En el albor de su historia, Japón no disponía de su propia escritura y cuando surgió la necesidad de poseerla, los habitantes del archipiélago nipón optaron por pedir prestadas las letras de su vecina, la antigua China. Así empezaron a introducirse los caracteres chinos a Japón. Aunque el hecho de haber obtenido la escritura significaba un suceso revolucionario, los japoneses de entonces tuvieron que ingeniárselas para domesticar esta escritura debido a la diferencia gramatical que existía entre la lengua japonesa y la china. En el proceso de dicha domesticación, aparecieron los silabarios katakana y hiragana y esta aparición resultó fomentar la creación de estilos literarios. A lo largo de la evolución lingüística de la lengua japonesa, pese a que la época Heian, que corresponde desde finales del siglo VIII hasta finales del XII, era el momento que la lengua hablada y la escrita eran más afines, y a partir del siglo XIII estas dos expresiones empezaron a alejarse y a finales del XVIII estaban muy lejos la una de la otra.
Durante la época Edo (1603-1868), bajo el régimen feudal, excepto la clase samurái, a los habitantes no se les permitía libre circulación ni traslado. Esta privacidad de la libertad de desplazamiento resultó fomentar distintos dialectos que a veces era imposible comunicarse verbalmente entre los vecinos de las localidades que se separaban con poca distancia entre ellas. Así pues, al iniciar la restauración Meiji en 1868, una tarea urgente de los gobernantes del nuevo Estado era establecer un japonés estándar para que pudieran comunicarse y comprenderse, al mismo tiempo para cumplir el objetivo de inculcar la idea de que Japón era un país unificado en el que la única lengua que se hablaba era japonés. Así mismo, empezaron el movimiento de unificar la lengua hablada y la escrita, genbun-itchi. Tras intentos y fracasos de asentarlo, finalmente logró difundirse el movimiento de la unificación de dichas expresiones; sin embargo, ello significaba el posicionamiento de japonés literario de lenguaje coloquial, mientras que arrinconaba japonés literario clásico que poseía una historia milenaria de existencia.
El momento del debut de Tanizaki Jun'ichiro en el mundo literario en 1910 coincide con el que japonés literario de lenguaje coloquial tenía asegurado su terreno ganado ante japonés literario clásico. Tanizaki mismo siguió publicando la mayoría de sus obras en japonés literario moderno a pesar de que tenía el conocimiento de japonés literario clásico más que suficiente. Además, a comienzos del siglo XX era cuando los elementos extranjeros introducidos a Japón después de la restauración Meiji ya estaban en proceso de la asimilación pero en el aspecto lingüístico estaban causando un cierto desorden.
Tras su traslado a Kansai, debido a la calamidad sísmica de Kanto en 1923, Tanizaki no sólo descubrió en callejones silenciosos de Kioto el ambiente que le evocaba su tierra natal, el barrio popular de Tokio donde aún mantenía el aire del antiguo Edo, que él estaba convencido de haber perdido para siempre, sino que también la vida en Kansai le dio la oportunidad de hacer las reflexiones sobre la naturaleza de la lengua japonesa, y llegó a compendiar sus ideas en dos ensayos hablando de las limitaciones de japonés literario de lenguaje coloquial y las ventajas que aprovechar de japonés literario clásico, y así mismo, a hacer la comparación cultural entre Occidente y Japón y entre Kansai y Tokio.
En la tesis, denominando momento japonés cuando Tanizaki empezó a desarrollar estas reflexiones y poniendo más peso en el aspecto lingüístico, se analiza las ideas de Tanizaki sobre la lengua japonesa basándose en los argumentos mencionados en los dos ensayos, que constituyen la bibliografía principal.
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