El Índice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), mide el nivel de desarrollo humano de un país a través de tres dimensiones clave: la salud, la educación y el nivel de ingresos. En 2021, el último año con datos disponibles, Suiza era el país que poseía un mayor IDH (0,962), mientras que Sudán del Sur presentaba el menor valor (0,385).
Las diferencias entre ambos países estaban presentes en las tres dimensiones tenidas en cuenta para la elaboración del indicador. Un niño nacido en Suiza en 2021 tenía una esperanza de vida de 84,0 años, mientras que la esperanza de vida en Sudán del Sur de un niño nacido en el mismo año era de 55,0 años. La media de años de escolarización también difería, siendo 13,9 para Suiza y tan sólo 5,7 en Sudán del Sur. Por último y del mismo modo, mientras que el Producto Nacional Bruto per cápita en Suiza alcanzaba los 66.933 dólares, en Sudán del Sur si situaba en 768 dólares.
Entre estas dos naciones, se encuentran el resto de los países del mundo, existiendo grandes diferencias tanto en sus niveles de desarrollo humano como en cada una de las dimensiones que componen este índice. Descubrir el porqué de estas diferencias y cómo pueden reducirse es una cuestión fundamental para mejorar las condiciones y calidad de vida de aquellos que residen en los países más vulnerables.
Las visiones más estrictas del desarrollo lo identifican con el crecimiento del producto interior bruto (PIB) de un país. Es por esto por lo que los economistas, desde los tiempos de Adam Smith, se han preguntado sobre las dinámicas del crecimiento económico y sus determinantes, desarrollando diferentes modelos que explican las diferencias entre países.
Estas visiones chocan con el enfoque de autores como Amartya Sen (1999), que concibe el desarrollo como un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos, más allá de los ingresos. Es evidente que el crecimiento del PIB es un medio importante para esta expansión de libertades, pero estas también dependen de otros factores, como las instituciones sociales y económicas, por ejemplo la educación o la sanidad, y los derechos políticos y humanos. El desarrollo humano debería ser el fin último del proceso de desarrollo, siendo el crecimiento económico una forma de impulsarlo, y un proxy para representar el bienestar general.
Sen también defiende que desarrollo exige la eliminación de las principales fuentes de privación de libertad: pobreza y tiranía, falta de oportunidades económicas y carencias sociales sistemáticas. Años más tarde, en 2015, los Objetivos de Desarrollo Sostenible refuerzan esta tesis en varios de sus objetivos: el fin de la pobreza (objetivo 1), el crecimiento económico (objetivo 8) y la igualdad entre países (objetivo 10).
Se considera pobreza extrema el vivir con menos de 2,15 dólares por persona y día en paridad del poder adquisitivo del 2017. Las últimas previsiones de las Naciones Unidas indican que un 8,4% de la población mundial, lo que equivale a 670 millones de personas, podrían continuar viviendo en la pobreza extrema a finales de 2022. La COVID-19 revirtió la tendencia de descenso de la pobreza extrema mundial que se venía desarrollando en las últimas décadas (de un 8,5% a un 9,3% de la población mundial de 2019 a 2020), pero incluso antes de la pandemia, este ritmo de descenso de la población que vivía en pobreza extrema se había ralentizado. El conflicto en Ucrania ha perturbado el comercio mundial, aumentando los costos de vida y afectando de manera desproporcionada a los pobres. Además, el cambio climático amenaza también la reducción de la pobreza.
Para analizar las desigualdades es importante tener en cuenta los niveles de ingreso y la riqueza existente, pero de nuevo hay que ir más allá en otros aspectos del desarrollo humano, y en los mecanismos que conducen a dichas diferencias. Por supuesto que existen desigualdades económicas, y es importante su análisis, pero también divergencias en otros aspectos claves del desarrollo.
Si se quieren alcanzar las metas planteadas por los Objetivos de Desarrollo Sostenible, así como una vida mejor para todas las personas del mundo, se debe ahondar en la comprensión de los procesos que intervienen en el crecimiento económico de los países, al ser el ingreso un innegable determinante del bienestar humano. Sin embargo, esta comprensión es necesaria pero no suficiente, siendo imperativo entender también las causas no económicas que posibiliten un desarrollo humano integral.
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