que dificulta el acceso de las personas sordas o con discapacidad auditiva a los medios de comunicación no se ha estrechado. En muchos casos estas personas presentan dificultades a la hora de comunicarse por escrito. Además, los avances tecnológicos han ido derivando, estos últimos años, en aplicaciones donde lo audio(visual) retoma el gran peso de la comunicación (TikTok, Instagram o los mensajes de audio en WhatsApp son algunos ejemplos).
A medida que la sociedad ha ido evolucionando, nos hemos dado cuenta de que, al menos en algún momento de nuestra vida, todas las personas nos vemos en mayor o menor medida discapacitadas de algún modo. Después de años buscando cómo «solventar» esas dificultades particulares para que los individuos mantuviesen sus derechos básicos en igualdad de condiciones, los movimientos que buscan garantizar la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos han ido derivando hacia una perspectiva que promulga la creación de entornos, objetos, servicios o herramientas a las que todo el mundo, independientemente de que presente o no algún tipo de discapacidad o impedimento temporal, pueda acceder. De ese modo, en el campo de la sordera y la discapacidad auditiva han surgido también movimientos que abogan por considerar esta condición una característica más de la diversidad humana (Acosta, 2003: 20; Ávila, 2023: 5-6). Estas ideas sobre la "Accesibilidad" han llegado también al ámbito de la traducción audivisual y, por ende, al subtitulado para personas sordas y con discapacidad auditiva (SPS).
Cuando se trata de un público con sordera profunda, en la mayoría de los casos, este se comunica mediante la lengua de signos en su día a día, y su acercamiento a la lengua oral (ya sea hablada o escrita) tiene lugar desde una perspectiva de acceso a una segunda lengua y no a una lengua materna (Ávila, 2023: 77; Romero-Fresco y Dangerfield, 2022: 19). En el caso del subtitulador, por su parte, salvo muy escasas excepciones, lo habitual es que subtitule a su lengua materna, la oral (español en nuestro caso), y no tenga conocimientos de la de este tipo de receptor, la de signos. Por tanto, se rompe con la regla habitual de que la lengua materna del receptor coincida con la del traductor, una regla "no escrita" cuyo objetivo es favorecer que le profesional sepa ponerse en la piel del receptor y encontrar la mejor manera de trasladar el mensaje original a su público meta. En SPS no suele darse el caso (Morettini, 2012: 325; Tamayo, 2015: 16).
De la constatación de esta realidad, surgía en la segunda década del siglo XXI una línea de investigación de convergencia entre SPS y lenguas de signos. Se estudiaba el uso en subtitulado de estructuras o características que se asemejen en la LS y en la lengua oral, por si eso facilitaría la comprensión de esta última por parte de la persona sorda (Lorenzo, 2010a y 2010b; Lorenzo y Pereira, 2011; Pazó, 2006 y 2011; Pereira, 2010a y 2010b:; Pereira y Lorenzo, 2021a y 2021b).
Si tenemos en cuenta que el pensamiento viene, en gran medida, moldeado por el lenguaje (Mousa et al., 2010), idealmente, los profesionales de SPS, para conocer a su audiencia, no solo deberían tener conocimientos sobre su cultura o historia, sino también en lo que respecta a la LSE, sobre la lengua habitual de su receptor prototipo (Pereira, 2010a: 112-113). En eso se centra este proyecto de tesis. En él se estudia, primero, el público receptor prototipo (personas sordas prelocutivas), su lengua vehicular habitual, la lengua de signos española (LSE). Después, se extraen los rasgos comunes entre la LSE y la lengua español (LE) y se crea un subtitulado implementando estos para analizar su viabilidad. Con el análisis de ese subtítulo que, siguiendo otras autorías, hemos denominado "subtitulado inclusivo" (Martínez-Lorenzo, 2021; Uzzo, 2024: 121-122), esta tesis busca, también, ofrecer a los profesionales del subtitulado un conjunto de pautas lingüísticas específicas diseñadas para que los subtítulos se acerquen a las expectativas y necesidades de los receptores sordos prelocutivos.
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