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Resumen de La construcción territorial de la alta montaña en la asturias central

Luis Carlos Martínez Fernández

  • Los espacios de ocio en alta montaña, o mejor cabría decir, la construcción territorial de la alta montaña en clave de espacios de ocio, de productos territoriales vinculados al esquí, el ciclismo, el senderismo, el montañismo o la caza, desde esta perspectiva, constituyen las representaciones actuales más sobresalientes del identificado tercer escalón territorial de la Asturias Central.

    Representan las diferentes manifestaciones de las demandas de ocio, deporte al aire libre, esparcimiento y recreo que concurren en la alta montaña más cercana y accesible al centro de Asturias. Definido este ente de la Asturias Central como el área de más intensa acumulación de actividad y población dentro del espacio regional; una región urbana cuyos contornos van difuminándose en una suerte de áreas de influencia al contacto con las alas oriental y occidental de la Región, y durante más largo tiempo han incorporado en su dinámica al borde montañoso meridional, al socaire de la progresión alcanzada por el desarrollo de las vías de comunicación de alta capacidad. Una Asturias Central variopinta desde el punto de vista de su configuración paisajística en lo que al mosaico de usos del suelo y de la sucesión de medios escalonados se refiere, que encuentra la coherencia geográfica interna, precisamente, en las relaciones que la sociedad urbanizada establece entre las diversas partes de un conjunto en el que la alta montaña cobra carta de naturaleza en su entendimiento como una alta montaña demandada por aquélla.

    Demandas, esencialmente urbanitas, de la alta montaña más próxima que derivan hacia su progresiva orientación a la satisfacción de éstas a través de la construcción de nuevos espacios altimontanos. Una alta montaña proyectada, en definitiva, cara a la mejor disposición de una oferta organizada de productos territoriales, a través siempre de las diversas facetas que emanan de su ordenamiento. En una concepción de planificación y protección del entorno y de promoción de los valores del paisaje, en el que la conservación o la puesta en valor de la naturaleza se inscribe de igual modo en un contexto de desarrollo económico, social y cultural de las áreas rurales circundantes. Es el sentido con el que operan los distintos procedimientos e instrumentos de ordenación del territorio. Desde las Directrices Regionales, en fase de revisión en los momentos presentes, que son el principal elemento de coordinación y la base para el desarrollo de las actuaciones con impacto sobre el espacio que hayan de producirse en el Principado, a las determinaciones más concretas dadas por los distintos planeamientos municipales de Aller, Lena, Morcín y Riosa. Sin olvidar el papel primordial, como componente básico de esta ordenación, que se le atribuye a la protección natural, por medio de una herramienta como es el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales de Asturias, en idéntica situación de revisión, y plasmada en la Red Regional de Espacios Naturales Protegidos; dentro de la cual adquiere protagonismo el Parque Natural de Las Ubiñas-La Mesa en Lena, con visos de alcanzar tal condición en el futuro más inmediato el aún no declarado Paisaje Protegido de la Sierra del Aramo y con la posibilidad abierta a la integración del contiguo Lugar de Interés Comunitario del Alto Aller.

    Esta política de conservación y protección de los denominados espacios naturales, implícita en los instrumentos de planificación integral y explicitada por el PORNA, descubre parcialmente el doble cometido que la declaración de espacios protegidos persigue: el inherente a la preservación y el que lleva pareja la promoción y puesta en valor del territorio. Desde esta consideración, la ordenación de la alta montaña incorpora una nueva dimensión: la que tiende a identificar a ésta como recurso patrimonial. Un recurso, al que se incorporan también los únicos enclaves que parecen querer escapar, por razones obvias, al resguardo de la protección natural, caso de las apuntadas estaciones de esquí, basado en la valorización de los paisajes de alta montaña como imágenes territoriales representativas; de un patrimonio territorial, ni mucho menos sólo de índole físico o natural, por el fuerte componente cultural que lleva implícito, orientado en gran medida hacia la satisfacción, valga la redundancia, de las demandas generadas en una sociedad eminentemente urbanizada.

