La racionalidad vigente diman de la lógica aristotélica, de la metodología divisora cartesiana y del determinismo newtoniano. Son planteamientos simplistas para un mundo complejo caracterizado por la existencia de múltiples interacciones e interdependencias entre elementos situados a diversos niveles en la escala espacial y temporal, o cuando existe indeterminación y aleatoriedad bien intrínsecas, bien debidas a un conocimiento imperfecto. Ello exige una nueva racionalidad sistémica e interdisciplinaria.
La economía se ha concebido como un sistema en equilibrio estable, válido para épocas de estabilidad, pero no para procesos inestables, en que la no-linealidad es prescindible como premisa, lo que conlleva un cambio de perspectiva y de enfoque metodológico.
La economía considerada en su aspecto globalizador es multidimensional; debe considerarse como proceso dinámico en el que sus parámetros identificativos se entiendan en mutua interdependencia. El camino hacia una economía global es un proceso creativo, integrador y de aprendizaje.
La visión de la empresa bajo el prisma de la complejidad obliga a endogeneizar las variables exógenas que intervienen en el propio desenvolvimiento de la empresa, visión que requiere creatividad que ha de apoyarse en el aprendizaje permanente y complejo.
La existencia de interdependencias positivas y negativas entre las distintas actividades humanas y la naturaleza cuestiona el conocimiento parcelario, como la noción de economía y su relación con la naturaleza; ello exige un replanteamiento que conduce a considerar la economía como un subsistema de la naturaleza cuyas premisas son las constitutivas del paradigma emergente, pilar básico de la nueva racionalidad: holismo, análisis sistémico, contextualismo, subjetivismo y pluralismo.
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