Los sistemas de bienestar europeos, y especialmente los de carácter mediterráneo, vienen mostrando claras dificultades para responder adecuadamente a la demanda de cuidados que la nueva realidad demográfica y social están generando. Además del conocido proceso de envejecimiento, cambios en los valores normativos de género y en la organización de las familias, así como en el mercado laboral, vienen complicando e incluso imposibilitando que grandes grupos de personas tengan la posibilidad de cuidar y/o ser cuidados.
La sociedad vasca, con una alta tasa de envejecimiento y una marcada tradición familiarista, afronta esta situación desde una posición compleja. El modelo de organización social de los cuidados actual, basado en el trabajo no remunerado de las mujeres, con una escasa participación de los servicios sociales y una creciente privatización del empleo en el hogar, dibujan un escenario complicado. No obstante, la creciente demanda, así como el proceso de reforma institucional con tintes neoliberales y comunitaristas que se está produciendo, están motivando la búsqueda de nuevas formas de organizar los esquemas de bienestar y cuidado, aumentando y optimizando la función que las diferentes esferas participantes cumplen, a fin de tratar de dar una mejor respuesta a los retos que los cambios demográficos, políticos y económicos plantean.
Deseados o no, estos cambios están abriendo una ventana de oportunidad para introducir una lógica progresista, democrática y comunitaria en la reforma. Si bien, la lógica entre lo público y lo privado, el Estado y el Mercado, hegemoniza el discurso y el imaginario colectivo, la comunidad, lo comunitario, emerge como una tercera vía para la provisión de bienestar y cuidados, lo cual, rompe la lógica dicotómica arriba mencionada, proporcionando al mismo tiempo un nuevo paradigma desde el que entender la organización social, en este caso, de los cuidados. Bajo esta premisa, este trabajo tiene como objetivo analizar la función que cumple la comunidad en los sistemas de organización social del cuidado de las personas mayores en la Comunidad Autónoma de Euskadi, para contribuir a la mejora de dichos sistemas.
La investigación, como podrá comprobarse a lo largo de las páginas de este trabajo, parte de un paradigma constructivista para, a través de un proceso de cocreación comunitaria desarrollado en colaboración con el Ayuntamiento de Donostia/San Sebastián y otra serie de entidades en el barrio de Egia, tratar de dar respuesta a las diferentes preguntas que esta investigación plantea. Es por ello, que, desde el punto de vista metodológico, la información obtenida a través de este proceso de un año de duración ha sido puesta en diálogo y contrastada por medio de dos grupos de discusión y veintinueve entrevistas en profundidad a profesionales, cargos políticos y expertos/as con responsabilidades y/o amplio conocimiento en la materia.
Los resultados muestran que, si bien el interés y la necesidad por transitar hacia un modelo más comunitario y democrático de cuidados existen, el camino por recorrer es largo y son muchos los obstáculos que deberemos salvar. Debido a la naturaleza difusa del propio concepto, tanto su propia definición como su espacio en los sistemas de cuidado son elementos difíciles de delimitar teóricamente. Además, tanto su función como su espacio en los sistemas de organización social del cuidado puede definirse al día de hoy como “escasos”. En términos generales, su incidencia es muy reducida, y ocupa un espacio periférico en el conjunto del sistema. Esto supone que, si bien su función y su espacio son reconocidos e identificados como positivos, el impacto que tienen las comunidades en el cuidado es limitado. Existe, además, escaso desarrollo e implementación de estrategias y políticas orientadas al aumento de esta función, y la relación de las administraciones públicas con la esfera comunitaria, así como su integración en los sistemas, es prácticamente nula.
A la luz de los datos obtenidos en este trabajo, debemos entender la comunidad como un elemento muy valioso para los sistemas de cuidado, pero, siempre con un carácter complementario, cambiante y local. Esto implica debatir acerca de la consideración o no de la comunidad como derecho, y, por tanto, si podemos entender la comunidad como un elemento universalizable. Integrar en mayor medida a las comunidades en los sistemas de organización social del cuidado y transformar las prácticas institucionales incorporando una perspectiva participativa y comunitaria se plantean como esenciales para dar una respuesta efectiva y acorde a las necesidades actuales. Ahora bien, ¿Cómo lo hacemos?
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