Los novelistas decimonónicos, testigos de lo convulso de su propio tiempo, encontraron en la Edad Media un oasis a través del que expresar sus posturas políticas y burlar la censura existente. La distancia temporal que los separaba permitía a los artistas jugar con los personajes y sus historias, transformándolos según el filtro romántico imperante, y convertirlos, de este modo, en trasunto de sus propias sociedades. Los monarcas Juan II de Castilla e Isabel II representan las dos caras de una misma moneda: un gobernante débil, un reino sumergido en una crisis agravada por las tensiones de poder, el choque entre los intereses propios y ajenos, entre otros. Los elementos históricos se suman a los románticos — los espacios lúgubres, la idealización, la radicalización de personajes…— para construir una vasta bibliografía, en la que destacará la de Manuel Fernández y González (1822-1888).
La producción del creador sevillano abarcó desde poesía a teatro, pero es en el campo de la narrativa donde alcanza fama. Su extensa producción supone la consagración de la entrega en el mercado literario español y ayuda al establecimiento de las grandes casas editoriales de la época que ven, en la periodización de las obras, una oportunidad de negocio. El novelista andaluz comienza su andadura en 1837, con la publicación de su primer relato, y su producción continúa casi ininterrumpidamente hasta que con su muerte, cuarenta y ocho años más tarde, lega a los futuros estudiosos un espejo de la situación editorial de la segunda mitad del siglo XIX. Lo estrambótico de su carácter, así como su prolífico talento, contribuyen a elaborar el mito del genio comercial que sobrevive hasta nuestros días.
De entre toda su producción narrativa, los textos ambientados en los últimos años de la corte de Juan II de Castilla — en los que se enmarcan las tres novelas que he seleccionado: El condestable don Álvaro de Luna (1851), Don Juan el Segundo o El bufón del rey (1853) y La vengadora de sus hijos, doña María la Brava (1875)— reflejan el siglo XIX y las consecuencias que un mal gobierno puede acarrear a su pueblo. Los textos de 1851 y 1875 abren y cierran, respectivamente, el ciclo de Castilla, en el que ambientará la mayor parte de su producción histórica.
El objetivo de este trabajo es ofrecer una nueva visión sobre el escritor sevillano y sobre el tratamiento que realiza del tiempo del valido de Juan II. En un primer momento, se revisa la vida del novelista, con la intención de ofrecer una perspectiva biográfica completa de su figura, así como de la recepción que obtuvo tanto de la crítica coetánea como posterior, y del contexto histórico que lo motiva a desarrollar las tres obras, intentando elaborar una correlación entre los hechos históricos y la trama narrativa.
En un segundo momento, se aborda al propio don Álvaro de Luna y el tratamiento que recibe, no solo el personaje en sí mismo, sino la propia corte en la que se desenvuelve, atendiendo a factores como la estructura de la novela, la voz narrativa, la temporalidad y el espacio, el tratamiento de los personajes y de la corte.
Por último, aunque no se trata del objetivo principal de este estudio, se aporta como complemento el esbozo de un catálogo específico de las obras de narrativa de ficción en el que trato de ofrecer, no solo toda la información posible, sino también los enlaces de consulta a las ediciones digitalizadas.
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