El ejercicio físico influye positivamente sobre las tres dimensiones de la salud (física, psicológica y social), motivo por el cuál, la OMS aboga por su inclusión como hábito de vida saludable. Además del papel preventivo que tiene el ejercicio físico, hay que destacar su papel terapéutico, puesto que puede contribuir a mejorar la salud de personas que padecen diversas enfermedades (cardiovasculares, óseas, oncológicas, neurológicas...) (Vuori, Oja, Cavill y Coumnas, 2001; Rojo, 2003) así como la de determinados colectivos especiales como son los drogodependientes y personas reclusas.
Los beneficios a nivel terapéutico del ejercicio físico también pueden extenderse a las personas con enfermedad de SIDA (Bopp, Phillips, Fulk y Hand, 2003). El VIH es el responsable de la enfermedad del SIDA y una vez ingresa en el organismo, provoca un descenso en la función del sistema inmune (Highleyman, 2003), motivo por el cuál, las personas enfermas de SIDA, a lo largo de su enfermedad son susceptibles de padecer enfermedades oportunistas, enfermedades derivadas de los efectos secundarios de los medicamentos, cáncer o alteraciones psicológicas puesto que a pesar de los tratamientos antirretrovirales, no existen todavía medicamentos que curen la enfermedad, haciendo que ésta se convierta en crónica (Artero, 2001; García, 2002; Socarrás et al, 2004; InfoRedSIDA, 2007).
Tomando como punto de partida los beneficios del ejercicio físico a nivel general, en colectivos de reclusos (Chamarro, 1995) y drogodependientes (Pimentel, 2005) y sabiendo que éste no ejerce efectos negativos sobre el sistema inmune (Perna et al, 1999; Baigis et al, 2002), se ha aplicado un programa de ejercicio físico en un grupo de presos seropositivos con la finalidad de evaluar los efectos de éste sobre su condición física y su calidad de vida relacionada con la salud (CVRS). La muestra estaba formada por 8 sujetos (n=8), hombres, seropositivos y con edades comprendidas entre los 27 y 40 años. El programa tuvo una duración de 29 semanas, con una frecuencia semanal de dos sesiones de una hora y media de duración aproximadamente en las que se trabajaba la resistencia aeróbica, la fuerza resistencia, la flexibilidad y la relajación. Se realizaron mediciones de los parámetros antropométricos (peso y estatura), de la condición física (carrera de 6 min, salto horizontal, lanzamiento de balón medicinal de 2 y 3 Kg, abdominales en 30 seg y flexión profunda de tronco) y de la CVRS (mediante una adaptación del cuestionario SF-36) que se aplicaron en tres momentos del programa: al inicio, a mitad aproximadamente y al finalizarlo. Así mismo, al iniciar el programa también se realizó una entrevista para conocer los hábitos deportivos y las motivaciones de los sujetos, y un cuestionario en el segundo control y en el final para conocer las mejorías a nivel físico y emocional percibidas por los sujetos así como sus opiniones y gustos acerca del programa.
Se observa que al finalizar el programa se producen incrementos significativos en el IMC con respecto a las mediciones iniciales, mejoría significativa en todas las pruebas de medición de la condición física e incrementos significativos en las puntuaciones del cuestionario de CVRS general. Los sujetos también manifiestan haber experimentado mejorías a nivel físico y emocional atribuidas a la realización de ejercicio físico.
Por tanto, podemos decir que un programa de ejercicio físico de una duración de 29 semanas (dos sesiones/semana) en el que se trabaja la resistencia aeróbica, la fuerza resistencia y la flexibilidad, produce un incremento significativo en la condición física y por tanto, en la salud y calidad de vida de los sujetos participantes.
A pesar de los resultados, consideramos que son necesarios más estudios en los que se evalúen los efectos del ejercicio físico sobre el colectivo de personas seropositivas y presas.
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