En un mercado de la energía, cada vez más liberalizado y competitivo, las compañías eléctricas se han visto obligadas a optimizar sus costes de operación y al mismo tiempo a mejorar la calidad del servicio, A la hora de planificar el suministro eléctrico, en la búsqueda de dichos objetivos, una de sus preocupaciones fundamentales es la de asegurar la mayor fiabilidad en la continuidad de la prestación del mismo, en especial en sus anillos de distribución y en las redes de transporte. Con este interés preventivo, es destacable señalar la elevada tasa de fallo que presentan las redes de distribución y transporte, en especial las de transporte subterráneo de alta tensión, básicamente de 132 kV o superiores, provocados por los accesorios (empalmes o terminaciones), en comparación a los fallos de los propios cables. Esto se debe esencialmente a que los cables una vez finalizada su fabricación y antes de su instalación y puesta en servicio, están sometidos a rigurosos ensayos de control de calidad, tanto de rigidez dieléctrica, como de detección de descargas parciales, en ocasiones incluso con requisitos superiores a los normativos (según la política de ensayos del fabricante), que aseguran la ausencia inicial de posibles defectos en los mismos, ya que el cable es un conjunto integral definitivo, no sometido a nuevas operaciones, salvo la manipulación del tendido y la preparación de sus terminaciones. Con los accesorios en cambio, se realizan ensayos de sus partes más importantes, pero no pueden ser probados como conjunto al 100%, sólo se realizan ensayos de aceptación de tipo sobre un reducido grupo de muestras, instaladas para ensayo en laboratorio. Si tenemos en cuenta que posteriormente a la fabricación y ensayo de sus partes, los accesorios sufren un proceso de manipulación y montaje, que adicionalmente afecta la terminación del cable; es evidente que todo este proceso puede estar propenso a errores y daños que difícilmente pueden se
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