La tesis doctoral se ha realizado desde el enfoque de Derechos Humanos y de la teoría de género. Tiene como objeto de estudio la historia de la performance artística de autolesión o lesión consentida. Se estudia la performance artística como un instrumento sociopolítico de expresión de ideas y /o protestas o pretensiones y como una actividad que pretende y obtiene resultados o efectos sociales, más allá de la pura diversión o el entretenimiento. Para ello es oportuna una investigación del mecanismo que subyace a la autolesión, que caracteriza las performances de las que nos ocupamos en nuestra tesis. La tesis pretende ayudar a entender la etiología de la autolesión en la performance y observar el sentido otorgado a la misma en prácticas religiosas de larga tradición, hoy en retroceso, pero todavía vigentes. El autocastigo físico es concebido por ciertos colectivos religiosos como una forma de expiar la culpa personal o controlar pulsiones primarias. Sigue practicándose como expiación colectiva de “la culpa”. No es casual que la performance artística recupere y reelabore a menudo repertorios de expresión o representación religiosas, que las han precedido largamente en el tiempo. No solo la religión ha propiciado la autolesión o penitencia efectuada en público, convirtiéndola en espectáculo edificante. Desde tiempo inmemorial en nuestra cultura se mantiene, y permite, la exhibición, potencialmente emocionante, del dolor humano. Del circo romano al boxeo, aunque el primero sea desde luego más cruento y extremo, hay menos distancia de lo que parece, lo veremos en el desarrollo de nuestra tesis. Cuando la autolesión se ofrece como “espectáculo” es una estrategia comunicativa de denuncia y de superación, con un elevado potencial de impacto como han mostrado, entre otros autores: Josep Martí i Pérez, Yolanda Aixelà Cabré; Dolores Mosquera Barral, Roselee Goldberg o Dora Santos Bernard. La performance de autolesión fue ampliamente practicada por mujeres y se convirtió en un instrumento al servicio de la causa feminista y de género. Es, muy a menudo (cuando no es únicamente una forma de autosuperar un sufrimiento personal) una forma de protesta contra la represión o el conservadurismo social o religioso y por tanto constituye una práctica a favor de la libertad de expresión, como muestra la comisaria, crítica e investigadora de arte, Margarita Aizpuru, especializada en nuevas tendencias de arte contemporáneo, género y feminismo, en el Seminario ‘Videoarte, género y feminismo. Recherchez les femmes’ impartido en Tenerife Espacio de las Artes, el 21 de junio de 2017. Los estudios realizados muestran que las performances de autolesión en sus orígenes, excluidas de los circuitos convencionales del arte, siguen tropezando con detractores, pero aun no siendo la performance un espectáculo hegemónico, por su crudeza, va ganando reconocimiento y, a partir de los años ochenta del siglo XX, atención de los críticos de arte. En la década de los noventa las performances consiguen subvenciones en la UE, atención de algunos académicos y conferenciantes y entrada en los festivales y museos. En los últimos tiempos, la performance de autolesión logra ser vista, cuando es el caso, como herramienta de cambio social o al menos de denuncia. Si actualmente las performances feministas, muy variadas, logran miles de visualizaciones, las de autolesión consiguen un gran impacto. Por otro lado nos planteamos en la tesis la pregunta de hasta qué punto las prácticas artísticas, lúdicas, deportivas o religiosas (sutilmente ligadas entre sí por la ancestral concepción de que es legítima la lesión real, y no solo la meramente ficticia o teatral, si fuera autoinfligida, como ocurre en la performance artística de autolesión o en los actos penitenciales religiosos), son congruentes con los derechos humanos a la integridad física y a la salud y por ende si estas prácticas, especialmente las que requieren la complicidad estatal, o la cooperación Iglesia-Estado, como el indulto penitencial de penados, son compatibles con los derechos humanos o si el Estado debería buscar formas, educativas, persuasivas, o prohibitivas, de erradicarlas, un tema sin duda no resuelto.
The Phd has been carried out from the Human Rights approach, and gender theory. Its object of study is the history of artistic performance and self-harm or consented injury. Artistic performance is studied as a socio-political instrument for the expression of ideas and/or protests or pretensions and as an activity that seeks and obtains results or social effects, beyond pure fun or entertainment. For this, an research of the mechanism that underlies self-harm, which explains the performances, which we deal with in our Phd, is opportune. It can help to understand the etiology of self-harm in performance, to observe the meaning given to it in religious practices with a long tradition, now in decline, but still in force. Physical self-punishment is conceived by certain religious groups as a way to expiate personal guilt or control primary drives. It continues to be practiced as a collective atonement for “guilt”. It is no coincidence that artistic performance often recovers and reworks repertoires of religious expression or representation, which have long preceded them intime. Not only religion has led to self-harm or penance carried out in public, turning it into an edifying spectacle. Since time immemorial, our culture has maintained, and allowed, the potentially exciting display of human pain. From the Roman circus, to boxing there is less distance than it seems, we will see it in the development of our Phd. When self-harm is offered as a “show”, it is a communicative strategy of denunciation and overcoming, with a high potential for impact as has been shown by -among othersauthors: Josep Martí i Pérez, Yolanda Aixelà Cabré; Dolores Mosquera Barral, Roselee Goldberg or Dora Santos Bernard. The self-harm performance was widely practiced by women and became an instrument at the service of the feminist and gender cause. It is, very often (when it is not only a way of self-overcoming personal suffering) a form of protest against repression or social or religious conservatism and therefore constitutes a practice in favor of freedom of expression, as shown by the curator, art critic and researcher Margarita Aizpuru, specializing in new trends in contemporary art, gender and feminism, at the Seminar 'Video art gender and feminism. Recherchez les femmes' given in Tenerife Espacio de las Artes, on June 21, 2017 https://vimeo.com/222525915. The studies carried out show that performances of self-harm in their origins, as marginal and excluded from conventional art circuits, continue to encounter detractors, but even though performance is not a hegemonic spectacle, due to its crudeness, it is gaining recognition and over the years 80 attention of art critics. In the 1990s, performances received grants in the EU, the attention of some academics and lecturers, and admission to festivals and museums. In recent times, the performance of self-harm has managed to be seen, when it is the case, as a tool for social change or at least for denunciation. If currently the very varied feminist performances achieve thousands of views, those of self-harm achieve a great impact. On the other hand, we pose in the Phd the question of the extent to which artistic, recreational, sports or religious practices (subtly linked to each other by the ancient conception that the real injury is legitimate, and not just the merely fictitious or theatrical, if was self-inflicted, as occurs in the artistic performance of self-harm or in religious penitential acts), are consistent with the human rights to physical integrity and health and therefore if these practices, especially those that require state complicity, or Church-State cooperation, such as the penitential pardon of convicts, are compatible with human rights or whether the State should seek ways, educational, persuasive, or prohibitive, to eradicate them, an issue that has certainly not been resolved.
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