Umberto Eco, en la sección Enfoques de la edición dominical del diario La Nación (16-3-97), hacía referencia a un juego entre catedráticos norteamericanos que se escribían por correo electrónico. Ellos intentaban dar las razones por las cuales el Señor nunca había recibido un puesto permanente en una universidad. Una de ellas era que en el único libro escrito por Dios no había bibliografía. Debo confesar, entre burlas y veras, que no me ha sido fácil encontrar una bibliografía que se ocupara de los estudios naturales en la obra de Claudiano.1 Las ediciones citan sólo unos pocos artículos de revistas. No ocurre lo mismo con otros aspectos de su obra. Tal dificultad me hizo pensar, primero, si el tema que había elegido podía tener algún interés. La respuesta afirmativa me la dieron fundamentalmente mis alumnos, quienes en clase se sorprendieron de hallar, en un autor desconocido para ellos, valores literarios importantes. Entonces la dificultad se transformó en aliciente, y me puse a trabajar como buenamente podía; tal vez a la manera de Francesco Guglielmino, quien había dedicado su traducción italiana del De raptu Proserpinae: Al mio nipotino Franco, piccolo mio, molte di queste pagine ho scritto tenendoti sulle ginochia, mentre le tue irrequiete manine scompigliavano carte e matite e la pazienza del nonno sorrideva. Se un giorno le leggerai, quando egli forse non sarà più, ricordati da lui che ti ebbe caro come gli fossi due volte figlio, e per te invocava da Dio quelle gioie serene che Egli solo può dare (...)
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados