Luis Antonio de Larrauri Escudero
La relación es la realidad que menos entidad tiene, según afirma Aristóteles en su Metafísica. Por su parte, la persona es la realidad metafísica que más entidad tiene. Desde San Agustín a nuestros días, los pensadores cristianos ponen estas dos realidades en Dios, pues conciben las Personas divinas como relaciones subsistentes. Siendo los hombres «imagen y semejanza» suya, es lógico pensar que la «relación» debe desempeñar un papel muy importante en la descripción y constitución de la persona. La fenomenología de corte realista ha desarrollado un método filosófico distinto al de la línea aristotélico-tomista, que permite estudiar a la persona desde un punto de vista más moderno, menos centrado en el objeto. Por ello se ha escogido a Edith Stein, discípula de Edmund Husserl, para realizar este estudio sobre la persona.
Se busca averiguar qué es la persona tomando como base el pensamiento de Stein, a fin de dar una descripción que tenga muy en cuenta la relación. A la vez, se presta atención a las relaciones diádicas, particularmente entre los sexos, y triádicas. Para todo ello se realiza un estudio previo sobre qué es la relación desde el punto de vista metafísico, fundamentalmente en Aristóteles y Tomás de Aquino. Con estas bases se aborda luego el estudio de la persona, desde una perspectiva fenomenológica, pero sin olvidar la metafísica. Al realizar el primer estudio, se constata que el enfoque metafísico-cósico se revela insuficiente para resolver una cuestión importante: el estatuto ontológico de la paternidad. El Aquinate, al utilizar las categorías que tenemos en común con la naturaleza animal, contempla la relación de filiación casi como si fuera de causa-efecto, con un planteamiento demasiado cercano al ámbito físico. No resuelve satisfactoriamente ¿a juicio del autor¿ por qué alguien puede llamarse padre en el presente si la causa de su paternidad, el acto de generación, es algo pasado. Aparte de contemplar como concausas el hábito o disposición que quedan en el sujeto por tal acto (la solución del Aquinate), el autor acude directamente al amor como realidad que explica la paternidad.
Se estudia en qué se diferencia la persona de la realidad inmediatamente inferior, el individuo psicofísico ¿ejemplificado en homínidos como Homo rhodesiensis u Homo neanderthalensis¿, utilizando diversas categorías fenomenológicas relacionales, como el vivenciarse, los sentimientos y la empatía. Se observa una especie de desdoblamiento del yo en la persona, el cual le permite ejercer la autocrítica y la automotivación, dos aspectos fundamentales para mejorar existencialmente. El autor considera que se da una relación real interna entre el yo y el sí mismo, y entre el yo efectivo que soy y aquél que estoy llamado a ser.
A medida que subimos en la escala óntica, la relación adquiere más peso en la constitución del ser: la relación a uno mismo y la relación a los demás. La relación, en la forma de «intención», se revela como un factor aglutinante que produce la unidad, por ejemplo, en la constitución de la propia persona, o en la de una comunidad como el matrimonio.
Dado que en su noción incluye de modo prominente a otro, la relación es la categoría que mejor explica que alguien pueda participar del ser de otra persona («ser» en el sentido de esencia). Y participar no tanto en el sentido metafísico, que también, cuanto en el vivencial de tomar parte en su vida y que su vida sea de uno también.
Por último, la relación por antonomasia, que más constituye a la persona, es el amor, que es acción, pero también relación. Es asunción de un valor y orientación hacia una persona. La persona es así un sujeto amante que puede asumir en sí a otra persona y quedar orientado a su peculiaridad. Todas las realidades estudiadas en este trabajo contribuyen a describir de forma muy general a la persona como un «yo-hacia-la-persona» o un «yo-hacia-las-personas», pues, en la medida en que otras personas entran en la propia esencia, uno es más.
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