El objetivo principal de este trabajo era estudiar la asociación entre la obesidad y la ingesta de macronutrientes por un lado y el consumo de bebidas carbonatadas y azucaradas (BCA) por otro, para lo que se usó un diseño de casos y controles emparejados. Secundariamente, quisimos conocer la prevalencia de síndrome metabólico (SM) y de cada uno de sus componentes en la muestra a estudio.
La muestra estaba compuesta por 178 niños y adolescentes (entre 5 y 19 años), residentes en Navarra, con un índice de masa corporal (IMC) superior al percentil 97 de acuerdo con las tablas de referencia españolas, que constituyeron la serie de casos. Se realizó un emparejamiento individual (1:1) por sexo y edad con otros tantos niños y adolescentes, residentes igualmente en Navarra, pero con un IMC inferior al percentil 97 de acuerdo con las mismas tablas de referencia, que constituyeron la serie de controles. La información se recogió en entrevistas individuales a cada participante, acompañado de un adulto. La información nutricional se recogió mediante un cuestionario validado de frecuencia de consumo de alimentos semicuantitativo.
Encontramos una asociación inversa entre la ingesta energética total y la obesidad que se explica, en parte, al actuar el gasto energético causado por la actividad física como factor de confusión.
Se dividió la ingesta de macronutrientes en quintiles y se calculó la odds ratio (OR) para la obesidad y cada uno de los quintiles superiores, en comparación con el primer quintil en un modelo multivariable ajustado por edad, sexo, ingesta energética total, actividad física y sedentarismo. Encontramos que los hidratos de carbono y la proteínas se asociaban directamente con la obesidad en todos los quintiles superiores, aunque ninguna asociación fue estadísticamente significativa. Los quintiles superiores de grasas totales mostraron valores de OR próximos a la unidad y sin significación estadística. Las grasas monoinsaturadas y las grasas saturadas se asociaban inversamente con la obesidad en todos los quintiles superiores de ingesta aunque de forma no significativa. La única asociación estadísticamente significativa la encontramos para el quinto quintil de ingesta de grasas poliinsaturadas (OR 0,32. IC 95% 0,14-0,73), con una tendencia lineal significativa.
En el estudio del consumo de BCA (1 ración=200 mL) se halló, en un modelo multivariable ajustado por edad, sexo, ingesta energética total, actividad física, sedentarismo, consumo de zumos artificiales, consumo de comida rápida y adhesión al patrón de dieta mediterráneo, que el consumo de más de cuatro raciones a la semana se asociaba significativamente con mayor riesgo de obesidad (OR 3,46. IC 95% 1,24-9,62), así como un incremento significativo del IMC (coeficiente beta: +0,08 IC 95% +0,003 a +0,15) y del porcentaje de masa grasa (+4,80 IC 95% +1,04 a +8,56). Además también cada ración extra diaria de una BCA se asociaba significativamente con mayor riesgo de obesidad (OR 1,69. IC 95% 1,04-2,73), así como un incremento significativo del IMC (+0,03 IC 95% +0,002- +0,06) y del porcentaje de masa grasa (+1,47 IC 95% +0,11- +2,82).
Encontramos una prevalencia de SM significativamente superior en los casos (31,7%) que en los controles (19,1%) (p=0,02). De entre los componentes del SM, las alteraciones metabólicas más prevalentes eran la obesidad abdominal (95,2%) y la prehipertensión/hipertensión (94,2%).
No podemos descartar totalmente la existencia de un sesgo de causalidad inversa como tampoco la de un sesgo de información diferencial debido a un error en la declaración del consumo de ciertos alimentos. En cualquier caso, en este estudio, estos sesgos reducirían la fuerza de la medida de asociación, sesgándola hacia el nulo, lo que hace sospechar que la verdadera asociación entre obesidad y el consumo de BCA podría ser superior a la encontrada en este trabajo.
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