Pocas transformaciones tan grandes ha experimentado la vida humana como la que se debe a la medicina actual, merced al impulso que le ha dado la investigación biomédica y a la tecnificación de la medicina; circunstancia que, como se analiza en esta investigación doctoral, ha contribuido sobremanera a la deshumanización de la relación médico-paciente. Hoy un importante numero de enfermedades infecciosas han sido erradicadas y otras tantas -cuando se presentan- tienen curación con los antibióticos modernos (hasta finales de los años cuarenta, por ejemplo, la tuberculosis era un padecimiento intratable). También es posible trasplantar órganos vitales como el corazón, el hígado o el riñón (técnica que comenzó a emplearse de forma rutinaria hace escasamente 40 años). Pueden juntarse dos gametos en un tubo de ensayo e implantar el embrión resultante en el útero, después de habérsele hecho un diagnóstico preimplantación que asegure que el futuro recién nacido no será portador de determinadas enfermedades genéticas, o que nazca con el sexo elegido por sus padres. (En 1978 nació el primer "bebé probeta", desde entonces han nacido un millón de niños gracias a este método.) Utilizando ultrasonidos es posible desintegrar un cálculo alojado en el cáliz renal sin que haya que soportar ningún trauma quirúrgico. Y las técnicas hormonales y operatorias disponibles permiten, con bastantes garantías, la reasignación de sexo. Si a estos avances en el ámbito de la medicina se suman las mejoras de todo tipo (económicas, laborales, educativas, alimentarias, etcétera) que han experimentado la mayoría de los ciudadanos que viven en los países de alta renta, no hay duda de que ha tenido lugar una transformación muy profunda en nuestra vida y en nuestra concepción del mundo en torno. Situación que epitoma de forma muy clara el hecho de que la esperanza de vida al nacer en un país rico, como es España, supera ya los 80 años. En 1930 la esperanza de vida en nuestro país se situaba en torno a los 40 años, que es la que tiene hoy, por ejemplo, un ciudadano angoleño.
En esta transformación tan profunda ha jugado un papel muy destacado el cambio que ha experimentado la asistencia sanitaria en alianza con la investigación y una tecnología poderosísima, que ha afectado a la forma en que concebimos la enfermedad, la muerte y, por ende, ha trastocado los fines tradicionales de la medicina. Esta revolución en el campo sanitario -que ha tenido su apogeo en las últimas décadas- ha provocado, especialmente en los países desarrollados y ricos, un importante cambio de paradigma en la medicina que, en esta investigación doctoral, se ha definido mediante la identificación y análisis de sus cinco elementos constitutivos capitales: 1. La universalización de las prestaciones médicas, lo que viene a significar el acceso casi gratuito e ilimitado de todos los ciudadanos a los servicios sanitarios. 2. La asignación a los sistemas nacionales de sanidad de unos presupuestos multimillonarios, lo que ha supuesto (por las ingentes cantidades de dinero que se manejan) el desarrollo de un enorme mercado de la sanidad (el "complejo industrial médico", A. S. Relman, 1980) y ha contribuido a transformar la medicina en un "bien de consumo" (commodity, Henderson y Peterson, 2002).
3. Una espectacular tecnificación de la medicina que se ha desarrollado a la sombra de un impresionante sistema de investigación biomédica y de las industrias creadas a su alrededor. Lo que ha hecho, por un lado, que los médicos sientan en la cotidianeidad de su práctica clínica la necesidad de utilizar cualquier tecnología disponible para alargar la vida del paciente, cuando otras medidas más conservadoras serían las adecuadas. (Este empleo desmedido de los medios tecnológicos en el ámbito terapéutico se denomina "imperativo tecnológico", I. Kennedy, 1983.) Por otro lado, este imperativo de utilizar la última tecnología o de hacer tecnológicamente todo lo posible por los enfermos, aunque el beneficio que de tal uso se derive sea en muchas ocasiones más que dudoso, nos ha instalado en la creencia de que existe la obligación moral de invertir enormes cantidades de dinero para investigar y desarrollar tecnologías más eficaces, con las que seguir haciendo por los enfermos todo lo que tecnológicamente esté a nuestro alcance (el "imperativo de investigar", Callahan, 2003). La obsesión por lograr esta meta impide caer en la cuenta de que dichas inversiones se hacen al precio de descuidar otros bienes básicos como son la asistencia domiciliaria en los estadios finales de la vida o los problemas médicos propios de los países pobres (por ceñirnos solo al ámbito sanitario).
4. El surgimiento de una nueva relación médico-paciente basada en los derechos y la autonomía de los enfermos, y en la idea de que casi cualquier problema humano puede resolverlo o, cuando menos, explicarlo la ciencia médica.
5. Y, paradójicamente, la insatisfacción creciente de los proveedores, usuarios y empleados de los sistemas sanitarios, lo que contrasta vivamente con los sustanciales logros alcanzados en las últimas décadas y que han quedado resumidos en los puntos anteriores.
El estudio, sobre todo, de los cuatro último elementos y sus implicaciones éticas, que hacen que lleguemos a replanteamos cuáles deben ser los fines de la medicina, constituye el principal objetivo de esta Tesis doctoral.
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