    Sin embargo, y por muy paradójico que pueda llegar a resultar para los ajenos a estas cuestiones, estar ante el posible ocaso de un paisaje, y por ende patrimonio, de puertos, brañas y mayaos, como elementos más representativos del legado de una organización histórica de la alta montaña en clave de espacios pastables, es un interrogante que se plantea en los momentos actuales. Deriva de los procesos y prácticas territoriales que (des)organizan la alta montaña tradicional en la esfera concejil-local. Que son contemporáneos, a la vez, de estos otros procesos y prácticas anteriormente referidos inscritos en unas lógicas espaciales de mayor radio, las que integran a la alta montaña en la moderna órbita de la dominancia urbana a escala regional. Descubren, con todo, la profundidad temporal y el determinante cariz social de la propia construcción del espacio, del que todavía sigue siendo, auque no nos aventuraremos a decir durante cuánto tiempo más, a tenor de las evidencias encontradas y cartografiadas, el sustrato territorial de una alta montaña de puertos, brañas y mayaos. Dimensión histórica y naturaleza social de una construcción territorial decantada secularmente a partir de una decidida transformación de la naturaleza en forma de extensión veladamente dirigida de los pastos de altura, a costa, las más de las veces, del bosque y de su artificioso límite forestal. Durante más de un siglo, y a pesar de la desarticulación formal sufrida a raíz de la catalogación racional de los puertos, que los ha englobado en montes, borrando sus límites e ignorando sus unidades elementales de aprovechamiento: brañas y mayaos, que han quedado como sujetos meramente nominales; y por más que el cambio en la titularidad y gestión de los pastos, municipalizados y burocratizados por las administraciones competentes, hayan corrompido de alguna manera el funcionamiento histórico del espacio, la fisonomía más genuina de la alta montaña tradicional permanece prácticamente inmutable hasta al menos la década de los años cincuenta del siglo XX.

    Con la acentuación de la involución demográfica de los valles de cabecera de la Montaña Central terminará, indirectamente, esa desorganización del funcionamiento histórico de la alta montaña tradicional. Una desorganización que había comenzado y se había alargado durante todo un siglo con la ruptura de los mecanismos articuladores de la infraestructura formal de los territorios de altura. Una desorganización definitiva de las áreas de montaña del Caudal con el éxodo de los campesinos de las parroquias altas, en parte canalizado al cercano mundo minero de las más bajas. A pesar de ello, el dilatado ciclo carbonero imperante en éstas como motor económico, que parece columbrar el final en los momentos presentes sumido en una profunda crisis estructural, no acabaría, ni mucho menos, paradójicamente, con lo que ha sido la práctica de aprovechamiento secular: la actividad ganadera. Que, pese a lo cual, se ha venido conservando en su cierto declinar de una manera simplificada, concretada en la alta montaña con una ocupación real y continuada de los puertos, ahora para todos los ganaderos del concejo, pero con una contracción, más que evidente, del espacio utilizado de pastos, con un abandono de los pastizales menos accesibles, la sobreexplotación de los más apetecidos, el desaparecer del brañeo y la desvirtuación del genuino género de vida vaquero, que no ha podido ser mantenido con fidelidad ante la falta de base social de las colectividades verdaderamente montanas. Dedicación ganadera que, lejos de contradicción, funde desde hace décadas su razón de ser a la de la existencia misma de las rentas mineras. Por lo que, como actividad compartida que es, en su mayor parte, ve seriamente comprometido su presente y el futuro venidero por mor de la atonía económica (puntales productivos) y social (involución y senectud) que lastra, en mayor o menor medida, el desarrollo de los concejos de Aller, Lena, Morcín y Riosa. En esencia, la explotación ganadera actual es expresión de la paulatina consolidación de un modelo de organización degradado sobre el que se ha venido sustentando la pervivencia y, más aún, la supervivencia de la alta montaña tradicional. Durante cuánto tiempo más podrá ser mantenida esta supervivencia, sobre la que intervienen de igual manera unos aditamentos en forma de subvención, que por lo que parece, al menos en una parte sustancial (Ayudas Directas), podrían estar puestos en entredicho en torno al horizonte del 2013, es una cuestión que sólo el inexorable caminar del tiempo nos mostrará.


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